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Kim Seokjin recordaba sus primeros viajes al pueblo natal de su padre como una aventura mágica.

Todos amaban a Kim Sungjin; sus empleados, sus clientes, sus vecinos. El hombre era una superestrella. Alguien bondadoso, alegre, amable y bien recibido.

— ¡Seokjin, vamos a pescar! —Siempre le decía su padre, quien, a pesar de ser el dueño de enormes buques pesqueros, se tomaba un momento del día para llevar a su hijo de 8 años a montar una pequeña lancha que llevaba el nombre la madre de Jin.

— Papá, no me gusta el pescado. —Había dicho Seokjin en uno de tantos viajes, pues el fuerte olor de los pescados muertos comenzaba a provocarle náuseas. Los niños en mi escuela dicen que apesto.

Su padre se rio tan ruidosamente que todos los dientes de su boca se podían ver. Seokjin, quien era solo un niño, sintió que el hombre se estaba burlando de él así que se cruzó de brazos dejando caer la carísima caña de pescar al mar.

Sungjin se vio apurado intentado recuperar el artefacto sin tener éxito. Volvió a reír, esta vez de forma más reservada, y miró a su hijo con ternura.

— Mi pequeño pececito, los niños de tu escuela son diferentes a ti. A ellos el mar nos los ha bendecido —Sungjin se rio una vez más, colocando una de sus enormes manos sobre el sombrero pescador que cubría la cabeza de su hijo.

— ¿Qué es una bendición?

—Mmm... pues a tu padre, que no es un Alfa como los padres de tus compañeros, el mar le ha regalado todo; dinero, amigos y familia. —Seokjin abrió los ojos, maravillado, como si le estuviesen contando una cuento de hadas—. Sí, el pescado a veces huele mal. Pero eso también es parte de todo lo bueno que nos ha regalado el mar. Nuestra empresa, construida sobre toneladas de pescado oloroso, debe ser tu mayor orgullo siempre, Jin. 

Seokjin miró la enorme sonrisa que su padre le regalaba, sintiendo que el hombre era un gran superhéroe capaz de vencer a todos los malos que se burlaban de él.

— Cuando seas grande, hijo, tú y yo cuidaremos de todos los que amamos gracias a la empresa que el mar nos ha dado —Sungjin le dio una palmadita en la espalda. ¿Verdad que me ayudarás, pececito?

[...]

Kim Seokjin era un hombre que realmente intentaba hacer lo mejor que podía. 

Intentaba dirigir por cuenta propia la compañía de su padre desde hacía casi dos años. Intentaba resolver los problemas financieros en los que la economía global los había hundido. E intentaba ser un buen hermano mayor para Kim Taehyung (incluso con lo caótico que el menor era).

Intentaba con todas sus fuerzas continuar con un legado que ni siquiera sabía que pesaba tanto hasta que éste cayó en sus hombros.

En serio lo intentaba.

Sin embargo, todos los esfuerzos de Seokjin últimamente se estaban yendo al carajo por causas fuera de sus manos. Entonces, no importaba cuan duro lo intentaba, su vida era un completo desastre. Y el hombre de cabellera azabache sabía que, cuando el momento final llegara, la única cabeza que rodaría sería la de él.

¿Señor?

Seokjin, quien se encontraba sentado detrás del escritorio de su oficina, escuchó una voz suave llamándolo desde la puerta. Despegó la mirada de la pantalla frente a él, aquella cuya ventana abierta mostraba una balanza contable que indicaba claramente que la compañía que por tantos años atesoró su padre estaba a meses de declararse en total banca rota.

Guerra. [NamJin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora