Quinto Acto

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Ambas sombras gemelas de diferentes tiempos, comenzaron a caminar por la plaza central de Grecia Antigua, habían preferido moverse de ahí antes de que pudiera ocurrir cualquier otra cosa entre sus vidas pasadas y ellos. Pues a pesar de no causar algún estrago en la línea temporal, había la posibilidad de que su interacción dejara aún más confusión en las cuatro personas.

Para salir del tumulto, Otto tomó de la mano a la joven Georgina, algo que en un inicio causó extrañeza en ella, no por el acto, si no por el tacto que dejaba el hombre sobre la chica. En lugar de dejar cierta incomodidad, cómo hubiese sucedido con cualquier otra persona que hubiera conocido en su presente, el hombre de ojos ámbar dejaba una sensación de comodidad y tranquilidad, era algo irreal, pero con solo su tacto o su mirada era capaz de transmitir calma a la chica; no había incomodidad, no había disgusto, sólo había química.

Se dejó guiar hasta que estuvieron en un lugar más tranquilo y a solas, había sido poco el tiempo que habían estado ahí en Grecia, pero no podían perder más de su tiempo y Otto quería llevar a Georgina a tres lugares más. Por más que le robaran el tiempo a las épocas futuras y con eso ellos podrían tener la libertad de decir que tenían todo el tiempo de la historia, había algo que los hacía ir en contra reloj, y era que cierto tiempo después, el reloj que el hombre había robado daría su ubicación y temporalidad exacta y eso haría más fácil el trabajo para quienes lo estaban buscando y para protegerla a ella, es por eso que Otto no malgastaba el tiempo que estaba robando, porque si lo atrapaban, no quería que ella estuviese ahí, no quería involucrarla en este delito que él había cometido.

—Otto ¿A dónde iremos ahora? —preguntó la menor por lo bajo a su acompañante.

—A la antigua Gran Bretaña. Hay algo que también es increíble y quiero mostrarte.

La chica no dudó en acceder. El hombre de ojos color ámbar sacó de sus bolsillos aquel precioso y antiguo reloj para poner lo en una fecha que los ubicaba en Inglaterra, específicamente en la era victoriana. Al igual que la primera vez, en esta segunda una brillante luz dorada salió del reloj y los rodeó por completo para hacerlos desaparecer de aquella antigua Grecia para aparecer en aquella era antigua de Inglaterra. Ambos, terminaron en un pequeño cuarto de una gran casa señorial donde por una pequeña ventana lograba colarse un poco de la cálida luz del día.

A lo lejos, el sonido de un esplendoroso piano rodeaba los pasillos de aquella residencia, indicando que había alguien en casa. Otto, volvió a guardar su reloj en su bolsillo para tomar la mano de Georgina, y en completo silencio abrir la puerta de la habitación y sacarlos ahí, pues había algo importante que hacer si querían encajar en aquella sociedad antigua y refinada, tenían que encontrar ropa adecuada, porque si no, serían vistos como extraños al usar simples sábanas blancas como ropaje.

—No creo que haya sido una buena idea aparecer específicamente dentro de una casa, Otto —susurró la menor, alzando su vista hacia el hombre a su lado.

—Podemos hacernos pasar por gente del servicio, nadie suele prestarle atención a esa gente.

—Pero tu y yo no somos del servicio, y tampoco lucimos como tales, se darán cuenta de eso, mejor eso déjamelo a mí...

Una maravillosa idea había llegado a la mente de la psiquiatra, y aunque no estaba del todo segura de que funcionaria, no perdían nada por intentarlo, era mejor a correr el riesgo de que los sacaran de la casa a la fuerza sin vestir algo más decente para la época en la que estaban. Pero primero, tenían que salir de aquella casa para volver a entrar como invitados y no como intrusos. La castaña regresó a la pequeña habitación, para ver por la ventana de la misma y observar que se encontraban en un primer piso, aunque este se encontrara un poco elevado del suelo del exterior.. Abrió la ventana para sentarse en el borde de ésta y voltear a ver al apuesto hombre que la acompañaba.

—Ven...

—Georgina ¿Qué planeas?

—Vamos a llegar, tocaremos y diremos que nos robaron todo —respondió.

—¿Estás segura?

—Sí, lo estoy ¿Quiéres poder estar en esta casa sin tener que ocultarnos o no?

