Cuatro

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CAPÍTULO 4
“EN BUSCA DE RESPUESTAS”

Empecé a investigar en las bibliotecas mi caso en la desesperación de buscar respuestas. Indagué en innumerables de bibliotecas de varios estados y países. Me pasé horas y más horas metida en libros sobrenaturales, de magia, de religión y hasta de física, tratando de encontrar alguna cosa en la que poder aferrarme.

Finalmente en una biblioteca en los suburbios de España encontré un libro que trataba sobre planos astrales, la línea entre mundos, divisiones del espíritu y portales.

Era un libro de fantasía dónde explicaba magia para niños pero era muy interesante. Sus dibujos eran infantiles y torpes para nada acorde al contenido. Después de tanto tiempo una chispa de esperanza se encendió dentro de mí y como una tonta me sentí feliz.

Me lo leí por completo y no entendí nada así que lo releí una y otra vez con la intención de comprenderlo.

El plano astral era un especie de lugar o estado en el que estabas y no estabas al mismo tiempo, algo así como un viaje fuera del cuerpo ¿Era eso lo que me sucedía?

Si, estaba en una situación en la que le hacía caso a un libro de fantasía para niños. Decía que el espíritu estaba unido mediante a una línea o cordón al cuerpo físico y existían días en dónde los portales se abrían y entidades eran capaces de cruzarlo y literalmente raptarte. No lo se, era más o menos lo que lograba comprender.

Entonces recordé al vagabundo aquel.

Él me había dicho aquella tarde que mi presencia era casi nula y mi línea demasiado fina. Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo al recordar sus palabras. Tomé el libro y salí de aquella biblioteca, ya sabía lo que debía hacer.

Volvería a Canadá.

Cómo era de madrugada me era mucho más fácil todo, ya me estaba acostumbrando a dormir de día y andar libremente de noche sin personas en las calles ni tránsito. Robé un auto y en 30 minutos llegué al aeropuerto. A las pocas horas salió un avión hacia Canadá en el que me metí y aproveché a dormir un rato entre las maletas.

Y luego de 1 año volvía y la verdad es que no quería saber nada de mi estúpido otro yo y su vida de mentiras. Aunque no me quedaba de otra.

Al llegar decidí ir a mi casa, no se porque pero sentía que necesitaba hacerlo. Y cuando estaba cruzando la calle la puerta se abrió, y me tomó muy por sorpresa que ya mi familia no vivía ahí. Una familia desconocida y feliz salía de la casa.

Me sentí abandonada.

No pude evitar sentirme nostálgica y perdida. Me aseguré bien de que ya mi familia no vivía ahí y si, no había ni rastro de ellos. Aún así trate de respirar lentamente y evitar las ganas de llorar, el sentimiento de estar sola en el mundo me carcomía las entrañas. ¿A dónde se habían ido? Era casi imposible saberlo. Que se mudaran de nuevo era una posibilidad que nunca tuve presente. Me traté de relajar y llegué a la tienda en dónde había visto al vagabundo, tampoco estaba.

¿Que creía?

¿Que todo sería igual?

¿Que esperarían por mi?

Las calientes lágrimas corrieron por mis mejillas y me odié con todas mis fuerzas. No me pasaban más que cosas malas una tras otra. Tenía tanta rabia dentro de mi que comencé a maldecir y a gritar, golpeé los botes de basura del callejón al lado de la tienda y le di patadas a la pared. La poca esperanza con la que había fantaseando estaba hecha pedazos. Rompí la valla de madera y partí está en trozos. Me quede llorando en silencio al lado de un bote de basura y ahí pasé horas, que más daba, el tiempo ya no tenía ningún sentido para mí.

Pero la rabia que sentía no desapareció. Ocho meses siendo invisible no era para poco, ocho meses sin mantener una conversación con nadie ni poder tocar ningún ser humano, estaba completamente sola viviendo de la nada y sin entender nada de lo que pasaba, con otra yo viviendo mi vida la que estaba arruinada hacía mucho tiempo. Extrañaba a mis padres, a mi hermano Philips, extrañaba salir de fiesta, divertirme, ser feliz sin saberlo. Quería deshacerme ya de estos sentimientos negativos de soledad, desesperación, tristeza, ansiedad, impotencia, odio, abandono, inseguridad, estrés y miedo. Estaba harta de todo esto.

-Tienes que ser fuerte.

Dijo una extraña voz entrecortada.

Era mi voz, era yo una vez más consolándome a mi misma. Me pasaba tanto tiempo en silencio, pensando, hablando solo en mi cerebro que a veces me olvidaba hasta como sonaba mi propia voz; por eso veces hablaba sola o con cualquier objeto.

Era patética.

Pasaron las horas y yo seguí viendo la pared del callejón hasta que sentí que ya estaba más calmada. Me levanté para caminar por los alrededores y recordar los viejos tiempos. Sabía que eso me haría sentir peor, pero que más daba, la tristeza ya formaba parte de mi. Estaba nostálgica la mayor parte del tiempo.

Caminé por todos los lugares a los que frecuentaba, y los recuerdos que pasaban fugazmente por mi cabeza me hacían miserable, una débil sonrisa de compasión y lastima por mi misma se dibujó en mi cara. Ya comenzaba anochecer y me di cuenta que extrañaba ver el atardecer canadiense y también que amaba con todas mis fuerzas la magia que tenía la noche.

Deambulé por horas sin un destino fijo, a veces pasando por las mismas calles para ahogarme con los recuerdos, esos que parecían tan lejanos.

Terminé frente a un lúgubre cementerio. Y al estar abierto el enorme portón de rejas oxidadas, decidí entrar. ¿Porqué? Por inercia. Y entre tantos lugares terminé escogiendo un frío y solitario cementerio para pasar la noche. Probablemente para poner a prueba mi valentía.

Se veía más pequeño y luminoso desde afuera, me adentré un poco y no pasaron ni 10 minutos cuando tropecé con alguna cosa y casi me trago las hojas caídas que cubrían la tierra de no ser porque puse las rodillas y las manos contra el suelo. Solté un leve quejido y al tactear supe que había tropezado con una pala, era perturbador, aunque quizás era normal en los cementerios, no lo sabía. Era la primera vez que entraba a uno.

Me levanté y me sacudí la tierra y hojas que se me habían pegado a las rodillas. Casi se me sale el corazón al ver a alguien acostado boca arriba en una lápida. De forma instintiva salí corriendo y luego me detuve en seco recordando que no podía verme. De igual forma me apresuré en ir hacia la entrada porque estaba en un cementerio y entrar ahí de noche era mala idea, pésima idea, gracias cerebro.

Llegué al portón pero comprobé que estaba cerrado, con gruesas cadenas viejas y un fuerte candado de hierro. ¿Cómo? Si hace un momento estaba abierto de par en par. Esas cadenas parecían pesadas, tenían que haber hecho mucho ruido al ponerlas al igual que el el portón, debería haber chirriado por el óxido al cerrarlo y desde que había llegado en ningún momento hubo ruido, al contrario, todo era un completo silencio abrumador.

Entré en pánico.

Tenia miedo, mejor dicho, estaba temblando aterrorizada o quizás de frío, o ambas. Traté de mantener la calma y repetirme que estás cosas seguro eran normales en los cementerios. Ví en dirección a donde estaba aquella persona tendida antes y ya no estaba.

-No puede verte. Nadie puede hacerte daño. Tranquila -me dije a mi misma en voz alta-. Nadie puede verte. Nadie puede oírte. Nadie pue...

-Bú.

Hablaron en mi oreja.

Dejé de respirar.

Intersección [En Curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora