Capítulo 53.

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Maxwell Blake.

Laponia, Finlandia.

Madison.

—Nena, tenemos catorce días aquí y los catorce vinimos a este lugar —se queja abrazándome por detrás y apoyando su barbilla en mi cabeza—. ¿Crees que aún podremos ver una aurora boreal?

—Claro que si, en estas fechas siempre ocurren muchas, amor —me giro entre sus brazos deleitándome con la perfección de sus facciones—. Elegimos nuestra luna de miel aquí para poder ver una, no desperdiciemos la oportunidad.

Estamos quedándonos en una cabaña de lujo, pero igual alquilamos un igloo que queda perfecto donde ocurren las auroras boreales. Tiene un techo de cristal que no permite entrada del frío y nos da una vista perfecta del cielo.

Ahora nos encontramos afuera junto a las demás personas que están en los otros igloos. Entre todos hicimos una fogata con la esperanza de ver una aurora boreal.

Estas dos semanas han sido de las mejores de mi vida. Mi esposo es todo lo que algún día soñé, el simple hecho de despertar en las mañanas y ver mi anillo de bodas me alegra el resto del día.

No han faltado las noches candentes, las caricias, los besos y sobre todo el amor. Es tan jodidamente perfecto. A veces me quedo pensando a cuál de los dos se parecerán los mellizos.

Podrían ser una mezcla de ambos, tener las facciones marcadas de Theo o las mías que son más finas. Aún no me animo a contarle, pero creo que sospecha, en especial porque estoy que vomito hasta el ADN.

Nos unimos a los demás y calentamos malvaviscos en la fogata.

—¿Alguien que cante? —Pregunta uno de los chicos—. Mi novia y yo tenemos una guitarra, ¿quién se anima a tocar y cantar?

Miro a mi esposo de soslayo y él hace lo mismo.

—Nosotros podríamos. —Levanto mi mano llamando la atención.

—Por supuesto —el chico me pasa la guitarra—. Un gusto, soy Francisco —tiene un acento muy peculiar en su inglés—, ella es mi novia, Eda, somos de República Dominicana.

Tomo la guitarra dándosela a mi esposo.

—Yo soy Madison, él es mi esposo, se llama Theo —le contesto, amablemente—. Somos de Reino Unido, Londres.

Sonríe saludándonos, su novia hace lo mismo. Mi esposo se quita los gruesos guantes contra el frío y acomoda la guitarra.

—¿Cuál quieres?

—Car's outside.

Pido y empieza a tocar. Cantamos en unísono, nuestras voces acompasándose perfectamente, olvidándonos del resto y siendo solo nosotros por un instante.

Oh, darling, all of the city lights
Never shine as bright as your eyes
I would trade them all for a minute more
But the car's outside
And he's called me twice
But he's gonna have to wait tonight...

Terminamos de cantar y los demás visitantes estallan en aplausos, sonrío dando un beso en la mejilla de mi esposo. Él besa mi frente y luego mi boca.

—Gracias, gracias. —Dice haciendo la mímica de una reverencia.

Seguimos compartiendo con los demás un largo rato, nuestras esperanzas de ver una aurora boreal van en picada hacia abajo. Nos vamos mañana en la mañana y aún no vemos una.

Son las dos de la mañana y aún no ocurre nada. Los demás se rinden cuando casi son las tres y deciden entrar a sus igloos, solo quedamos los dos frente a la fogata que está casi apagándose.

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