Tomando una gran bocanada de aire, la doctora abrió los ojos de golpe, se incorporó en un salto sobre la camilla en la cual se encontraba recostada y miró a su alrededor, encontrándose completamente sola. Se puso de pie, para acomodar su bata y encaminarse hacia el exterior de la habitación. Al salir, los pasillos del hospital estaban completamente desolados, no había ningún ruido al rededor, algo que se le hacía extraño a la joven psiquiatra, puesto que siempre había alguien charlando por lo bajo, los teléfonos sonando o se escuchaban los llamados de los altavoces en busca de los doctores.
—¿Por qué no hay nadie? ¿Dónde están todos? —se preguntó por lo bajo.
Sintiéndose algo insegura por aquella extraña situación, fue directo a su consultorio, pues tenía que colocar algunas cosas en orden respecto a su reciente paciente. No encontró a nadie en el camino, ni a un solo enfermero o a su fiel amigo, Scott. La doctora abrió la puerta, sin embargo, finalmente se dio cuenta de que no estaba completamente sola, pues un extraño hombre estaba parado frente al escritorio de la fémina. Al no esperar aquella presencia, pegó un pequeño brinco del susto, cerrando un poco la puerta por un par de segundos para calmarse.
Al otro lado de la habitación, aquel misterioso caballero, se acercó con extremo cuidado a la entrada, tomando el pequeño pomo entre sus dedos para abrir la puerta, y encontrarse con los brillantes ojos azules de la mujer fuera de la oficina. La chica, tomó algo de aire, alzando su rostro al inquilino, sin embargo, lo que se estaba preparando para decir, fue borrado de su mente por completo al su mirada caer sobre los ojos ámbar del hombre. Era algo impresionante, tenía una expresión intrigante, llena de destellos y una luz esperanzadora; algo que fue aún más notorio en cuanto él terminó de analizar las facciones de la dama frente suyo. Fue imposible para ambos no reconocerse. El rostro de ambos era familiar el uno del otro, no obstante, o al menos por parte de la joven, no podía recordar de dónde conocía era mirada. Se sentía que ambos tenían algo tan cercano e íntimo, pero a la vez era algo desconocido.
Una gran sonrisa se plasmó en los labios del hombre, haciendo que de manera inconsciente, la menor sonriera suavemente también. La chica parpadeó un par de veces, saliendo del pequeño trance en el cual había quedado inducida para darle un mejor vistazo al desconocido. Abrió la boca de nuevo para, aclararse la garganta y poder dirigirse a él.
—Discúlpeme, pero... ¿Nos conocemos? —preguntó por lo bajo.
El hombre no sabía si negar o asentir, puesto que no se conocían actualmente, pero se habían visto más de una vez en otras vidas.
—Nos conocimos más de una vez, hace un tiempo...
—¿En serio? —preguntó extrañada, más por la forma en la cual él había dicho aquello ¿A qué se refería con "más de una vez"? —¿Dónde?
—En nuestras vidas pasadas... —agregó él por lo bajo.
Aquello generó cierta duda, pero también interés por parte de ella hacia su contrario, pues era extraño el que mencionara las vidas pasadas, pero sabía que en algunas ocasiones aquello podía ser verdad y que podían encontrarse almas gemelas que estuvieron juntas en vidas pasadas, y aunque estaba negada internamente a ello, por el temor de llamarse a sí misma "loca", el simple hecho de que lo reconocía de algún lugar, sin saber bien de dónde, era una señal muy clara de que podía ser real y una parte de ella anhelaba creer.
—¿Quién eres?
—Me es un placer el volver a presentarme, mi nombre es Otto Dirac... —respondió el inquilino hacia la menor.
Con cuidado, tomó la delicada mano de la fémina entre las suyas, alzandola en su dirección, mientras hacía una reverencia hacia la mujer y dejaba un suave beso en el dorso de la extremidad de la psiquiatra. La joven miró con asombro a su contrario, embelesada por el acto y el porte que tenía.
—... ¿Podría concederme el honor de saber su nombre? —agregó, preguntando con especial cuidado a la menor.
