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El pasadizo era frío y olía a humedad. Del techo colgaban espesas telarañas que íbamos
retirando con las manos. La oscuridad nos rodeaba. Intentábamos romperla con las linternas de
nuestros móviles, pero no eran demasiado potentes, así que no alcanzábamos a ver qué había más
adelante. Podría haber habido un monstruo terrorífico, que nosotros no lo hubiésemos visto hasta
casi chocar con él, cuando fuese demasiado tarde para poder escapar.
A ambos lados del pasadizo había puertas que fuimos abriendo a medida que íbamos
avanzando. Algunas daban a salas vacías, otras a estancias en las que se encontraban armaduras y
armas de diferentes países y épocas, y algunas más contenían maquinaria de aspecto antiguo. En
ningún caso averiguamos para qué servían aquellas máquinas polvorientas.
Cada vez que llegábamos a una bifurcación Eric hacía una marca con tiza a la entrada del túnel
que escogíamos para continuar nuestra pequeña aventura. En una de esas bifurcaciones
comenzamos a descender. Se trataba de una escalera de caracol que parecía no acabar nunca.
Alumbramos con el haz de las linternas hacia abajo en un par de ocasiones; sin embargo, aquella
espiral bajaba y bajaba sin que alcanzásemos a ver su final.
Por fin llegamos ante una puerta metálica, bastante moderna si la comparábamos con las que
habíamos ido abriendo en la parte superior del pasadizo. Justo a tiempo, porque mi móvil decidió
quedarse sin batería en aquel momento. Por supuesto, atravesamos aquella puerta.
Fuimos a parar a una pequeña habitación cuadrada, de apenas cuatro metros. Esta nueva
habitación estaba iluminada por cuatro lámparas empotradas en el techo, por lo que Eric apagó
también la linterna de su móvil. A nuestra espalda, la puerta de metal, y frente a nosotros, otra
exactamente igual. A la derecha de esta segunda puerta se encontraba un panel con una pantalla y
un teclado numérico debajo. La pantalla se iluminó al situarnos frente al panel. Dos palabras
aparecieron en ella:
INTRODUZCA CONTRASEÑA.
Eric me miró y yo me acerqué al panel encogiéndome de hombros.
Marqué la fecha de cumpleaños de mi madre.

ERROR. LE QUEDAN DOS INTENTOS.
Lo intenté con la fecha de la boda de mis padres.
ERROR. LE QUEDA UN INTENTO.
Miré a Eric.
-No se me ocurre qué más puede ser -dije con voz temblorosa, una gota de sudor resbaló por
mi frente y me la limpié con la manga de la sudadera-. Y si me equivoco, no sé qué puede pasar.
Mi amigo señaló hacia arriba. En la parte más alta de las paredes había unos respiraderos en
los que yo no me había fijado antes.
-Eso no tiene buena pinta -comentó Eric asustado-. Si te equivocas otra vez, lo mismo salta
alguna trampa... No sé, de ahí podría salir algún gas letal o agua... En cualquier caso, moriríamos
ahogados.
-¿Y qué hacemos? ¿Vamos a volver con las manos vacías?
-O puedes pensar bien la siguiente contraseña... -sugirió Eric.
Medité unos instantes, pensando cuál podría ser la clave.
Comencé a teclear un número: la fecha de mi cumpleaños.
Pulsé ENTER.
Entonces sucedieron varias cosas al mismo tiempo.
Las luces del techo cambiaron a rojo y comenzaron a parpadear.
Empezó a sonar una alarma tan fuerte y molesta que provocó que nos tapásemos las orejas con
las manos.
UAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAU.
Y los respiraderos cercanos al techo comenzaron a escupir un gas verdoso que descendía sobre
nosotros a toda velocidad.
-TE LO DIJE -gritó Eric para hacerse oír por encima de la alarma-. CORRE A LA
PUERTA.
Nos abalanzamos sobre la puerta por la que habíamos entrado y forcejeamos con la manilla.
No se abría.
-SE HA BLOQUEADO -grité-. ¿QUÉ HACEMOS?
Miramos a nuestro alrededor buscando otra salida, pero estábamos atrapados.
Si no conseguíamos salir pronto de allí, moriríamos asfixiados por aquel gas.

Amanda Black una herencia peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora