Valentina

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―No quiero dejarte ir ―digo, tomando su mano más fuerte. Estamos en mi Jeep y acabamos de parar frente a su casa, pero ninguna de las dos está lista para decir adiós.

―Yo tampoco ―dice Juliana, mirándome y luego mirando a su casa nerviosamente.

―Bebé, por favor dime qué está mal.

Hicimos el amor toda la noche y luego tres veces esta mañana antes de dejar la habitación del hotel. Pero después de eso, podía ver que una cortina de terror había cubierto sus ojos mientras recogíamos nuestras cosas, y nos íbamos. No había nada que yo pudiera hacer para animarla, y las veces que ella me sonrió, pude ver que fueron forzadas.

―Te amo tanto, Juliana. Tú me puedes decir cualquier cosa ―presioné, intentando que ella se abriera ante mí.

Ella deja escapar un tembloroso suspiro y me mira.

―Estoy triste por tener que dejarte. Eso es todo.

No es la verdad, pero lo dejo pasar.

―Déjame coger tu bolsa y acompañarte hasta adentro ―expreso, intentado ayudar a suavizar la transición.

Es domingo, y tenemos planes para cenar juntos y ver una película esta noche, pero eso es dentro de muchas horas. Ella dijo que quería ir a casa y ponerse ropa limpia, y luego nos podíamos encontrar de nuevo. Por alguna razón, de todas formas, tenía este miedo a perderla de vista. Quizás era porque habíamos compartido algo tan bonito y profundo la noche anterior, que no quería que se acabase. Pero mi estómago está apretado, diciéndome algo diferente.

―¡No! ―dice ella rápidamente, pero luego lo suaviza―. No, así está bien. Mi padre probablemente estará durmiendo. No quiero despertarlo.

―Juliana, voy a acompañarte hasta tu puerta. Te hice el amor anoche. Planeo ser la mujer de tu vida hasta el final de los tiempos. No me preocupa tu casa, o el dinero, o nada de eso. Voy a ser tu esposa un día, bebé ―explico, acariciándole la mejilla. Sus ojos se unen a los míos en conmoción, pero continúo―. Yo soy tuya y tú eres mía. Nunca nada cambiará eso.

No espero a su respuesta mientras agarro su bolsa de la parte trasera y salgo, dando la vuelta al auto para ir su lado y abrir su puerta. La ayudo a salir y luego tomo su mano mientras caminamos por el camino de entrada hacia su puerta. Respira profundo y se gira hacia mí, está a punto de decir adiós cuando la puerta se abre tras ella.

Un hombre que se ve lo suficientemente mayor para ser el abuelo de Juliana, la abre del todo mirándola fijamente. Lleva una camiseta sucia y pantalón. El olor a alcohol me golpea, y agarro más fuerte la mano de Juliana.

―¿Dónde mierda has estado, putita? ―la insulta y tropieza contra el marco de la puerta.

Antes de tener tiempo a reaccionar, el tropieza hacia delante y arremete contra ella. Un segundo más tarde, tiro de ella hacia atrás, y él consigue rozar su cara con el reverso de su mano.

Me recupero rápidamente, poniéndola tras de mí de un tirón y quedándome frente a ella, defendiéndola de su padre.

―Juliana, ve y métete en el Jeep ―digo a través de mis dientes apretados. No quiero que ella vea lo que está a punto de suceder.

―Valentina ―susurra lo suficientemente alto para ser oída, pero el borracho la corta.

―Oh, ¿es esto lo que estabas haciendo? ―señala ella, mirándome de arriba abajo como si yo fuera basura―. Espero que lo pasaras bien. Esto no es un hotel en el que puedas entrar y salir como si fueras una puta. ―El me mira con cara de desprecio, la mirada de asco es clara. Da un paso adelante y yo no me muevo―. Ya no soporto verla. Ella no hace nada más que recordarme lo que he perdido, y estoy cansado de esto.

―Juliana, métete en el Jeep y cierra los seguros, bebé. No importa lo que oigas, te quedas ahí dentro ―expreso, sin perderlo de vista. Mantengo mi tono de voz suave, porque la última cosa que ella necesita ahora mismo es algo severo. Sus manos tiemblan contra mi espalda, pero un segundo pasa, y la oigo susurrar.

De acuerdo.

Me quedo ahí, ninguno de los dos se mueve mientras oigo sus pasos, y luego la puerta del Jeep se cierra. Cuando ya sé que está segura, doy un amenazador paso adelante. Su padre pestañea unas cuantas veces como si me estuviera viendo claramente por primera vez. El nota mi tamaño y da un paso atrás. Lo sigo paso a paso. Cada vez que el recula, yo me acerco. Hasta que eventualmente estamos en el salón de la casa, y cierro la puerta de una patada sin dejar de mirarlo. No, mis ojos están fijos en el.

―Sal de mi maldita casa ―dice el con una confianza que sé que no siente.

―Le has puesto las manos encima a mi mujer, al amor de mi vida. Así que ahora te las voy a poner yo.

Me echo hacia atrás, y tan fuerte como puedo le atravieso la cara, como le había hecho el a ella. El sale volando hacia atrás y aterriza sobre una mesa cerca de la puerta. Por un segundo, pienso en los moratones en la espalda de Juliana y todos los otros desde entonces. Los que ella seguía escondiendo, diciendo que sólo era desastrosa. Este hombre se los hacía. Y yo se los voy a devolver multiplicados.

—¿Tú crees que puedes pegarle y salir indemne? ¿Qué tipo de monstruo eres? ―Lo pateo fuerte con mi pesada bota, pensando en el moretón que tenía anoche Juliana en el costado―. Ella es la más dulce, la más buena, y la persona más especial que he conocido en mi vida. Y tú la golpeas porque no es tu esposa. ―Me agacho y le doy un puñetazo en el estómago, recordando la marca roja que tenía ella allí la semana pasada―. Porque tú eres un borracho y crees que es culpa suya. No la vas a volver a tocar. ¿Oyes lo que te estoy diciendo? ―Me agacho, agarrando su sucia camisa con los dos puños, y lo pongo de pie―. ¿Me entiendes?

―Sí. ―Tose, pero no me convence.

Echo mi puño hacia atrás y lo golpeo en la boca, viendo cómo su labio se abre mientras grita.

―¡Lo entiendes! ―grito, sin hacer una pregunta esta vez.

El asiente y dice sí una y otra vez antes de empezar a llorar. Lo dejo ir, y el cae hecho un trapo en el suelo. Me quedo ahí parado por un segundo, mirando a mi alrededor, y luego veo las escaleras. Las subo y me dirijo a la habitación de Juliana. Saco la maleta del armario y empiezo a llenarla. Me golpea que ella no tenga muchas cosas, y todas sus cosas caben en una bolsa. Me aseguro de agarrar sus artículos de pintura y cuadros antes de mirar alrededor, para asegurarme de que lo tengo todo. Una vez que sus cosas han sido recogidas, la habitación se ve vacía. Parece como si nunca le hubiera pertenecido, y quizás nunca lo hizo. Hay tantas cosas pasando por mi cabeza, pero la única cosa que sigue golpeándome bajo, es su seguridad. Mantenerla alejada de este monstruo.

Cuando vuelvo a bajar, veo que el sigue llorando tirado en el suelo. Hay un momento cuando me pongo en su lugar, y pienso en lo que haría yo si perdiera a Juliana. Sería un desastre, y puede ser que me tirara a la bebida. Pero sabía que nunca podría hacerle algo así a una criatura. Nunca podría hacerle daño a algo que fuera parte de ella y algo a lo que ella amaba. El no se merece una segunda oportunidad, pero no seré yo la que lo decida. Todo lo que sé es que de ahora en adelante, seré yo la que la cuidará. No el.

No le doy otra mirada mientras salgo de la casa y cierro la puerta tras de mí. Camino hacia el Jeep y pongo las bolsas en la parte de atrás antes de subir al auto y alzarla sobre mi regazo. Conduzco lejos de su casa en silencio, porque necesito alejarla de aquí. Lejos de su oscuridad y de todas las cosas que le han hecho daño. Yo la protegeré de esto. Para siempre. 

PROTEGIENDO A JULIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora