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Me llamo Amanda Black y mi historia comienza un día de no hace mucho tiempo.
Mi vida en aquellos momentos era una... No sé cómo decirlo para que suene más suave... En fin,
te lo cuento y ya rellenas tú los puntos suspensivos.
Vivía en un apartamento de una sola habitación con mi tía abuela Paula; es más abuela que tía,
su amor puede llegar a ser agobiante, pero, aun así, me siento agradecida por tenerla. Me llevó a
vivir con ella cuando yo era un bebé. Mis padres murieron poco después de nacer yo. No tengo
recuerdo alguno de ellos. La tía Paula es mi única familia.
Nuestro piso era diminuto, apenas una habitación estrecha, y teníamos que compartir el cuarto
de baño con nuestro casero, que también era el propietario del restaurante mexicano que había
justo debajo de nuestro piso y del edificio en el que vivíamos, un edificio que se caía a pedazos
situado en uno de los peores barrios de la ciudad. El casero ya no trabajaba en el restaurante, lo
llevaba uno de sus hijos. Él sólo pasaba por allí para comer. El hombre adoraba la comida
mexicana. «Adoraba» = «No comía otra cosa». Y cuanto más picante, mejor, le encantaba el
picante.
Kilotones de picante.
Tenía que levantarme antes del amanecer para ir al baño porque el casero era muy madrugador.
Si perdía la carrera, aquello se convertía en zona catastrófica. Habría sido necesario ponerlo en
cuarentena, en alarma de guerra biológica. Habría necesitado una pinza en la nariz para internarme
en aquella jungla olfativa, de lo contrario me hubiese esperado una desagradable muerte por
asfixia.
Sin embargo, mi vida estaba a punto de cambiar.
Y no sabes de qué manera.
Me encontraba haciendo los deberes del insti metida en un conducto de ventilación de la
entreplanta. ¿Que por qué hacía los deberes metida en un conducto de ventilación?

Ya llegaremos a eso. De momento basta con que sepas que solía esconderme ahí para que el
casero no me viese. El casero estaba siempre buscándonos a mi tía y a mí para exigirnos el pago
del alquiler atrasado. No teníamos mucho dinero. O mejor dicho, no teníamos NADA de dinero.
Con lo que ganaba mi tía nos daba lo justo para alimentarnos.
Alguien pasó frente al conducto. Oí cómo sus pasos se alejaban, continuaban subiendo. No
mucho, porque se detuvieron cuando llegaron al primer piso, donde sólo vivíamos el casero, mi
tía Paula y yo. Pensé que era muy extraño, porque nunca recibíamos visitas. Él, porque era un ser
humano bastante desagradable; nosotras, porque no conocíamos a nadie, ni teníamos más familia.
Ding dong.
Ding dong.
Unos pasos. Y otro timbre distinto.
PRRRRRRIIIIIING.
Al instante, la áspera voz del casero llegó a través de la puerta.
-Ya voy, ya voy. Un poco de paciencia. -La última frase sonó más fuerte e intuí que se debía
a que ya había abierto al misterioso visitante-. ¿Qué quiere?
-Traigo un mensaje importantísimo para Amanda Black. -La voz era suave y estaba teñida de
elegancia-. ¿Sabe si está en casa? He llamado, pero nadie me abre.
-No lo sé, no soy su portero, si quiere puede dármelo a mí -contestó el casero en un gruñido.
-Eso no será posible, caballero, es un mensaje que sólo puedo entregarle a la señorita Black.
Ya le digo que es un mensaje importantísimo.
-Pero ¿cómo va a recibir esa niña un mensaje tan importante? Ella y su tía no son más que dos
muertas de hambre que me deben varios meses de alquiler. ¡Démelo y lárguese!
-Lo siento, señor, este mensaje lleva con nosotros trece años. Nos fue encomendada la misión
de entregárselo única y exclusivamente a ella. Volveré en otro momento. Muchas gracias por su
tiempo, caballero.
-Váyase a la... -La última palabra quedó ahogada por el portazo.
Los pasos comenzaron a acercarse de nuevo en dirección al conducto en el que me encontraba
para después alejarse hacia el portal. Unos segundos más tarde el casero salió de su piso, echó la
llave a la puerta y bajó las escaleras, pasando, sin saberlo, también frente a mi escondite. Una vez
abajo, se paró a hablar con un vecino.
Yo, mientras tanto, estaba hecha un manojo de nervios.
¡Tenía que detener al mensajero!
¡Necesitaba saber qué decía aquel mensaje, quién lo enviaba y por qué era tan importante
(importantísimo)!
Pero ¿cómo salía de allí sin que el casero me viese? Si me veía me iba a exigir el alquiler, y no
teníamos ninguna forma de pagarle.








De repente tuve una idea.










Amanda Black una herencia peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora