Valentina

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Mi madre entra en mi habitación pidiéndome que limpie la nieve del camino de entrada para que pueda sacar su auto. Salgo de la cama y me las arreglo para ducharme rápidamente antes de ponerme unos jeans y una blusa de manga larga. Agarro mis grandes botas de invierno y el abrigo, salgo y veo a mi padre trabajando. No digo nada, solo voy donde ella, le quito la pala y voy al área donde estaba trabajando.

—Gracias, Valentina. Te haré algo de comer.

Me da un golpecito en la espalda, y acabo mientras mi madre se prepara para ir a trabajar. Es una doctora de emergencias que trabaja lo que le llaman tresdoces. Tres días y turnos de doce horas, después tiene cuatro días libres. Ha estado haciéndolo durante casi veinte años, así que sé que incluso cuando se queja, ama su trabajo. Mi padre tiene una tienda en la ciudad, y todo el mundo le quiere. Es el tipo de persona que espero ser un día, si alguna vez averiguo cómo.

Mi madre sale del garaje y se para delante de mí para bajar su ventana.

—La cena está en la nevera, con una nota para saber durante cuánto tiempo cocinarlo. —Gira su cabeza a un lado, y trata de luchar contra una sonrisa—. Dale un beso a tu papá y métete dentro. El día está más frío que tu abuela Grace.

Me inclino, dándole un beso, y niego.

—Grace murió hace diez años.

—Como dije. —Me guiña un ojo y sube la ventana, saliendo del camino y alejándose conduciendo.

Cuando entro, veo que papá me ha dejado algunos huevos y avena sobre la encimera. Me siento y me lo como todo, pensando que probablemente podría comer un poco más. Mirando mi reloj veo que tengo como veinte minutos antes de que tenga que ir a la escuela, pero recuerdo que tengo que cargar gasolina.

Papá baja vestido con su pantalón caqui y su jersey de trabajo que pone La Tienda de Carvajal en el pecho.

—Me voy. ¿Estarás en casa después de la escuela?

Asiento y tomo mi mochila. Le escucho suspirar, pero no digo nada. No quiero empezar ahora, porque tengo que irme.

—Valentina —dice, y conozco ese tono. Espero, y seguro que tiene algo que decir— . La temporada de fútbol se ha acabado y tienes una gran beca en Minnesota para el otoño. Tu madre y yo estamos tan orgullosos de ti, hija. Quiero que te asegures que lo que estás haciendo es lo que quieres y que no estás jugando al fútbol porque sientes que tienes que hacerlo.

Me encojo de hombros, pero sé lo que quiere decir.

—Estoy contenta de jugar al fútbol, papá. Podré conseguir una buena educación allí. Eso es todo lo que me preocupa.

Alarga la mano y frota mi hombro.

—Está bien. Tienes tiempo si decides cambiar de idea. —Me sonríe, y le sonrío—. Así que, ¿tienes alguna idea de a quién vas a llevar al baile de invierno?

Pongo los ojos en blanco y paso por su lado. Creo que solo usó la charla del fútbol como una excusa para traerlo a colación. De nuevo.

Mi padre me sigue, y puedo escuchar sus palabras sobre la nieve crujiendo bajo mis botas.

—Solo pregunto, Valentina. No es la gran cosa.

Claro. No es una gran cosa que no puedas dejar de preocuparte sobre si estoy saliendo con alguien o no. Subo a mi Jeep Wrangler y le digo adiós a mi padre. Se preguntan por qué no hablo mucho, y es mayormente porque no puedo hablar con ellos. Mientras conduzco a la gasolinera, pienso sobre el instituto y cómo piensan que me estoy perdiendo una pieza clave de la experiencia por no salir con nadie.

No estoy interesada en ninguna de las chicas, o chicos ya que estamos, del colegio. Soy una estudiante de dieciocho años que saca todo dieces y juega de central para los West High Wolves, y me concentro en mi futuro. Soy amiga de un par de chicos de mi curso, pero mayormente soy una solitaria. He disfrutado ser de esa manera por tanto tiempo que ni siquiera el jugar fútbol se siente como solía ser. Siempre he sido una chica grande, así que mis padres me pusieron en deportes esperando que socializara. Tuve éxito con cada pelota que pusieron a mis pies, pero continué siendo igual. Soy silenciosa la mayor parte del tiempo, y cuando hablo, es porque tengo algo que decir. Las chicas de mi escuela piensan que eso me hace una estirada, pero no me molesto en preocuparme. Si eso es lo que piensan, entonces estoy mejor sin ir al baile de invierno y acabando el instituto sin la experiencia.

Veo a alguien caminando al lado de la carretera mientras entro a la gasolinera. Me toma un segundo darme cuenta de que es una mujer abrigada debajo de una gran chaqueta, unas medias mostrándose debajo del pesado abrigo la delatan. Creo en parar y preguntarle si necesita ayuda, pero la gasolinera está literalmente a cinco metros de donde la he visto. Salgo y enciendo el surtidor, tratando de hacer que la jodida gasolina salga. Hace frío fuera, y sale del surtidor como melaza.

Mirando alrededor, trato de ver a la mujer de nuevo, pero no la veo. Con suerte llegó adentro y no está fuera sufriendo el frío. No sé por qué me preocupo por ello, pero supongo que hay algún protector en mí. Mi madre dijo que tenía un corazón tierno de niña, siempre rescatando animales que encontraba.

Cuando finalmente el tanque acaba de llenarse, termino y salto de nuevo dentro del Jeep. Soplo en mis manos tratando de calentarlas antes de conducir. Mientras salgo, veo por el retrovisor que la mujer sale de la tienda.

No sé por qué, pero la vista se queda en la parte trasera de mi mente durante todo el camino a la escuela. 

PROTEGIENDO A JULIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora