No sé qué pensaba yo que sería una mansión, desde luego no aquello. Los terrenos cercanos a la
casa, que en otro tiempo debían de haber contado con una vegetación frondosa y colorida, se veían
ahora deslucidos y muertos. Los árboles eran meros esqueletos sin hojas, sin flores, sin color. Se
adivinaban zonas que debían de haber estado sembradas de flores y setos podados en alegres
formas. En la actualidad eran campos yermos de tierras grises y arbustos que se veían como mi
cabello cuando me levanto por las mañanas, aunque por lo menos daban una nota de vida a tanto
gris. Aquello parecía más un cementerio que un jardín. Saqué el móvil para inmortalizar ese
momento. Vale que el entorno era un desastre, pero eso no quitaba para que ese fuese uno de los
momentos más importantes de mi vida. Desbloqueé la pantalla, abrí la cámara fotográfica e hice
algunas fotografías de aquel jardín, que sí, que estaba muerto, pero era mi jardín muerto y a mí me
hacía ilusión.
Comencé a preguntarme cómo sería el interior de la imponente casa que se veía a lo lejos. Si
tenía que guiarme por el estado de los jardines, no albergaba grandes esperanzas.
Llegamos frente a una escalinata de piedra que llevaba hasta dos altas puertas de madera
tallada. En ellas colgaban sendas aldabas de metal en forma de cabeza de dragón. Sobre la madera
de la puerta había una lámina del mismo metal. Los dragones portaban una bola en la boca y es
con esa bola con la que se golpeaba en la puerta. A uno de los lados había, también, un timbre
moderno.
-Espera, que busco las llaves -me dijo la tía.
Yo no soy de las que esperan y desde que había visto esos dos dragones estaba deseando
utilizarlos.
POC POC POC POC POC POC.
El sonido retumbó por todas partes. Algunos cuervos salieron volando y graznando desde un
grupo de árboles que había a la derecha de donde nos encontrábamos nosotras. La tía me miró con
una interrogación en la mirada.
-Lo siento, no he podido evitarlo -dije encogiéndome de hombros.Ella echó el aire por la nariz y puso los ojos en blanco. A continuación, siguió buscando las
llaves en su bolso. Acababa de encontrarlas cuando una de las puertas se abrió con un chirrido.
Miré en el interior, todo estaba en tinieblas.
No vi a nadie.
No tenía ni idea de lo que estaba pasando allí. Sólo faltaba que en la mansión hubiese
fantasmas, aunque con esos jardines, tampoco me hubiese extrañado.
La tía y yo volvimos a mirarnos; si bien ella parecía tranquila, en mi rostro adiviné un gesto
entre el horror y la sorpresa.
-Venga, Amanda. Es tu casa, tienes que ser la primera en entrar -me animó dándome una
palmadita en la espalda.
Yo clavé los pies en el suelo. Alguien había abierto aquella puerta y yo no tenía ni idea de
quién había sido. Si mi tía pensaba que iba a entrar la primera estaba muy equivocada.
-No, tía, pasa tú. Al fin y al cabo, tú ya has vivido aquí y... -No se me ocurría ninguna buena
excusa-. Bueno, eso, que pases tú.
La tía penetró en la penumbra del recibidor, dio algunos pasos para detenerse frente a la
escalinata que ascendía hacia el piso superior. Dejó la maleta en el suelo y centró toda su atención
en la gran vidriera que presidía el rellano. En ella estaba representada la mansión y sus jardines
en todo su esplendor.
Yo entré detrás de ella, caminando despacio y mirando a mi alrededor. Me situé a su lado.
De repente y sin previo aviso, la puerta se cerró a nuestras espaldas.
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Amanda Black una herencia peligrosa
PrzygodoweEl día en que Amanda Black cumple trece años recibe una carta misteriosa que cambia su vida. Y de qué manera. De vivir casi en la miseria, ella y su tía Paula pasan a mudarse a una mansión gigantesca y laberíntica que ha pertenecido a la familia Bla...