Primer Acto

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A veces hay cosas que son tan complicadas de explicar, que no existen palabras suficientes para decirle a la gente lo que sucede, y eso, es algo que le sucede en este preciso momento a una joven practicante en el área de psiquiatría en el Royal London Hospital. Recientemente había terminado de realizar un análisis clínico psiquiátrico, el cual había llegado a sus manos gracias a su jefe de área y los resultados no eran los mejores.

—Doctora Charles, el señor Brown ya está aquí, la espera en su consultorio... —habló uno de los enfermeros, entregándole una tabla con el historial de aquel hombre.

—Gracias, Scott. Llama a más enfermeros y busca a la doctora Miley para que prepare una habitación. El señor Brown va a tener que quedarse internado en el hospital por un tiempo —pidió la castaña al trabajador, con un un hermoso acento francés y una melodiosa voz.

La única diferencia de esta vez, es que no compartía el mismo tono carismático de siempre, para esta ocasión lo único que podía tener en mente eran malas noticias para el señor Brown, y temía por la reacción del mismo, era un caso clínico muy fuerte y sabía que su paciente iba a tomarse mal la situación.

—En seguida.

Continuó con su camino hacia el consultorio que le habían designado en el hospital. Afuera del mismo, en la puerta, había una hermosa placa tallada en oro con su nombre, un regalo de su amado padre, el cual ejercía la misma profesión por la cual ella se había inclinado.

Dentro de la habitación, se encontraba ya listo su paciente. La joven mujer dio unos cuantos toques para anunciar que iba a entrar, algo que hizo pocos segundos después. Intentó regalarle la mejor sonrisa que podía al señor Brown. Aquel hombre moreno la miró con desdén, y una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

El señor Brown no había tenido una vida fácil, perdió a su familia en un traumático accidente, los vio morir uno a uno. Su padre había abusado de él desde que era un niño, al igual que su madre había sido maltratada. Siempre vivió abandonado, socializar le había sido muy complicado, pues la brutalidad de su padre y las creencias de que no valía nada se lo habían bloqueado, durante toda su infancia nunca logró entablar conversación con alguien, hasta que por ser así sus compañeros también abusaban de él, lleno de burlas, desprecios y malos tratos. El no socializar con nadie hizo que su mente comenzara a imaginar cosas, como voces y personas para no sentirse solo, algo que la gente suele conocer como "amigos imaginarios", solo que no lograba verlos del todo. Eso hasta que conoció a su esposa, una mujer paciente que lo comprendió y ayudó a salir de eso, formó una hermosa familia, que a pesar de ser algo complicada por los bruscos cambios de humor y personalidad, seguían luchando por ser mejores. Y a lo que decía el historial del Señor Brown, todo se había controlado y calmado, hasta que ocurrió el accidente en el que su mujer y sus hijos murieron en sus brazos.

—Buenos días, Señor Brown ¿Me recuerda? —preguntó con delicadeza la psiquiatra.

Se movió por toda su oficina hasta tomar asiento en su sillón habitual, frente al cual siempre se sentaban los pacientes.

—Por supuesto que sí, Doctora Charles. Me mandó llamar el día anterior...

Asintió a su respuesta.

—Así es, sus resultados logre obtenerlos antes y creí que lo mejor sería decírselos lo más pronto posible. Pero primero ¿Cómo se siente?

Un sonoro suspiro salió de los labios del paciente. Este se removía con incomodidad en dónde estaba, por lo cual se acomodó una y otra vez sobre el asiento.

—No hay mucho que decir... Es lo mismo de siempre. Sigo escuchando las voces de mis hijos en la casa, siento sus presencias y a veces es como si continuarán ahí. Ellos no están muertos, yo lo sé. Puede que su cuerpo no esté aquí, pero en alma todavía siguen conmigo. Me buscan, me hablan para que juegue con ellos y... —se calló.

El sentir la presencia de seres queridos recién fallecidos era normal, era un sentimiento y una sensación de duelo que muchos tenían, pues a veces era complicado acostumbrarse a su ausencia. Pero con el señor Brown esto había perdido sentido, porque su familia había fallecido hacía ya veinte años.

—Y... ¿Qué más hacen, Digg? —preguntó con cuidado la doctora.

—... No lo sé —admitió —. Yo ya no lo recuerdo —agregó con preocupación y temor en la voz —. Doctora ¿Qué es lo que me sucede? ¿Por-por qué no recuerdo? ¿Por qué los escucho y veo pero incompletos? ¿Acaso querrán dejarme esta vez?

Aquel hombre, comenzó a temblar, sus manos hacían movimientos inconscientes, eran tics de nerviosismo, que indicaba una crisis por no poder recordar qué más había sucedido con sus hijos.

—Señor Brown... usted está diagnosticado con esquizofrenia, bipolaridad, depresión y estrés postraumático —respondió con lentitud —. Son enfermedades psiquiátricas severas, de las cuales nosotros podemos ayudarlo a salir para poder llevar una mejor vida.

El ceño del señor se frunció fuertemente. Aquella tristeza que se reflejaba en su mirada se apagó por completo, encendiendo una luz roja en los ojos oscuros del paciente. El enojo se había abierto paso en la mente y los sentimientos de Digg Brown. Se levantó de una manera brusca, tirando el sillón en el que estaba sentado, hacia atrás.

La joven doctora se exaltó un poco por el movimiento, sin embargo, hizo todo lo que pudo para mantenerse en su lugar y mantener una buena postura, de firmeza, seguridad, pero con amabilidad en la mirada, intentando transmitirle a su paciente que todo estaría bien.

—¡¿Qué acaba de decir?! —explotó —¡¿Me está diciendo que estoy loco?! ¡Usted es la loca! ¡¿Cómo cree que puede decirme q-que estoy enfermo de la cabeza?!

—Señor Brown, le pido por favor que haga lo posible por calmarse ¿de acuerdo? Sé que ahora podrá estar exaltado por la noticia, pero necesita tiempo para asimilarlo. Va a quedarse internado aquí en el hospital para poderle administrar los medicamentos para poderlo ayudar y verá cómo las cosas irán cambiando poco a poco.

—¡Me niego! ¡Todos ustedes disque doctores solo son una red! ¡Una mafia que busca aprovecharse del dolor de los pacientes para medicarnos y tenernos controlados bajo su poder! ¡Es indignante que me diga eso y utilice a mis hijos para hacerme creer que estoy loco! ¡Ellos están aquí todavía! —gritó, comenzando a tirar las cosas a su alrededor.

Finalmente, la doctora se levantó de su lugar para ir en búsqueda de una inyección calmante.

—¡Señor, tranquilícese! —pidió la menor, se acercó al paciente, intentando proporcionarle aquel medicamento, sin embargo, él pegó un fuerte golpe hacia la doctora.

Cegado por el coraje, propinó un puñetazo a la psiquiatra, dejándola inconsciente en el suelo y con la inyección en mano. En ese momento, los agentes de seguridad irrumpieron en la habitación, tomando con correas al señor Brown, para así poderle dar el calmante y poder llevarlo a internar. Poco tiempo después, él también cayó inconsciente.

El enfermero Scott, quien era uno de los mayores ayudantes y amigo de la joven doctora, entró al consultorio, encontrándola tendida en el suelo y con un gran golpe en la cabeza. Maldijo por lo bajo, yendo en su dirección, para tomarla con cuidado y llevársela a otra habitación para ayudarla y dejar que despertara.

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