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Un timbrazo agudo anunció el final de las clases. Lo mejor de todo es que era viernes y hasta el
lunes no tendría que volver a enfrentarme a todo aquello. Me entretuve recogiendo mis libros, lo
hice lo más despacio que pude. Prefería no ser la primera en salir, ya que eso supondría pasar por
delante de todos los demás. Cuando me quedé sola en la clase, me puse en marcha.
Eric me esperaba en la puerta con su ya habitual sonrisa tatuada en sus labios.
-¿Qué? ¿Qué tal ha ido todo? ¿Te vas haciendo al instituto? -me preguntó ayudándome a
cerrar la cremallera de mi mochila.
-Bueno, todos me miran, aunque imagino que eso tendrá que ver con que soy la nueva.
-En un par de días se les pasará, ya verás. No te preocupes. Yo estaré contigo todo el tiempo
que necesites.
-Nadie ha hablado conmigo... Aunque yo tampoco he hablado con nadie.
-¡Qué fuerte! ¡No digas eso! -rio Eric-. Yo he hablado contigo y tú conmigo. Poco a poco
irás conociendo a más gente.
Me resultó curioso que Eric dijese eso: durante todo el tiempo que había pasado con él, nadie
se había acercado a saludarle o a charlar con el chico, tan sólo durante el descanso para comer,
una de sus compañeras del grupo de informática se nos había acercado y había pasado unos
minutos con nosotros.
Me daba en la nariz que Eric era también un poco -bastante- solitario, más que nada porque
me lo había dicho él mismo.
Salimos del edificio charlando sobre los deberes que tendríamos que hacer para el próximo
día. Bajamos la escalinata y comenzamos a caminar hacia la parada del autobús todavía inmersos
en nuestra conversación, así que no vimos al grupo de chicas que había un poco más adelante.
Choqué con una de ellas.
-Uy, perdona, no te había visto -me disculpé de inmediato.
-No pasa nada, no te preocupes -contestó la muchacha quitándole importancia a mi torpeza.
-Vaya, el empollón se ha echado una novia -dijo otra de las chicas del grupo. Era alta y muy guapa, una auténtica belleza, si bien en su rostro se dibujaba una mueca de asco que la afeaba
bastante-. Una novia tan horripilante como él mismo, todo sea dicho. No tiene clase ni para
vestirse, mirad esas zapatillas viejas que lleva.
Un coro de risas forzadas acompañó a esa última frase.
Miré mis zapatillas avergonzada. Se veían gastadas y descoloridas, pero a mí me encantaban.
Fui a decirle a aquella chica que cerrase la boca y se metiese en sus asuntos, pero Eric me lo
impidió.
-Sara, Amanda no te ha hecho nada. -Eric me defendió.
-El cerebrito sabe decir algo más que «perdón» y «no pasa nada», qué sorpresa...
Una de las muchachas del grupo se separó un poco mientras la tal Sara se acercaba a Eric; el
resto miraban al suelo avergonzadas. Yo seguía la escena en silencio, lista para salir en ayuda de
mi amigo en cualquier momento.
Sara continuó acercándose hasta que se detuvo frente a Eric, que le sostuvo la mirada.
-No te atrevas nunca a volver a dirigirme la palabra, cara de libro.
Sara acompañó sus palabras de un fuerte empujón, que hizo que Eric trastabillase hacia atrás.
En ese instante sucedieron varias cosas a la vez:
Un coche giró en la esquina acercándose a toda velocidad hacia nuestra posición.
El conductor, uno de los estudiantes del último año del instituto, estaba distraído saludando a
unos amigos que había en la acera de enfrente.
La chica que se había separado del grupo le puso una zancadilla a Eric, que todavía no había
logrado equilibrarse tras el empujón de Sara.
Aquella zancadilla logró su objetivo: Eric continuó trastabillando hasta el centro de la calzada,
de espaldas al coche que se acercaba.
En apenas unos segundos, la única persona que había sido amable conmigo iba a ser
atropellada... Y viendo la velocidad a la que avanzaba el automóvil, era difícil que saliese vivo.

Amanda Black una herencia peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora