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Sunoo y Ni-ki caminaron por la oscuridad de la noche tomados de la mano, como antes.

A pesar de que el menor quería que Ni-ki le contara todo lo que había hecho mientras estaba de viaje, prefirió dejarlo para otro momento. Le gustaba sentir la presencia del mayor.

Ese día, Sunoo volvió a casa con una sonrisa boba en los labios.

Había invitado al castaño a una de sus clases, sólo para mostrarle lo mucho que se esforzaba.

Ni-ki, por supuesto, no había evitado mostrar lo emocionado que estaba. Quería ver como aquel chico que cuando lo conoció a penas era capaz de salir de su habitación, ahora podía hacerse valer por si mismo.

Sunoo tenía una paciencia enorme con los pequeños que iban a sus clases, y les enseñaba como vencer su timidez a base de buenos consejos.

—No, no. Mira, debes hacerlo así, con pasitos cortitos, como los pingüinos. — Sunoo le mostró al niño como hacer el movimiento de la coreografía correctamente.

¿Hace falta decir lo emocionado que se sintió Ni-ki cuando escuchó eso? Sintió como su corazón volvía a acelerarse como hace tiempo no lo hacía.

Y más cuando Sunoo bailó una pequeña canción cuando todos ya se habían ido y estaban sólos. Se enamoró no una, si no mil millones de veces más del pelinegro.

 Se enamoró no una, si no mil millones de veces más del pelinegro

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𝙋𝙖𝙨𝙞𝙩𝙤𝙨 𝙙𝙚 𝙥𝙞𝙣𝙜𝙪̈𝙞𝙣𝙤 - 𝙎𝙪𝙣𝙠𝙞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora