Octavo Acto

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Los violines y el chelo escuchándose en el mismo y perfecto compás llenaba el gran salón en el cual se estaba brindando el baile de presentación. Dentro de aquel recinto, cientos de varones y pertenecientes a las familias nobles más adineradas de todo el estado se encontraban esperando a que comenzara la presentación de las jóvenes solteras en busca de algún buen matrimonio. Detrás de aquellas grandes puertas, ya se encontraba la señora que había recibido a los viajeros en el tiempo, junto a Georgina y a su hija. Las cuales miraba con asombro y orgullo, pues ambas lucían más que preciosas para esta gran noche, en la cual probablemente conocerían a su persona especial.

—Lucen preciosas, mis niñas. Se que causarán impacto en los caballeros... —sonrió la mujer.

Ambas jóvenes, posaban unos preciosos vestidos amarillos, el color que representaba a su familia y al Georgina ir con ellos, iba representando ese color. Las dos sonrieron en forma de agradecimiento, y las dos se encontraban sumamente nerviosas en ese momento, Georgina porque no estaba segura de cómo funcionaban estas cosas y no sabía lo que pasaría, nunca creyó llegar tan lejos en esto y aunque se encontraba fascinada con la época, la elegancia de las personas y parte de sus románticas tradiciones, no estaba acostumbrada. Leonor por su parte, las cosas eran diferentes, puesto que este era su presente y su futuro, y ella debía de conocer al hombre con el que se casaría, y eso la tenía nerviosa y emocionada.

—Gracias, madre... —sonrió apenada la joven Leonor.

La castaña del siglo XXI, intentó sonreír y responder, más no pudo ser así. Estaba preocupada y esperaba que Otto estuviera allá adentro para ir con él. Las puertas pronto se abrieron, una a una, las mujeres de las familias iban entrando para presentar a las mujeres casaderas de Inglaterra, y al pasar el tercer grupo de féminas, finalmente fue su turno de abrirse paso por el salón.

—Con ustedes, la señorita Leonor Wentworth y su acompañante la señorita Georgina Charles, siendo presentadas por la muy honorable Lady Wentworth.

Al escuchar las palabras del señor, las tres se adentraron en el lugar. Las miradas de todos recayeron sobre ambas jóvenes hermosas e inigualables. Georgina y Leonor, portaban una misma aura, se demostraban serenas, elegantes y dulces; eran la imagen de la perfección personificada. Los ojos de la viajera en el tiempo comenzaron a moverse de una manera disimulada, pero ágil, en búsqueda de aquel hombre que la había llevado hasta esa época vitoriana en la cual estaban. Logró divisar su presencia al fondo, se encontraba junto al señor que los habían recibido, la mirada de Otto había destellado al verla caminar por el pasillo formado por los invitados —el cual iba directamente con la reina—, pues ante sus ojos no había nada que no le quedara bien a Georgina Danielle Charles. Y ni qué hablar de la señorita Leonor Wentworth, la cual también lucía increíblemente atractiva ante sus ojos, no obstante, su atención se concentraba mayormente en la joven a la cual podía cortejar.

Otto sonrió, orgulloso de que su alma gemela fuese tan hermosa y pura en cada una de sus vidas. Las tres mujeres hicieron una reverencia ante su majestad y tan pronto como recibieron la aceptación de la monarca, fue la reunión dio a su inicio. La gente, sin dejar de lado su porte y elegancia se movió por el lugar. El hombre de ojos ámbar no tardó en aproximarse a su acompañante en esta travesía del tiempo y de manera adecuada para la época, la saludó. Tomó su delicada mano entre sus dedos, alzándola para dejar un pequeño beso en el dorso de la misma.

Georgina sonrió de alivio al tener al hombre frente a ella. No tenía idea de como, pero iba a hacer hasta lo imposible para no separarse de él, no más. En un lugar tan desconocido, le aterraba estar sola. La música comenzó a sonar, y una idea llegó a la mente como una excusa ante la sociedad para estar cerca de la joven.

—¿Me concedería este nuestro primer baile...? —preguntó el varón por lo bajo, recibiendo una afirmación por parte de la menor.

—Me encantaría, señor Dirac.

Ambos fueron al centro del lugar, donde también varias parejas más ya se encontraban disfrutando de la buena música y compañía, aprovechando así la oportunidad de ir conociéndose entre sí y decidir a quién pretender en esta temporada. Con cuidado, una mano de Otto rodeó la cintura de Georgina, acercándola en su dirección. La mano libre de la castaña, fue a parar al hombro de su acompañante. Comenzaron a moverse al compás de los violines y del piano. La mirada de muchos estaban sobre aquellos dos extraños inquilinos en la ciudad, pues todas las familias eran conocidas por todos y se les figuraba extraño no conocer los rostros o nombres de esos dos, quienes parecieron no dudar en hacerse cercanos.

—Te ves increíble estando en esta época —halagó él.

—Tu también te ves muy apuesto con ese traje. Aunque admito que me gustas más con el primero, con el que te conocí... —mencionó ella por lo bajo también.

Una risa melodiosa y encantadora salió de la garganta de Otto. Se sentía raro con lo que portaba en esos momentos, pero tampoco sentía que le asentaba mal, no obstante, le había fascinado escuchar a su bella dama decirle que le gustaba cómo era en su época. Moría de ganas de llevarla a los años veinte, y estaba pronto a hacer eso, solo quería mostrarle como último el cómo se conocían en esta época victoriana. Leonor era la versión antigua de Georgina, pero aún estaba en incógnita para ella y para quien los había recibido, saber quién era él en esos años.

Desde lejos, en el exterior del lugar en el que se encontraban, había dos hombres observandolos, finalmente habían encontrado a sus ladrones, a quienes se habían adueñado de la máquina y del tiempo, para viajar por el y manejarlo a su antojo, y era hora de hacerles pagar por sus actos. El reloj en el bolsillo del traje de Otto comenzó a calentarse poco a poco, algo que el hombre por estar enfocado en la mujer frente a él no estaba prestando atención. El oji-ámbar movió su mirada por unos segundos, enfocando a Leonor a unos metros de distancia, quien estaba esperando a que alguien llegara a charlar con ella, algo que sucedió a los pocos segundos.

El mayor se acercó aún más a la psiquiatra, para buscar su oído y susurrar:

—Voltea a tu izquierda... Ahí estamos nosotros dos.

Haciendo caso a sus palabras, de manera disimulada volteó. Encontrando a Leonor con un joven sumamente guapo. La química que había entre los dos no fue fácil de dejar atrás, la mirada de ambos jóvenes chispeaban en emoción y anhelo por tenerse el uno al otro; las mejillas de la señorita Wentworth se habían sonrosado de una manera muy tierna, pues en su mente todo parecía una alucinación. Una de sus pasiones era la pintura, y sin saberlo, había retratado al chico frente a ella, materializandolo hasta que se conocieron.

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