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-Sabemos que estás ahí -dijo una voz a unos metros de él-. Sal con las manos en alto, estás rodeado.
-El chico dio un respingo. No entendía cómo le habían encontrado. La voz continuó, pero no le hablaba a él-.
El sujeto uno está rodeado, ya es nuestro. ¿Tenéis localizado al escalador?
-Sí, le estamos esperando en la planta setenta -dijo una voz metálica. El tipo que le había atrapado hablaba
con sus compañeros a través de un walkie-talkie.
Eric no sabía qué hacer, para esta situación no tenían plan B, necesitaba improvisar. Lo primero era proteger a
Amanda.
Y sólo había una forma de hacerlo.
Tecleó un comando en el dispositivo. No quedaba más remedio.
Había que cortar la cuerda antes de que su amiga llegase a la planta setenta.
A continuación, escondió el equipo en el bolsillo de su traje y salió de su escondite con las manos en alto. La
brisa que entraba por la ventana le despeinó el flequillo y le hizo cosquillas en la frente.
-Está bien, está bien, no hace falta que me apunte con el arma, no tengo a donde ir -dijo Eric acercándose
al hombre que, al ver que no era más que un adolescente, dejó de apuntarle con la pistola.
Eric dio dos pasos más y se detuvo. Lanzó una mirada rápida a su espalda, todavía dubitativo.
Con una sacudida de la cabeza, tomó una decisión. Sólo esperaba que aquel matón no le disparase.
-Continúe acercándose, por favor. No le haremos daño -ordenó el hombre.
Eric lo miró todavía con las manos en alto.
E hizo la mayor locura de su vida.
Echó a correr hacia la ventana bajo la que se había mantenido oculto y saltó por ella.
Descendía a toda velocidad, incapaz de sujetarme a nada en aquella lisa superficie del edificio,
de mis labios comenzó a salir la orden para que se activasen los sistemas de seguridad, cuando,
unos metros más abajo, otra figura salió por una ventana.
¡Era Eric!
Se iba a matar

Interrumpí la orden a medias, braceé en el aire y me puse cabeza abajo para acelerar mi caída

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Interrumpí la orden a medias, braceé en el aire y me puse cabeza abajo para acelerar mi caída.
Tenía que alcanzarle, no podía permitir que se estampase contra el suelo, todavía me debía una
explicación.
Mi maniobra dio resultado, porque comencé a acortar distancia con mi amigo.
Por fin, le atrapé.
-¡SUJÉTATE A MÍ! ¡TENGO QUE SOLTARTE! -grité para que me oyese. Eric se agarró a
mí con brazos y piernas. Sólo entonces pude dar la orden de seguridad-. ¡¡¡TRAJE AÉREO!!!
Cuando noté que mis brazos se cubrían con la tela y ésta se ajustaba en las muñecas, supe que el
proceso había terminado, ahora sólo esperaba que aquello soportase el peso de dos personas.
Extendí los brazos y bajo la manga surgieron las alas del traje aéreo.
Nuestra caída frenó, pero no lo suficiente, íbamos a tener un aterrizaje complicado.
Empezó a llover. ¿Os he dicho ya que odio la lluvia?
Planeamos unos cincuenta metros esquivando bloques de oficinas y de pisos, no veía dónde
aterrizar. Si chocábamos contra uno de aquellos edificios, moriríamos en la caída. Nuestras
opciones se reducían a morir por el choque o a morir por la caída... Ninguna de las dos me
terminó de convencer.
Por fin, ante nosotros, apareció un parque.
Había demasiados árboles y estábamos empapados por la lluvia, lo cual tampoco ayudaba
mucho, pero mejor eso que lo que dejábamos atrás.
-¡PREPÁRATE! ¡VAMOS A ATERRIZAR! -Nada más decirlo, noté cómo Eric apretaba
todavía más su abrazo. Casi no me permitía respirar-. ¡NO VA A SER AGRADABLE!
No, no iba a ser agradable. Ni el aterrizaje ni las explicaciones que me iba a tener que dar Eric;
sólo esperaba que tuviese una buena excusa para haberme traicionado de aquella manera.
Al fondo de mi cerebro apareció el pensamiento de que, tal vez, tendría que haberle dejado
morir. Al fin y al cabo, él solito había saltado por aquella ventana. Enseguida deseché la idea.
Primero prefería escuchar lo que tuviese que decir.
Aterrizamos en un revoltijo de piernas y brazos. O mejor dicho, chocamos contra un árbol, que
frenó nuestro descenso. Rebotamos de rama en rama hasta dar con nuestros huesos en el césped
que rodeaba el árbol.
Eric se puso de pie antes que yo y me tendió una mano.
-¿Estás bien? -preguntó.
Di un manotazo a la mano que me tendía, no quería su ayuda, estaba muy enfadada con él.
-¿Se puede saber por qué has cortado la cuerda? ¿Y por qué has saltado por la ventana? -
grité hecha una furia-. ¡Casi nos matamos! -Eric dio un paso atrás, asustado-. ¿Qué? ¿No tienes nada que decir? ¿POR QUÉ ME HAS TRAICIONADO? SI ES QUE SOY IDIOTA, NUNCA
DEBERÍA HABER CONFIADO EN TI. ¡NI EN NADIE!
La incomprensión se extendió por el rostro pecoso de Eric, que se acercó a mí despacio.
-Amanda, no te he traicionado... -comenzó a decir.
-¡Me da igual lo que digas! ¡No quiero escucharte! -le interrumpí-. Mejor me largo de aquí,
la policía tiene que estar a punto de llegar.
Se oían sirenas a lo lejos.
Me di la vuelta y eché a correr por el parque en dirección a donde se encontraba aparcada la
furgoneta de Benson.
Dejé a Eric atrás, y con él, nuestra amistad. La primera que había tenido nunca, pero mi vida
era ahora demasiado complicada. No podía tener cerca a nadie en quien no confiase al cien por
cien.
Estaba sola en todo esto.

Amanda Black una herencia peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora