III

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Una armonía sosegada y silenciosa, era el descanso perfecto para el pequeño dálmata inventor. A solas en su habitación, como pasa en todas las siestas vespertinas que toma todos los días.

Con suerte la pesadilla no estaría presente en medio descanso. Solamente pensaba en lo importante que sería el terminar la máquina que ha estado elaborando.

Pero mientras el ambiente en esa habitación era tranquilo, para abajo en la sala no sería lo mismo.

La llegada de Da Vinci fue inesperada, llegando temprano de su exposición de arte en la ciudad. Y menos hablemos de su rostro, que se veía caída después de la plática con el desconocido que la llevo a aquella cafetería.

Nadie lo notó, todos estaban descansando en la sala a montones. En el sillón, sofá, en la alfombra, suelo, arriba de los muebles, hasta incluso en los cajones abiertos.

Dylan fue el único que se percató de su llegada a la casa, y su tristeza lo detallada con sencillez. Pensando en que ese evento no le fue bien. Con la idea en la mente de que haya gente que eche malas críticas de sus obras por hipócritas o no se sentía lo suficientemente animada para presentarse en la exposición. Conociéndola, piensa que su arte es diminuto a comparación de otros con la misma experiencia o hasta menor.

—¿Y cómo te fue en la exposición, Da Vinci?

—No quiero hablar de ello —dijo ella retirándose subiendo por las escaleras.

—¿Podemos charlar?

—No estoy de humor. Gracias.

Él estaba intrigado por saber, con la idea de acercarse a ella e indagarle qué sucede. A respuesta de su última contestación, decidió dejarla para no molestarla.

«Sí, lo sé, no todos tenemos días buenos. Así como los míos, tan malos y detestables».

La cachorra dálmata artista solamente huyó con ganas de deshacerse en lágrimas hacia al ático del hogar.

Para llegar, tomar un cojín que estaba a lado suyo donde duerme en pocas ocasiones y desahogarse llorando sobre ella. Soltando su lágrimas desesperadamente y con la pena hasta el suelo.

Palabras directas que hirieron a la pintora, hasta lo profundo de ella. Y su sensibilidad e inocencia no pudo soportar más esas ganas de caer al suelo y soltar todas la depresión atada en su garganta.

—¿Por qué nada puedo hacer bien? —dijo así misma, aún con lágrimas derramándose en sus mejillas—. ¿Por qué no puedo ser aceptada con lo que soy? ¡Por qué!

Con la depresión en tope y las patas a ganas de soltar su coraje por los desprecios de ese can que la insultó verbalmente apretó los puños y a un grito de ira empezó a tirar todo lienzo que encontraba en su entorno.

Las latas de pintura también fueron víctimas de su acto de desahogo violento. Desparramando toda la pintura contenida por las losas de suelo del ático. También pinceles, brochas y líquidos tóxicos.

Azotando y tirando todo sin pensar en lo que está haciendo con su coraje y tristeza. Hasta caer rendida en medio de todo el desastre.

Solo se echó en el suelo, aún llorando por todo. Se acurrucó en ella con todo el desorden alrededor de ella. Hasta quedar profundamente dormida, del agotamiento físico y emocional.

Al final del día, una tormenta sería participe de los hechos en el hogar de la familia. Dawkins continuaba con su proyecto a solas en la habitación. Él no se concentraba en otra cosa más que en esa máquina en elaboración. Hasta dejando atrás su horario de lectura de textos informativos del universo para lograr acabarlo.

PetricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora