Volver a las andadas

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Cuando todos volvieron a la casa de Dante, él no pudo evitar reírse mientras Crimea regañaba a su hija y sus amigos, primero por no ayudar a nadie y por no haber avisado cuando tuvo tiempo de haberlo hecho.

—¿Pero se puede saber por qué te ríes? — preguntó indignada de que le dañaran el regaño —Al menos para saber de qué lado estas... ¿O es que sabes algo de lo que debería saber?

—¿Yo?... —contestó acercándose al grupito de su hija —Nah. Si te dijera, estaría mandando a estos dos pollitos a ser rostizados.

—¿O sea que uno de los dos es el que venía los viernes?

—Quien sabe, pregúntale a tu hija... pero mejor olvidémonos de ese tema... — dijo intentando quitar un poco de tensión a la situación —. Ekaterina, te vas a quedar cuidando la casa estos días, en una semana o así vendrá Sadako para llevaros a un sitio seguro, pero mientras tanto todo está a tu cargo.

—¿A dónde van? — preguntó ella poniéndose en medio de sus amigos y sus padres —No me digan que...

—Miguel fue visto de nuevo, en la India — interrumpió Jane, provocando que Crimea le lanzara una intimidante mirada —. Se ha cargado a siete de nuestros mejores hombres allí.

—Tu madre y yo iremos con ellos a zanjar un asunto con él, tú decides que haces con tus amiguitos, pero que se queden aquí por esta noche.

Así fue, Dante y Crimea prepararon una cena para todos, a la hora de servir llegaron Sally y Ben, justo a tiempo para comer.

Dante se sintió viejo al verlos tan cambiados, habían pasado cerca de diecisiete años desde la última vez que los vio. Ben ya le alcanzaba en altura y hasta tenía un bigote pasado de moda, aunque seguía siendo igual de impertinente e imprudente con sus palabras; Sally también había crecido bastante, vestía mostrando elegancia e inocencia, pero seguía siendo algo torpe, se notaba en su coleta, claramente torcida, aunque cabe que una cosa era su apariencia y otra su mirada, más suspicaz que seductora.

Apenas todos se fueron a dormir, Ekaterina estaba caminando por el techo del primer piso para entrar a la habitación donde estaba el chico que le gustaba.

—¿Problemas para dormir? — dijo Dante acostado en el techo de la parte de arriba.

—¡¿Papá?!

—Shhh. Tu madre está durmiendo... Sube.

Ella obedeció y los dos se sentaron viendo al campo.

—Gracias — dijo ella

—¿Por?

—Por no lanzar a mi novio a la muerte.

—Tres veces.

—¿Tres?

—Hace un par de meses la primera, tu madre sospecho algo, tuve que romper el televisor para que no entrara a tu habitación, segunda esta tarde y la tercera, ahora, tu madre puso un sensor en la ventana de los chicos, entras y adiós novio.

—Pues sí que nos has salvado el cuello.

Tras unos pocos minutos en silencio, ambos suspiran, se miran y se ríen levemente.

—¿Te imaginas que antes de que nacieras, todo lo que pasó hoy era un domingo en el parque? ...—añadió Dante para después señalar el trigal, ahora quemado en su totalidad — Mira todo este destrozo. Cuatro meses de trabajo perdido y noventa mil dólares.

—¿Nos vamos a mudar?

—Quien sabe, pero es muy probable. Sadako es la que tendrá que decidirlo al final. Procura tratarla bien, puede ser un poco seca, pero es buena gente.

—Ok... ¿Y ahora qué hago?

—Tranquila, ya quité la alarma hace rato.

—¿En serio?... Gracias, pa'.

Ella lo abrazó con entusiasmo, tras eso, se dio la vuelta, estaba que saltaba de alegría.

—Espera, se te olvida una cosa — dijo Dante mostrando el trio de preservativos que le había robado del bolsillo.

—¡Oye! — dijo ella intentándoselos quitar sin querer despertar a nadie.

—¡Vamos, "Tortuga"! — le provocaba haciéndose al borde del tejado y meneando aquella tira de envoltorios sin abrir —Pensaba que eras la más rápida.

Ella no se aguantó y se lanzó haciendo que Dante los tirara por el aire para agarrarla de un pie y lanzarla hacia el trigal quemado antes de que la consiguiera, aunque no tuvo en cuenta que ella, al ser la nueva maestra del aire logró atraerlo usan una suave corriente de aire.

—Y me decías tortuga —dijo ella, riéndose con un poquito de orgullo antes de darse cuenta de que se estaban desvaneciendo como una carta lanzada a una chimenea.

La acababa de engañarla con una sencilla ilusión de flamas. Tras eso fue una noche entera de ella intentando recuperar sus preservativos mientras Dante desengrasaba sus articulaciones y le demostraba que, por mucho que ella tuviera grandes conocimientos en el control del aire, la experiencia siempre estaba por encima, sobre todo cuando se trataba de utilizar aquella habilidad que solo se puede forjar mediante la experiencia, el instinto.

Cuando llego el amanecer, Crimea se levantó, bajó para hacer el desayuno y vio como todos los que esa noche estaba durmiendo allí estaban en el porche. Al salir se dio cuenta de cómo había cuatro Dantes y varias Ekaterianas compitiendo por agarrar algo.

—¿Y estos que están haciendo ahora? — preguntó a Argenta, ya que era el que tenía mejor visión.

—Supongo que están jugando. Ya sabes que Dante se pone en forma divirtiéndose.

—Tuvieron que haber estado despiertos toda la noche.

Su cuñado solo alzo los hombros y siguió observando.

—Seguramente.

—¿Y que es lo que está Dante evitando que coja?

—No sé, no alcanzo a distinguir, pareciera que esta salvando un animalito o algo pequeño — dijo intentando salvarle el cuello el chico que esta sentado a junto a él, observando anonadado el espectáculo.

—¡Pues al yerno! —dijo una voz, que era claramente la de Jennifer, la única persona que pudo haberlos escuchado en la noche.

Crimea se la quedo mirando, posteriormente, miro al joven, el cual, al sentir la mirada fría y punzante de ella, fingía no sentirla y seguir mirando a Ekaterina, aunque había empezado a sudar como un cerdo. Tras estar unos pocos minutos viéndolo, ella decidió poner fin a lo que estaba pasando para que fueran todos a desayunar.

Se paro en cerca de ellos, esperando que su presencia hiciera algo, pero nada. Pronto, el ambiente se empezó a llenar de estática, una sensación fría le llego a Dante, el cual se dejó caer al suelo, segundos después un rayo impacto en Ekaterina dejándola paralizada.

Dante solo desintegro los preservativos para que ella no lo descubriera.

—A desayunar.

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