—¡Oh, querida! No puedo creer que hayas estado vistiendo estos sucios andrajos —soltó la mujer con total impresión.
Aquella señora la había llevado a una de las habitaciones de invitados y le había dado su espacio para darse un baño y en cuanto terminó, fueron llamadas las verdaderas mujeres del servicio, jóvenes que iban desde los trece años hasta adultas mayores y comenzaron a sacar y llevar largos vestidos. Por unos momentos, la mente de la chica se quedó en blanco, sin saber qué hacer o qué decir, hasta que cayó en la cuenta de que todos esos vestidos eran para ella. Pero había algo que no le cuadraba del todo.
—Disculpe, pero no es necesario tanto... —mencionó Georgina.
La mujer miró con incredulidad a la menor y soltó unas risillas para negar.
—Pero claro que lo es. En un par de horas es el baile de presentación y tienes que estar perfecta, querida. Con esa mirada tan espléndida y ese rostro tan fino estoy segura de que los muchachos pelearán por tu mano...
El detalle era que Georgina no iba a poder quedarse aquí por mucho tiempo, y no sabía qué estaba sucediendo con Otto en estos momentos. Tenía la idea de que probablemente el señor le esté informando igualmente de la situación del baile, y esperaba poder verlo pronto para retomar juntos su camino en esta línea del tiempo, pues la psiquiatra recordaba las palabras del viajero en el tiempo.
En el otro extremo de la casa, Otto ya se había dado su baño y colocado un traje prestado del gran y noble señor que los había recibido junto a su esposa. El joven, se encontraba un poco preocupado por las atenciones que les daban, temía que por lo mismo se tuvieran que quedar más tiempo para poder continuar con su mentira respecto a que eran los hijos de colegas del hombre. El menor en la sala se acomodó las mangas y ajustó los botones de sus muñecas, tenía que decirle la verdad, pero también tenía que encargarse de que de lo que dijera nada afectara la línea temporal en la que estaban, porque si no, todo el futuro podría verse modificado, y con eso se vendrían aún más problemas de los que ya había y tendría en cuanto regresara a su año.
Mientras que la cabeza de Otto se encontraba maquinando alguna forma de sacarlos de aquí, no sin antes ver lo que quería mostrarle el chico de ojos ámbar a su pequeña Georgina, el dueño de la casa miraba con detenimiento al invitado, pues había algo en él que le llamaba la atención, y no era solo por sus hipnotizantes ojos de un color sumamente peculiar, sino, que había algo más en él y en la chica recién llegada que le llamaban la atención y eso le hacía pensar por unos momentos que aquellos dos inquilinos no eran de aquí de la antigua Gran Bretaña. Además de que el rostro del joven se le hacía conocido de algún lugar y desde ese entonces se afirmó a sí mismo de que nunca lo olvidaría.
—¿En qué piensas, hijo? —cuestionó con curiosidad el señor.
—En nada... es solo algo personal —respondió Otto tan solo después de unos segundos.
—Anda, dime que tienes. Cabe la posibilidad de que pueda ayudar —animó.
—Realmente me gustaría decírselo, señor, pero para mi mala suerte es algo en lo que nadie puede ayudarme.
—No piense así. Si no lo dices nunca lo sabrás... —al no obtener una respuesta por su parte, lo único que el mayor hizo, fue soltar un suspiro antes de decir qué es lo que pensaba —. Ustedes dos no son de aquí ¿O me equivoco?
Al escucharlo soltar aquello, a Otto le fue imposible no quedarse estático por unos momentos, revelando consigo una gran verdad, pues esa fue una forma de admitir que no era de aquí, aunque había algo de verdad en aquella mentira que intentaban sostener.
—No sé a qué se refiere, señor... Creí que era algo claro el que no éramos de aquí, usted mismo lo dijo —contestó finalmente y alzando su mirada.
—Soy un hombre observador, y observo mucho. Yo ya te había visto antes...
—¿Qué quiere decir? —preguntó ciertamente alarmado. Temía que en uno de sus viajes el hombre lo haya alcanzado a ver.
—Sé que no eres de aquí, y que tampoco eres el hijo de uno de mis amigos. Yo ya te había visto por aquí, rondando en mi propiedad y cerca de una de mis hijas. Es por eso y que por protección de todos necesito que hables y me confieses las cosas con la verdad ¿Quién eres y qué intenciones tienes?
El temor lo invadió por unos segundos, pues le asustaba que lo tomaran como a un loco y los corrieran de la casa antes de poder mostrarle a Georgina lo que quería y eso era algo de suma importancia para él, era parte de la historia que escribieron juntos en cada una de sus vidas. Pero esta era su oportunidad, tenía que decirle la verdad antes de que fuera demasiado tarde.
—Está bien, lo admito. No soy de aquí, Georgina si es británica, pero no somos de este tiempo... —confesó.
El rostro del hombre se tornó a uno lleno de confusión. Se le hacía creíble eso que decía el joven, pero lo último que había agregado, no le parecía muy coherente por su parte.
—¿Que no son de este tiempo? —rió —. Imposible, hijo, te pedí que no dijeras mentiras.
—No es una mentira, señor. Mi nombre es Otto Dirac y soy un viajero en el tiempo. Vengo de Francia del siglo veinte, en la década de los años veinte. Robé una máquina del tiempo.
Al notar la seriedad con la cual el chico decía las cosas, la expresión del hombre poco a poco se fue tornando a una más preocupada, aquella risa que compartía con su visitante se desvaneció. Alzó ambas cejas, viéndolo expectante, intentando descifrar si Otto le estaba jugando alguna especie de broma, pero al notar que no reía con él y mantenía una postura segura de sus palabras, supo que lo que había dicho era verdad.
—¿Pero...? ¿Cómo es que eso es posible? —preguntó incrédulo el mayor.
Con algo de inseguridad, el tipo de ojos ámbar, sacó de su bolsillo aquel reloj que controlaba el tiempo. Era un artefacto casi único en existencia, pues hasta la fecha solo habían dos; uno lo tenía él y el otro lo estaban usando quienes perseguían a Otto por haberse robado el reloj, pues el tiempo de las generaciones futuras se estaba viendo gravemente reducido por cada año atrás o al frente que viajaban.
Otto era un ladrón del tiempo; robaba segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas y hasta siglos, por no decir que milenios, del resto de la historia en la humanidad, todo por volver a ver a su amada Georgina y conocerla en su última vida.
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Ladrones del Tiempo
Historia Corta¿Alguna vez has escuchado hablar sobre las almas gemelas, las vidas pasadas y futuras, y de los viajes en el tiempo? Pues yo sí y quién diría que eso podría ser realidad... O tal vez todo es realmente un sueño. Para Georgina Charles, una psiquiatra...