Y vaya que si tenía que tener ese cuidado con ella. No porque fuera alguien que no comprendiera o una mujer sensible a la que había que tratarla con tacto, solo que tenía que ser precavido de no decir nada más extraño de lo que
—Soy Georgina Charles —contestó, dándole una pequeña sonrisa.
—Es un gusto verla, señorita Charles.
—Lo mismo digo, señor Dirac.
La doctora bajó su mirada para poder apreciar a Otto de cuerpo completo, percatándose de que portaba un traje que no era común en la época actual en la cual se encontraban. Portaba una gabardina muy antigua, un traje color café a rayas y una boina francesa del mismo color, al igual que un par de cadenas de oro colgaban redondamente por su pantalón y el chaleco del traje. Al observar tal imagen, la castaña terminó por fruncir su ceño con suavidad. El hombre se hizo unos cuantos pasos hacia atrás, permitiéndole así a la fémina, pasar a su consultorio. La menor se paseó con lentitud por toda su oficina, quitándose la bata clínica y dejándola descansar sobre el perchero.
—¿De dónde viene?
—Esa es una pregunta un tanto complicada de responder, ma belle dame —sinceró aquel hombre, lo que ocasionó que recibiera una mirada extrañada de la chica.
—Puede decir lo que sea, le aseguro que haré todo lo que pueda por comprenderlo —respondió la fémina con su suave y dulce acento francés.
Tomó algo de aire, el mayor caminó unos cuantos pasos por la habitación, palpando un objeto casi místico en los bolsillos de su gabardina —¿Segura? Yo... no quiero que crea que soy algún loco —admitió, soltando una pequeña risa.
—Estoy segura de eso, señor Dirac —asintió.
—Otto... por favor, llámeme solo Otto —pidió aquel hombre. Sonrió también en respuesta a la menor; bajó la mirada al suelo por unos segundos, analizando de si era lo correcto decirle lo que sucedía tan rápido, pues tenía que fuera demasiado apresurado, sin embargo, estaba en una lucha contra el tiempo y esperar demasiado, tampoco era lo más óptimo —. Aún en esta vida sigue siendo igual de comprensiva —susurró a sus adentros, sin el propósito de que ella lo escuchara, aunque no le molestaba si era así —. Está bien, le contaré. Soy de aquí, de Inglaterra, pero no de la Inglaterra actual, más bien, vengo de aquella Inglaterra de los años veinte...
Lo que sus oídos escuchaban no podían ser verdad, era irreal que alguien de hace exactamente un siglo estuviese parado frente a ella. La idea de que el hombre tuviese algún problema mental que lo hacía creer falsamente que venía de aquella época llegó a su mente, sin embargo, aquel diagnóstico exprés que había realizado la psiquiatra se había puesto en duda al verlo sacar de entre los bolsillos de su pantalón una cartera y entre aquellas pertenencias, una identificación bajo su nombre.
—E-Esto no puede ser verdad ¿Cómo es que tienes esto? ¿De dónde lo sacaste? —preguntó, echándole un vistazo al DNI.
—Esa identificación es verídica, ma belle dame. Nací en el año de 1895, aquí, en Inglaterra. Y la respuesta de cómo vine a parar aquí, es esta... —del bolsillo de su gabardina, sacó un reloj, pero no, no era cualquier reloj. Era uno forjado en oro, con un diseño único, sin embargo, no era un reloj perfecto —. Este reloj es una máquina del tiempo. Es un invento que estaban realizando los Estados Unidos junto a Gran Bretaña en mis años, y de hecho es algo en lo que actualmente siguen trabajando, pero no puede llegar a manos de cualquier persona, ni en mi época o en la tuya que es esta en la que estamos —explicó.
—Si es así ¿Cómo es que tiene ese reloj? —preguntó aún asombrada y con curiosidad. La fémina se encontraba totalmente incrédula por lo que veía.
—La robé. Mi padre trabaja en el gobierno en este invento y tuve que hacerlo. Robé este reloj por amor.
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Ladrones del Tiempo
Short Story¿Alguna vez has escuchado hablar sobre las almas gemelas, las vidas pasadas y futuras, y de los viajes en el tiempo? Pues yo sí y quién diría que eso podría ser realidad... O tal vez todo es realmente un sueño. Para Georgina Charles, una psiquiatra...