Otto terminó por asentir, sintiéndose levemente regañado por la fémina. La verdad no era un mal plan. En esas épocas en las que se encontraban, era común este tipo de robos contra gente de la nobleza, y la casa en la que se encontraban, pertenecía a esa clase social, había una alta probabilidad de que los dueños comprendan su situación y les den un poco de asilo.

El mayor, se acercó a la chica para tomarla y moverla de la ventana, pues él planeaba entonces bajar primero para después ayudarla a salir y evitar así que se llegara a lastimar. Al estar en el exterior de la casa, Georgina se aproximó a Otto, para cambiar un poco la forma en la cual su tela estaba acomodada y de paso ensuciarla un poco más de la parte de abajo, pues tenían que tomar el aspecto de haber estado caminando por horas hasta llegar a dónde estaban; por su parte, la chica de ojos azules hizo lo mismo, desacomodó un poco la tela que portaba y le hizo dar cierto aspecto de ser un forro que llevaba debajo de un vestido, vestido el cual claramente no existía.

En cuanto ambos estuvieron listos y realmente parecieron haber sido víctimas de un robo en carretera, caminaron hasta la entrada de la casa y tocaron con fuerza, esperando ser escuchados por los propietarios de aquella gran mansión. Poco segundos después, el segundo del piano se escuchó pausado, hasta que recobró la vida, a la vez que una hermosa señora los recibió junto a su certidumbre. Aquella mujer los miró de arriba a abajo, una expresión de horror y preocupación la invadió para soltar un grito hacia el interior de la casa, mencionando el nombre de quien era su marido.

—¡Ludwig! ¡Ven aquí ahora! ¡Ya llegó la visita que me comentaste! —alzó la voz, antes de regresar con los inquilinos —. Oh por Dios, mírense ¿Qué les sucedió? —preguntó llena de angustia.

Georgina logró sentir algo de nervios al escuchar a la mujer. Pues resultaba que no los habían visto como desconocidos, creían que era visita que ya estaban programados para llegar. El mentirles y hacerle pasar por otra persona, la hizo sentir mal. Mentir sobre el cómo habían llegado, estaba bien, hacer fraude robándole la identidad a otra persona, eso no estaba bien. Otro logró percibir aquel nerviosismo de la mujer a su lado, por lo cual de manera instintiva llevó una mano a la suya, para tomarla e intentarle transmitir calma de esa manera.

Un pulcro hombre hizo aparición en la entrada de la casa, vestía un hermoso traje oscuro y portaba un elegante lente en un solo ojo, dándole un aspecto de poder, sabiduría, y clase. Aquel tipo, se bajó el lente de la cara, para mirar con el ceño fruncido a los viajeros en el tiempo.

—Oh por Dios, jovencitos mírense. ¿Qué les pasó? No puedo creer que llegaran en estas condiciones.

—Nos robaron en el camino... nos dejaron sin nada en las manos e hicimos lo que pudimos para llegar hasta aquí —respondió Georgina con la voz algo temblorosa.

—¿Los robaron? ¡No puedo creerlo! ¡Esos ineptos ya me tienen harto! —soltó con furia el señor. Tomó algo de aire y se calmó —. Discúlpenme. Vengan, pasen. Necesitan darse un baño y les daremos algo de ropa. Tenemos que prepararlos para el gran baile de esta noche.

La castaña le dio una mirada rápida a Otto. La mujer se acercó a ella para tomarla del brazo, al igual que el hombre de la casa se aproximó al viajero en el tiempo para hacerlo pasar. No tuvieron la oportunidad de decirse adiós, cuando ambos ya habían sido separados y llevados a dos extremos diferentes de la casa.

Esa noche, se iba a brindar un gran baile y sumamente importante en la ciudad, grandes familias se reunirán para hacer presentación de las jóvenes señoritas que estaban disponibles para el cortejo, y así, encontrarle un esposo a cada una, uniendo lazos entre las mejores y más adineradas familias. Para esta temporada, el dueño de la casa había invitado a los hijos de varios amigos lejanos suyos, los cuales no conocía, pero esperaba que pudieran acompañarlos junto a sus preciosas hijas. No obstante, ante la ausencia de aquellos jóvenes invitados, la aparición de Otto y Georgina en la puerta de su casa los hacía parecer ser los hijos de aquellos amigos a los cuales había invitado.

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