ᶜᵘᵃᵗʳᵒ: 𝑻𝒐𝒌𝒚𝒐 𝒔𝒕𝒓𝒆𝒆𝒕𝒔

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Los jueves se volvieron los únicos días en los que no siguieron un itinerario.

Primero despertaba a una hora irregular, distinta a los días anteriores. Usualmente se despertaba a las 5am, sin embargo los jueves eran distintos. A veces despertaba a las cuatro, otras veces a las seis. Una vez se levantó a las 3am pensando que eran las siete.

Ni siquiera él sabía por qué esos días solía tener un sueño irregular.

Ese día no fue la excepción. Se levantó a las cinco con cuarenta, sintiendo su cuerpo sumamente pesado.

Hizo la rutina de las mañanas. Se lavó la cara, se puso su uniforme y salió a desayunar.

Sus padres se habían ido antes, por lo que era normal que su hogar estuviera totalmente en silencio. Excepto por sus vecinos, algunos bebés llorando y otros dementes que ponían música a un volumen alto a esa hora.

Después de preparar su desayuno, se dio la vuelta para ponerlo en su mochila cuando se encontró con cierto personaje.

El gato habia vuelto.

Katsuki suspiró, ya se había cansado de sacarlo de su casa, así que sólo lo rodeó y se dispuso a llegar a su objetivo.

─¿Tampoco has desayunado?

Silencio total, sin embargo a los pocos minutos se acercó al cenizo y maulló en sus pies.

—¿Quieres comida también?— preguntó. Su manos agarraron un pequeño pedazo de comida y se lo dio en la boca al minino.

No tenía comida para gato, pero esperaba que el vecino sí lo tuviera bien alimentado. Lo miró unos segundos comer. Ver a un gato era extrañamente terapeútico.

─Ja, ahora parezco idiota hablando con un gato.

El felino sólo lo miraba, paseándose entre sus piernas. Llegó un punto en el que se subió a los muslos del chico, acostándose allí.

─Ni pienses que te vas a dormir aquí, tengo que ir a clases─ murmuró, comenzando a levantarse de la silla y recogiendo su plato.

La verdad era que ni siquiera él se dio cuenta en qué momento terminó de comer.

Sus oídos ya se habían acostumbrado al ruido de la ciudad. Respondía ante los saludos matutinos de sus vecinos y el camino hacia la escuela ya no era complicado.

Al llegar a la escuela, dejaba su bicicleta en el estacionamiento y comenzaba a caminar hacia los interiores de la institución. Las clases eran como siempre, al igual que la plática entre sus compañeros y él.

Realmente ese jueves se sintió cansado todo el día. Las ganas de participar en clase disminuyeron una cantidad considerable y por primera vez se había quedado dormido en clase.

─Bakugou.

Soltó un quejido en respuesta.

─Ya es hora del almuerzo.

—¿Que?

—Ya es hora del almuerzo, sonó el timbre hace unos cinco minutos.

El rubio se enderezó y restregó su mano en su rostro con tal de hacerse despertar. No se había dado cuenta de cuándo se había quedado dormido.

—Mierda— suspiró. Se quedaron unos cuantos segundos con los ojos tapados para poder acostumbrarse a la luz del aula.

Al alzar la mirada de nuevo, notó cómo el pelinegro lo estaba viendo fijamente.

—¿Por qué no estás con los otros idiotas?

—Me quedé a cuidarte— respondió sincero.

—No necesito que lo hagas.

Entre Hilos Y ExplosionesWhere stories live. Discover now