8 - La pintada

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Arrastro mis pies por las rojas y doradas alfombras de palacio, para llegar a la que será mi habitación estos días. Empujo suavemente la blanca madera sin decorar, adentrándome en ella.

Daniel, se ha pasado prácticamente tres horas hablando de sus viajes y preguntándome cosas sobre mi vida y mi trabajo, se ve simpático, pero es demasiado curioso para mi gusto.

Entro al baño, pensando en quien puede ser el maldito asesino, y en sus próximas posibles víctimas. Toda la familia real está en el punto de mira, y muchos nobles, mientras que nosotros no tenemos ninguna pista sobre la identidad de nuestro gran cabrón.

Me desvisto, buscando un pijama para ponerme, en el último estante, encuentro varios de diferentes colores y formas. Tras pensarlo un poco elijo un conjunto de seda azul, formado por un short y una camiseta de tirantes. Me visto, quito mi maquillaje y hago un moño despeinado para ir a abrir las sábanas de la gran cama, metiéndome en ella.

Nada más mi cabeza se apoya en los grandes almohadones, cierro los ojos dejando el mundo real, para que Morfeo me lleve a su reino de los sueños.

🩸👑🩸

Abro los ojos, cuando una luz anaranjada llega a ellos a través de las cortinas, iluminando todo el cuarto de tonos amarillentos.

Miro el reloj del escritorio, las seis y media de la mañana. Hoy es sábado por lo que no debe haber nadie levantado, hasta la próxima hora, así que muy a mi pesar decido ir a desayunar algo sin cambiarme de ropa.

Salgo de la habitación, atravesando los mismos pasillos de siempre y las altas escaleras que hay al final, para llegar a la cocina.

A pesar de que es más grande que mi habitación, pareciendo más la cocina de un restaurante, llena de ollas y sartenes, consigo ubicar la gran nevera al fondo de la cocina.

Una vez la abro, cojo un zumo de naranja y una manzana del cesto de frutas que hay al lado, para dirigirme al patio.

Me siento en un pequeño banco, observando como el viento balancea los columpios, tentandome a subirme en uno como cuando tenía cinco años. Termino mi desayuno express y me acerco a ellos tocando las gruesas cuerdas que los sujetan.

Desde que cumplí los ocho años, deje de vivir como una niña, una niña normal, convirtiéndome más en una superviviente, gracias a los enfrentamientos que había en España.

Decido borrar esos recuerdos, alejándome del columpio para volver a dentro, viendo cómo Theodore y Harry bajan las escaleras sonrientes aún vistiendo sus pijamas, como yo.

- Buenos días. - Tiro el corazón de la manzana y lavo el vaso que utilice, devolviéndolo a sus sitio.

- Buenos días Katherine. - Ambos hablan a la vez, haciendo que les mire sorprendida.

- Voy a vestirme, cualquier cosa me decís.

- Claro, hasta ahora. - Harry me responde mientras Theodore coge algo de la nevera, haciendo que él niegue con la cabeza riendo. Son los pastelitos que prepararon ayer las cocineras.

Les dejo con sus travesuras, volviendo a mi habitación, para como les dije vestirme con un pantalón de chándal gris y un top negro. Dejo mi pelo suelto y mi cara sin maquillaje volviendo a salir con mis deportivas Adidas blancas, ya puestas.

Toca explorar.

Dejo atrás el pasillo de las habitaciones y aposentos de toda la familia, dirigiéndome a la planta baja, más concretamente a la sala de control y vigilancia.

El asesino de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora