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Me acerqué al atril despacio, esperando que saltase alguna trampa que me dejase muerta allí
mismo, antes siquiera de comenzar la lectura.
No ocurrió nada.

Acaricié la portada y recorrí con mis dedos las letras que formaban el título, eran como un tajo
negro sobre el suave marrón del cuero gastado.

LA FAMILIA BLACK DESDE SUS
REMOTOS ORÍGENES:
UNA HISTORIA FAMILIAR
Bajo las letras había un extraño símbolo que recordaba a una pluma.

LA FAMILIA BLACK DESDE SUSREMOTOS ORÍGENES:UNA HISTORIA FAMILIARBajo las letras había un extraño símbolo que recordaba a una pluma

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Necesité que Eric me ayudase a abrir el libro, era muy pesado y casi tan alto como nosotros.
Pasamos las páginas iniciales hasta llegar al primer capítulo, que nos dispusimos a leer.
No entendimos nada. Aquella página estaba llena de unos garabatos incomprensibles para
nosotros.
-¡Ben...! -exclamé.
-Aquí estoy, señorita. -Benson apareció de la nada antes de que yo terminase de llamarle. En
sus manos portaba lo que parecía ser un libro de tamaño normal-. Me he permitido hacer una
traducción de los primeros capítulos para que no tengan problemas con la lectura -dijo
tendiéndomelo.
-Oh, muchas gracias, Benson. -Fue todo lo que pude decir. No le había visto llegar.

Miré la portada de la traducción que Benson había hecho, y cuando levanté los ojos del libro, el
mayordomo ya había desaparecido.
-¿Has visto dónde ha ido? -le pregunté a Eric.
-No, estaba leyendo, pero ha desaparecido como un fantasma... Creo.

-Empiezo a pensar que hay algo raro con Benson, pero, bueno, esto nos ayudará -concluí con
una sonrisa de oreja a oreja dando unas palmaditas sobre el libro que nos había dado el
mayordomo-.
Vamos a sentarnos, que estaremos más cómodos.

Nos dirigimos a una mesa cercana a la zona de ordenadores, nos acomodamos en dos de las
sillas que la rodeaban y comenzamos a leer.

-Buf, esto es demasiado... No sé ni por dónde empezar -dije exhausta.
Llevábamos un buen rato leyendo. La tía Paula vino a ver cómo estábamos a eso de las doce de
la noche y nos recordó que debíamos descansar, y Benson se acercó poco después a traernos unos
vasos de leche y unas deliciosas galletas caseras con chips de chocolate.
El libro narraba la historia de la familia Black, mi familia, que se remontaba al Antiguo Egipto.

Al parecer éramos los líderes de un culto secreto que adoraba a la diosa Maat, símbolo de la
verdad, la justicia y la armonía cósmica. El culto se dedicaba a robar objetos que podrían ser
peligrosos para la humanidad y sacarlos de la circulación; de este modo, se mantenía el equilibrio
entre las fuerzas del mal y las fuerzas del bien.
Ocultábamos esos objetos y artefactos en lo que
ahora llamábamos la Galería de los Secretos y que, en sus inicios, había sido «la galería», sin
más. Su ubicación había cambiado a lo largo de la historia; cuando la familia Black dejaba un
país, se llevaba toda la colección y la ocultaba en su nuevo lugar de residencia, hasta llegar a la
actual Mansión Black en la que mi familia había habitado durante los últimos doscientos años.

También con el paso de los años lo que había comenzado como un culto a una diosa del Antiguo
Egipto había derivado en una organización conformada por una sola familia, los Black, y algunos
aliados. El resto de las familias del culto había ido desapareciendo a lo largo de la historia de la
humanidad y sólo quedábamos nosotros.

Resumiendo: éramos una familia de ladrones.
Vale que robábamos sólo objetos que podrían ser peligrosos, pero no dejábamos de ser
ladrones.
O mejor dicho: yo era una ladrona. La tía Paula no había tenido hijos, y su hermana tuvo
a mi madre; al fallecer mi abuela y mi madre, la cosa se reducía a la tía Paula y a mí.

Y la tía Paula ya estaba mayor para robar cosas, o al menos eso decía ella, aunque yo no me lo
creía mucho después de verla durante mis entrenamientos.
Total, que si quitábamos a la tía Paula,
yo era la última.
La traducción de Benson también decía que los miembros de la familia Black estaban dotados
de agilidad, fuerza, inteligencia y habilidad por encima de lo normal y que estos dones se
manifestaban a partir de los trece años de edad.
Es decir, que los cambios que yo había estadoexperimentando desde hacía unos días, se debían a mi pertenencia a la familia Black.
Además, estos dones debían usarse para una finalidad concreta. En ningún caso podía
utilizarlos para hacer el mal o esos poderes se volverían contra mí. Era una especie de maldición.
Maat había otorgado ese poder a los miembros de su culto, pero aquellos que los utilizaron en su
propio beneficio murieron con gran sufrimiento.

Más me valía ser precavida.
Eric y yo estábamos agotados, pero todavía no habíamos averiguado nada sobre la llave que
abriría la Galería de los Secretos y nos permitiría salvar la Mansión Black.
Se nos cerraban los ojos, así que tendríamos que continuar leyendo al día siguiente.

Y se nos acababa el tiempo.

Amanda Black una herencia peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora