Cuando llegué a la furgoneta de Benson estaba casi sin respiración.
Abrí la puerta del copiloto de un tirón y subí al asiento.
-Arranca, Benson, tengo la llave -dije tragándome el nudo que atenazaba mi garganta.
-¿Y su amigo Eric? -preguntó el mayordomo-. ¿Se encuentra bien? Vi con los drones cómo
saltaba por la ventana cuando lo atraparon.
Miré a Benson con los ojos muy abiertos.
-Repite eso, Benson -pedí en voz muy baja.
-Su amigo estaba rodeado y saltó por la ventana -repitió el mayordomo-. Tuvo que cortar
su cuerda, había personal de Dagon en los ventanales del piso setenta, parecían estar esperándola.
¿Dónde está? No podemos dejarle aquí.
-Enseguida vuelvo, Benson -dije abriendo la puerta de la furgoneta y bajándome de un salto.
En el diccionario junto a la palabra «imbécil» tendría que aparecer mi fotografía. Al menos así me
sentía. Era una mezcla de vergüenza y arrepentimiento. Y me lo había buscado yo solita, por
apresurarme en hacer juicios.
-¿Qué ocurre, señorita?
-Nada, Benson, no ocurre nada, sólo que soy idiota.
Eché a correr de nuevo en dirección al parque. Corría a toda la velocidad a la que mis piernas
eran capaces, que a esas alturas de la noche, ya no era mucha.
En serio, tenía que ponerme a entrenar.
No hizo falta que llegase al parque, a lo lejos distinguí una figura alta y delgada, caminaba
arrastrando los pies y con los hombros encogidos bajo la lluvia.
Di un último acelerón. Por fin le alcancé.
-¡Eric! ¡Eric! -llamé casi sin respiración. Me ardían los pulmones-. ¡Eric, espera!
Mi amigo se detuvo, pero no se dio la vuelta.
Apoyé mi mano en su hombro. Él permaneció de espaldas a mí.
-Eric, lo siento -dije-. Soy imbécil. Benson me ha dicho que tuviste que saltar para que no te atrapasen. -Él asintió con la cabeza-. Y tuviste que cortar la cuerda porque me estaban
esperando, ¿es así? -Él volvió a asentir con la cabeza-. Lo siento mucho, no tenía que haber
desconfiado de ti.
Por fin, mi amigo se dio la vuelta situándose frente a mí. Tenía los ojos enrojecidos, como si
hubiese estado llorando, pero en ese momento ya no había lágrimas en ellos. Ver su rostro serio
hizo que me diese cuenta de lo mucho que iba a echar de menos su sonrisa si no conseguía arreglar
todo aquel lío.
-Mira, Amanda, nunca he tenido muchos amigos, he hecho esto porque quería ayudarte, ¿por
qué iba a traicionarte? ¿Qué motivos iba a tener?
Medité durante un instante, no sabía muy bien qué decir.
-No lo sé -dije por fin-. Yo tampoco he tenido nunca muchos amigos. No estoy
acostumbrada a confiar en la gente.
-Pues si quieres que siga contigo en esto, tendrás que confiar en mí. -Extendió su mano frente
a mí-. ¿Trato hecho?
-Entonces, ¿me perdonas? ¿Y quieres seguir ayudándome con todo este jaleo? -Eric sonrió.
Fue una de esas sonrisas que significaban que todo iría bien mientras siguiésemos juntos, o eso me
pareció a mí. Por primera vez en mi vida me alegraba de haberme equivocado en algo... Y eso sí
que era raro-. ¡Trato hecho! -exclamé ignorando su mano y abrazándole-. Y ahora,
larguémonos de aquí.
-Un momento, Amanda -pidió Eric sentado frente a uno de los ordenadores del taller y
tecleando a toda velocidad-. Tengo que terminar una cosa.
Benson recogía todo el equipo mientras la tía Paula abría una botella de champán.
-¡Brindemos! -exclamó llenando dos copas-. No, no, no, cariño -dijo cuando vio que me
acercaba a las copas-. Para vosotros tenéis zumos y refrescos en la nevera, estas copas son para
Benson y para mí.
-¿Qué haces, Eric? -pregunté ansiosa-. Estoy deseando abrir la Galería de los Secretos.
-¡Ya está! -contestó mi amigo pulsando una última tecla y girando el sillón para mirarnos-.
Estaba borrando las grabaciones de las cámaras de seguridad de esta noche, tanto las de la Torre
Dagon como las de los alrededores. También he eliminado la lista de invitados. Si nos buscan, lo
van a tener un poco difícil.
-Entonces, ¿estamos preparados? -pregunté mirando a todos uno por uno-. ¿Puedo abrir ya
la galería?
-Haz los honores -rio la tía Paula-. Te lo has ganado.
-Vale, genial -dije-. ¿Y dónde se supone que está la galería?
Benson se acercó a uno de los ordenadores y tecleó unos comandos.
Uno de los muros más retirados se alzó mostrando una puerta.
Me acerqué a ella e introduje la llave en la cerradura con manos temblorosas.
La llave no giraba.
Volví a intentarlo.
Continuaba sin girar.
Lo intenté de nuevo.
Nada.
-Permítame un instante, Amanda -pidió Benson acercándose con un spray en la mano. Me
retiré unos pasos. El mayordomo sacó la llave, roció el spray en la cerradura y volvió a introducir
la llave-. Pruebe ahora, por favor. Esta cerradura lleva años sin abrirse, estaba un poco
atascada, nada que un poco de aceite no pueda solucionar.
Me acerqué de nuevo e intenté girar la llave.
Esta vez la cerradura hizo los clics y clacs que tendría que haber hecho la primera vez y se
abrió.
Empujé la pesada puerta con reverencia al principio, con gran esfuerzo, después, ya que la
reverencia no terminaba de conseguir que se moviese la dichosa puerta.
Por fin pude entrar en la galería de los secretos de la familia Black.
Enseguida mi llegada a la mansión pasó a ocupar el segundo lugar en el ranking de momentos
más emocionantes de mi vida para ser sustituido por éste. Ahora sí que tomaba posesión de mi
legado. Ahora sí que sabía quién era.
Yo era Amanda Black, heredera de los Black, último miembro del culto de Maat y ladrona de
artefactos para proteger a la humanidad.
Bueno, y pringada de instituto, pero eso no me parecía que quedase muy bien con todo lo
anterior.
Miré a mi alrededor. Había tantas puertas que me mareé al intentar contarlas. En todas ellas
había un número o un símbolo encima; supuse que sería alguna pista para saber qué se escondía
tras cada una de ellas.
-Estoooooo, tía Paula, aquí hay muchas puertas, ¿en cuál está el dinero?
-Es la primera a la izquierda... Y ten mucho cuidado con abrir puertas a lo loco, que ahí
dentro hay cosas muy peligrosas -contestó la tía.
-¿Y la llave? ¿Dónde está? -pregunté ya dentro de la galería.
-Marca la fecha de tu nacimiento en el panel, ya la cambiaremos mañana.
Marqué la fecha con cuidado de no equivocarme. De hacerlo, y conociendo ya la casa como la
conocía, podrían pasar varias cosas, entre ellas que se disparase alguna alarma, que la puerta se
bloquease o que todo saltase por los aires. Una de esas tres, casi seguro.Tres pitidos cortos y una luz verde en el panel me indicaron que sabía perfectamente la fecha de
mi nacimiento y, lo que era todavía mejor, no me había equivocado al teclearla.
Por fin pude acceder a la fortuna de la familia Black.
¡Y qué fortuna!La tía Paula, Benson y yo no íbamos a tener problemas económicos nunca más... Y, por
supuesto, si Eric iba a continuar ayudándome, tendría que ponerle un buen sueldo como consultor
de la familia.
-¿Qué te parece? -La tía Paula se había acercado a mí por la espalda sin que yo la oyese-.
Pero recuerda, todo esto tiene un precio, puede llegar a costarte la vida. Intentaré protegerte, pero
de ahora en adelante tienes que trabajar duro y entrenar mucho.
-Es lo que tenía que hacer, tía Paula, y no me arrepiento.
Mi tía me abrazó, y supe que, mientras la tuviese a ella, ningún legado sería nunca demasiado
peligroso.
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Amanda Black una herencia peligrosa
AventuraEl día en que Amanda Black cumple trece años recibe una carta misteriosa que cambia su vida. Y de qué manera. De vivir casi en la miseria, ella y su tía Paula pasan a mudarse a una mansión gigantesca y laberíntica que ha pertenecido a la familia Bla...