Nueve

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—¿Te vas a comer eso? —le preguntó Paul a Jacob, con los ojos fijos en el último bocado de la gran pila de alimentos que habían engullido los lobos

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—¿Te vas a comer eso? —le preguntó Paul a Jacob, con los ojos fijos en el último bocado de la gran pila de alimentos que habían engullido los lobos.

Jacob se echó hacia atrás, apoyó la espalda en mis rodillas y jugueteó con la salchicha ensartada en un gancho de alambre estirado. Las llamas del borde de la hoguera lamían la piel cubierta de ampollas de la salchicha.
Lanzó un suspiro y se palmeó el estómago. Yo no sabía cómo aún parecía plano, pues había perdido la cuenta de los perritos calientes devorados a partir del décimo, y eso sin mencionar la bolsa extra grande de papas fritas ni la botella de dos litros de cerveza sin alcohol.

—Supongo —contestó Jacob perezosamente—; tengo el estómago tan lleno que estoy a punto de vomitar, pero creo que podré tragármelo —suspiró otra vez con tristeza—. Sin embargo, no lo voy a disfrutar.

A pesar de que Paul había comido tanto como Jacob, le fulminó con la mirada y apretó los puños.
—Tranqui —Jacob rió—. Era broma, Paul. Allá va.

Lanzó el pincho casero a través del círculo de la fogata. Yo esperé que aterrizara primero en la arena, pero Paul lo atrapó con suma destreza por el lado correcto sin dificultad alguna. Iba a acomplejarme como siguiera saliendo sólo con gente tan hábil y diestra.

—Gracias —repuso Paul, a quien ya se le había pasado su amago de ataque de genio.

El fuego chasqueó y la leña se hundió un poco más sobre la arena. Las chispas saltaron en una repentina explosión de brillante color naranja contra el cielo oscuro. Qué cosa más divertida, no me había dado cuenta de que se había puesto el sol. Me pregunté por primera vez si no se me estaría haciendo demasiado tarde. Había perdido la noción del tiempo por completo. Estar en compañía de mis amigos quileute había sido mucho más fácil de lo previsto.
Mi irrupción en la fiesta junto a Jacob empezó a preocuparme mientras llevábamos la moto al garaje.
Pero cuando Jacob me condujo por el bosque hacia el punto de encuentro en lo alto de una colina, donde el fuego chisporroteaba más brillante que el cielo oscurecido por las nubes, todo sucedió de la forma más alegre y natural.

—¡Hola, niña del bat! —me saludó Paul. Resultaba que él y yo habíamos podido congeniar bastante bien luego del batazo que le di a Edward.

Quil dio un salto para chocar los cinco conmigo y besarme en la mejilla.
Emily me apretó la mano con fuerza cuando me sentó al lado de Sam y de ella en el suelo de fría piedra.
No sólo asistían los chicos. Billy también estaba allí, con la silla de ruedas situada en lo que parecía ser el lugar principal del círculo. A su lado, en un asiento plegable, se hallaba el Viejo Quil, el abuelo de Quil, un anciano de aspecto frágil y cabello blanco. Sue Clearwater, la viuda del amigo de Charlie, Harry, se sentaba en una silla al otro lado; sus dos hijos, Leah y Seth, también se encontraban allí, acomodados en el suelo como todos los demás.

El rostro encantador de Leah no delataba ningún tipo de emoción, pero no se apartó en ningún momento de las llamas. Al mirar los rasgos perfectos del rostro de Leah, era imposible no compararlos con la cara destrozada de Emily.
¿Qué tan parecidas habrían sido antes del incidente?

Ser Bella SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora