Prólogo.

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Hay una leyenda que dice que el ser humano anteriormente tenía dos caras, cuatro ojos, cuatro brazos y piernas, todas atrás de éste mismo. O eso dice la mitología griega.

El ser humano vivía tan conforme con su condición que no necesitaba nada más. Los Dioses, decepcionados de su falta de inspiración, decidieron separarlos para que tuvieran un mínimo objetivo: buscar su mitad faltante.

Con el objetivo de poder monitorear ambos lados, los unieron con un hilo enredado en el dedo anular, invisible para los propios mortales. Un hilo que se comenzaba a hacer más visible mientras más años en la tierra tuvieran existiendo. Eso decía la mitología japonesa.

Los mismos Dioses optaron por hacerlo más interesante, brindando la bendición de que algunos, sólo algunas personas, tuvieran la capacidad de poder saber identificar a su otro humano.

Entonces aparece Bakugou Katsuki, un chico de 16 años que siempre ha tenido la curiosidad de por qué la gente que dice amarse y sus hilos están en otro lado.

Él nació con la habilidad de ver dichoso hilo que cuentan las niñas al creer que están con las personas correctas.

"Patético", pensó.

Creció con un complejo del amor demasiado claro, ¿cómo no iba a serlo si sus padres estaban unidos por el mismísimo hilo?

Eso era más que suficiente.

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—¡Katsuki! ¿Ya estás listo?— llamó desde la puerta de casa. Su madre ya estaba harta de la tardanza del menor de los Bakugou.

—¡Sí, ya voy!— contestó de mal humor al salir de su habitación, bajando las escaleras a regañadientes.

No quería irse. Había vivido su infancia ahí, ¿por qué debería vivir su adolescencia en otro lugar? ¿Por qué tenían que irse a la ruidosa ciudad de Tokyo?

Sus ojos miraron fijamente su casa, dándole un último vistazo. Su entreceja se arrugó al ver aquel letrero que decía en letras grandes:

«Vendida».

Era simplemente molesto tener que empezar de nuevo.

Se subió al auto y se cruzó de brazos mirando la ventana, divisando como la casa de su niñez desaparecía de su vista.

—¿Están emocionados?— preguntó amablemente su padre para romper el silencio que se había tornado nostálgico.

—¡Sí!— respondió Mitsuki con una sonrisa, recargándose en el hombro de su esposo.

Katsuki miraba esa escena con su típica expresión neutra, sin embargo sus labios se fruncieron al notar como querían sonreír mientras veía como el hilo se hacía más pequeño entre sus padres.

Luego miró su mano, preguntándose si lo lograría; si tal vez lograría que su hilo se activara en su nueva vida.

Los hilos no se rompían después de estar unidos, tampoco se nacen con ellos.

Los hilos suelen aparecer cuando aquella persona simplemente aparece en tu vida. En el momento en el que se crea un contacto más profundo, ahí es cuando se revelan aún sin saberlo y ni sentir nada.

Al menos eso era lo que había notado Katsuki.

—Tomaré una siesta, despiértenme cuando lleguemos al aeropuerto— pidió cerrando sus ojos para después recargarse en el asiento, dejando que la música clásica de su madre se adueñara de su mente mientras sus oídos se concentraban en esta misma.

Entre Hilos Y ExplosionesWhere stories live. Discover now