Capítulo 42.

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Ansiedad.

Madison.

Termino de bajar las escaleras y entro a la cocina observando la pasta, ya está casi lista.

Tomo el celular y marco el número de mi novio, ya son casi las doce y nada de que llega. Tarda en contestar, pero lo hace.

—Nena. —Me contesta.

—Hey, ya hice de cenar —apago la hornilla encaminándome al ventanal de cristal que me muestra toda la ciudad—. ¿A qué hora vienes?

—Ya terminamos, estoy entrando al estacionamiento del edificio.

—¿Cómo va el asunto de mi mamá? No me dijiste —guarda silencio y lo escucho suspirar—. ¿Qué pasa?

—No quiero que te alteres, sabes que puedes tener una crisis de ansie... —lo interrumpo.

—Theo, dime.

—La quieren dejar algunos meses preventivos hasta resolver todo y luego probablemente deba pasar años, dependiendo de la sentencia...

El celular cae al piso cuando mi vista se nubla, siento que puedo escuchar mis latidos y me falta el aire. Toco mi pecho retrocediendo hasta pegarme a la pared, mis piernas flaquean haciéndome caer quedando sentada.

La falta de aire aumenta y trato de respirar, pero no puedo, me duele.

El dolor de cabeza hace su entrada y es molesto, son como pequeños choques en mi cabeza. La opresión en mi pecho aumenta, toco mi cabeza y noto que estoy sudando frío.

Trato de respirar, pero en vez de pulmones siento como si tuviese rocas en el pecho, golpeo el piso con mis palmas al sentir la sensación de ahogo.

Escucho que alguien abre la puerta, pero mi consciencia no razona. Corre a mi lado y se hinca en el piso, me envuelve entre sus brazos.

—Estoy aquí, estoy contigo —pone la mano en mi pecho, la sensación de calor por el contacto de su piel, por alguna razón me da seguridad—. Respira, respira profundo... cuéntame, háblame del patinaje, ¿qué es lo que más te gusta?

—Me gusta... —logro susurrar, ahogándome— ...me gustan los giros en el aire...

—Bien, sigue hablándome —se pega a la pared cubriéndome como si fuese una pequeña—. Cuéntame...

—Me gusta patinar, me presente en Francia y gane un campeonato... mi novio me llevo... —los recuerdos de la discusión vuelven a mi mente, pero son totalmente opacados por las memorias en el río mientras recorríamos Paris.

Tras unos minutos mi respiración empieza a relajarse y logro reconocer a quien tengo al lado.

—Theo... —susurro, mis lágrimas no se hacen esperar.

El terapeuta advirtió que esta es una secuela del secuestro, pero no la había experimentado antes y es la peor cosa que jamás sentí. Acabo de tener una crisis de ansiedad. Lo abrazo dejándome envolver por él, lloro contra su pecho y estoy cargada de impotencia por el simple hecho de que Ethan de alguna u otra forma logro joderme y dejarme secuelas.

—Pasará, puedes con esto y más... —susurra dando pequeños besos en mi cabeza.

—Lo sé, pero eso no hace que duela menos... —sollozo.

—Estaré aquí para ti en cada faceta de esto, cuando estés en lo más recóndito de estas secuelas y cuando estés en la cúspide triunfando, siempre estaré.

—Mi mamá...

—La sacaré de ahí, no importa si tengo que hacerlo por debajo de la mesa y rebajarme al nivel de ellos, la sacaré —habla relajado y su calma hace que yo encuentre la mía.

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