Último Acto

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El ruido a su alrededor volvió a ser presente, una luz incandescente estaba por encima de Georgina, causando una gran molestia a sus ojos. La doctora, volvió a abrir los ojos, para encontrarse recostada en una de las camillas del hospital en el cual trabajaba. Desorientada, se enderezó, observando que a su alrededor estaban algunos colegas suyos, junto a su gran amigo Scott, los suspiros de alivio al verla despertar después de casi una hora llenaron el lugar. ¿Cómo es que llegó aquí? Ella había despertado antes en el mismo lugar, pero no había nadie a sus alrededores. ¿Cómo era eso posible? ¿Qué es lo que había sucedido?

—Georgina. Dios mío, nos tenías muy preocupados, que bueno que despiertas —mencionó Scott dirigiéndose a su camilla.

—¿Q-Qué pasó? —preguntó aún desorientada. El nombre de una persona en específico inundó su mente. Otto. ¿Qué había pasado con él? ¿Dónde estaba? —Otto... ¿Dónde está Otto? —soltó muy por lo bajo, diciendo casi imperceptible.

—¿Otto? ¿Quién es Otto?

Al ver el ceño fruncido de su amigo, Georgina en ese momento, cayó en cuenta de su gran error. Nadie sabía de la existencia de Otto, y si lo hacían no eran de esta época entonces... o tal vez nadie sabía de él porque nada de lo que sucedió fue real. Ante aquella gran posibilidad, el corazón de la psiquiatra se rompió, sintió en su interior como algo tronaba y se hacía añicos. Probablemente todo había sido un simple y divertido sueño, una fantasía que jamás se haría realidad, porque ésta era la realidad de las cosas; no todas las almas gemelas estaban destinadas a estar juntas, muchas no lograban ni encontrarse, tampoco eran posibles los viajes en el tiempo y el jugar con la temporalidad y los minutos del fin de los tiempos, tampoco era algo posible. Siendo realistas, todo apuntaba a que había sido solo un sueño, una creación de su imaginación y una mala jugada de su mente.

La chica de intensos ojos azules tomó una gran bocanada de aire para controlarse y así también evitar llorar. No podía mostrarse débil por algo que realmente nunca pasó, no quería que sus colegas la trataran de loca y sería un escándalo que una de las mejores psiquiatras y más joven del país esté en este estado.

—Me golpearon ¿Cierto?

—El señor Brown se puso agresivo —respondió Scott en una afirmación —. ¿Cómo te sientes? ¿Quiéres ir a sacar un análisis para asegurar de que todo esté bien? —preguntó con amabilidad.

—Sí, yo... iré más tarde.

Se levantó de la camilla y alisado su bata salió de aquella pequeña sala. En realidad, no planeaba ir a revisarse, o al menos no en esos momentos, necesitaba un momento a solas para poder analizar lo que había sucedido y asimilarlo todo. Estaba muy segura de que después de esto iba a necesitar terapia, más de la cual ya solía hacer.

Al llegar a su consultorio, cerró con llave la puerta detrás de ella. Las cosas que ella recordaba estaban tiradas, ya no lo estaban, en cambio, las cosas estaban muy bien acomodadas y organizadas como solía gustarle, era un orden muy específico que nadie era capaz de cumplir más que ella misma. Sobre su escritorio, había un sobre, una carta con sellos antiguos, y en el mismo sobre, con una caligrafía cursiva perfecta había una pequeña nota.

«Ve al cementerio principal de Londres y busca la tumba de Davil Ostenberg. Y por favor, no abras esta carta hasta que estés ahí... »

Los ojos de la fémina lagrimearon, pero reconocía esa letra de algún lugar y tenía que ir a ese lugar a visitar la tumba de aquel hombre Davil Ostenberg. Sin pensárselo dos veces, la mujer se quitó su bata clínica, para tomar su chaqueta y salir a las frescas calles de Londres. Se montó en su auto y tan pronto como el tráfico se lo permitió, llegó al cementerio principal de Londres, uno de los más grandes y era famoso por tener a grandes figuras históricas descansando en aquel terreno. Al estar ahí, preguntó a uno de los trabajadores por la lápida solicitada. Aparcó el auto cerca de donde debía estar, bajó del coche y se encaminó con lentitud hacia la fila de tumbas, buscando entre ellas el nombre de aquel sujeto, sin embargo, la sorpresa llegó a ella al darse cuenta de algo.

Había encontrado la lápida de Davil Ostenberg, pero a su lado, había otra con el nombre de Otto Dirac. No venía una fecha de defunción, pero sí estaba plasmado el año de Nacimiento que Otto le había dicho a Georgina cuando se conocieron. Un pequeño nudo se formó en su garganta ¿Entonces todo había sido real?

Con las manos temblorosas, la castaña abrió el sobre, para ver en su interior la carta con la misma caligrafía perfecta del exterior:

«Ma belle dame...
Una vez, mi padre me dijo que una persona puede vivir hasta cuatro vidas y fue entonces que decidí comprobarlo. Robé una máquina del tiempo en Francia y al usarla viajé a tu encuentro. Primero te hallé en Grecia, un poco antes de la era de Cristo, te habías vuelto filósofa y siempre estabas escribiendo para todos y no me sorprende, siempre has sido arte. Años más tarde, te encontré pintando un retrato en la época victoriana, supe que eras tu al ver a tu pincel plasmándome a mi aún sin conocerme. Poco tiempo después viajé hasta la época dorada, estabas deleitando a todos con tu asombrosa voz a la orilla del mar en Mónaco. Y finalmente, decidí hacer un último viaje al futuro para encontrarte en Inglaterra, siendo igual de bella y única como en cada una de nuestras vidas pasadas.

Es extraño, ¿sabes? Que a pesar de no poder estar juntos en tu presente, en el pasado siempre te encontré.

Durante esos viajes me di cuenta de que esta era mi última vida, te había perdido y quería verte una última vez, es por eso que tomé mi máquina del tiempo y viajé hasta ti. Dentro del sobre de esta carta te dejé un pequeño rollo fotográfico, para que cuando me extrañes, ahí puedas encontrar nuestra línea de vida; yo haré lo mismo por ti. Así que si no vuelvo a viajar en tu búsqueda, entonces me despido, fue un placer escribir la historia a tu lado.

Atte. El mejor ladrón del tiempo.»

Un pequeño sollozo salió de los labios de Georgina, había sido real, cada cosa que vivieron era real, Otto si había existido. Con cuidado, limpió sus lágrimas. Cerró aquel fino pedazo de papel, volviendo a posar su mirada en ambas lápidas ¿Por qué le había escrito que fuera a la de Davil Ostenberg? ¿Qué lugar tomaba él en todo esto? La verdad de las cosas, era que ese hombre era el poseedor del alma de Otto, él era su reencarnación en la actualidad, y habían sido sepultados juntos. No obstante ahora había otro misterio por resolver; en la tumba de Otto, solo estaba el año de su nacimiento, no venía la fecha de su fallecimiento como en todas las demás. ¿Por qué era así?

No obstante, en ese momento la respuesta que la chica buscaba a aquella incógnita fue resuelta. El sonido de unas hojas secas tronando detrás de ella la hicieron girarse, un apuesto hombre de hechizantes ojos ámbar estaba observándola a lo lejos. La fémina sonrió suavemente, impresionada por lo que estaba viendo. Aquel hombre fue hasta ella y alzando su mano, con delicadeza se dio el tiempo de secar cada una de las lágrimas que Georgina había derramado.

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