Cuarto Acto

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Después de esperar a que aquellos tipos que estaban siguiendo a Otto continuaran con su camino, él pudo salir de su escondite, dirigiéndose así finalmente a donde su amada alma gemela lo estaba esperando. Caminó unos cuantos metros más, hasta llegar al muro. Sin dudar o verse sospechoso, se introdujo para encontrarse a la castaña esperándolo.

—Espero no haberme tardado demasiado... —se disculpó un cuanto estuvo frente a ella, ofreciéndole la ropa que había conseguido para ella.

—No, de hecho, no tardaste nada —respondió la fémina, tomando aquella prenda que él le tendía —. Muchas gracias.

—Fue un placer. Esperaré al otro lado del muro, para que puedas cambiar de ropa ¿De acuerdo?

—Claro que sí.

Agradeció por lo bajo una vez más a su acompañante, para darse la vuelta y pensar en cómo iba a colocarse aquella prenda. Sabía que tenía su gracia el saber amarrar aquel pesado de tela para dar alusión a un vestido de la época de la antigua Grecia, sin embargo, era una persona inteligente y logró ingeniárselas para armar el vestido. Se desnudó con algo de pena, no estaba segura de si alguien estaba viéndola o de si realmente no estaba a la vista de nadie, y aunque fuese de otra época, le apenaba que la vieran en completa desnudes.

Sin perder mucho tiempo, se enfundó entre aquellas hermosas y finas telas blancas, para soltar su cabello y dejar que cayeran sus castañas ondas naturales y no causar algún revuelo por la coleta en la cual llevaba alzada la melena. Se deshizo de sus zapatos, pues en aquella época todos iban descalzos, y doblando lo que llevaba puesto con anterioridad, salió en búsqueda de Otto, para encontrarlo de brazos cruzados y recargado en el lado exterior del muro que los estaba separando.

—Ahora sí, ya estoy lista... —habló la menor, llamando la atención del hombre de ojos ámbar.

La recorrió con la mirada de arriba a abajo, pero no de una forma irrespetuosa, sino, más bien con respeto y admiración, pues la mujer frente a ella lucía espectacular con la vestimenta blanca y pura de la época. Su melena suelta al natural y el brillo que le daba el color de su ropaje la hacían ver aún más hermosa de lo que era, aún más preciosa de lo que él ya la veía.

—Te ves increíble —mencionó de manera inconsciente el castaño por lo bajo.

—Gracias, el blanco también te queda muy bien —admitió la psiquiatra acercándose con lentitud al hombre.

Otto, le extendió su mano mientras hacía una pequeña reverencia, en la espera de que la mujer la aceptara y en cuanto fue así, él sonrió aún más.

—Gracias. Ahora sí, ma belle dame, vamos. Hay algo impresionante que te quiero mostrar.

La fémina accedió a la invitación que le ofrecía el caballero frente a ella. Y en el segundo en el cual asintió, comenzaron a caminar por la gran plaza central de Athena, la capital de la Antigua Grecia. La mirada intrigante de los pueblerinos estaba sobre ellos, y no porque lucieran diferentes, sino, que la presencia de ambos lograba abrirse paso por donde fuera, ambos eran hermosos a su manera. Aquella mujer vestida con lino parecía ser la reencarnación de una diosa, sus facciones finas y sus preciosos ojos azules eran difíciles de ignorar. Por otro lado, el varón vestido de la misma forma que ella desprendía elegancia, su manera de caminar y sus enigmáticos ojos ámbar era lo que más llamaba la atención de los griegos.

Conforme más caminaban, un pequeño tumulto de gente se iba formando, pues a unos cuantos metros, una gran y hermosa filósofa de la época se encontraba replicando uno de los hallazgos más grandes de la historia, un escrito increíble que terminaría por ser uno de los puntos más estudiados por la filosofía.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó la menor, alzando la vista para ver a su acompañante, quien mantenía sus ojos maravillados sobre la pensadora, y ¿cómo no hacerlo? Para él todo lo que hacía en cada una de sus vidas era algo increíble, era arte en cada una de sus versiones.

—Observando...

Junto a aquella pensadora, se encontraba un hombre un poco mayor a ella, sin embargo, su manera de mirarla era la misma a cómo Otto la veía a ella. El encanto en su mirada y el brillo en los ojos de la filósofa decían demasiado de los dos, se veía su conexión y su cariño, se amaban el uno al otro de manera incondicional y eso podría comprobarlo cualquier persona.

—Somos el inicio de una era, el futuro del mundo será escrito por nuestras almas... —mencionó la hermosa mujer hacia su acompañante.

—Y no dudo que así será, mi querida. Juntos haremos historia en cada una de nuestras vidas. Nuestras almas estarán destinadas a encontrarse siempre.

Ambos griegos eran el centro de atención del momento, a pesar de estar rodeados de gente, sus mensajes e ideas que compartían en busca de encontrar una respuesta a lo desconocido, era magnífico para el público, y admitían que no les molestaba ser observados por los habitantes de la Antigua Grecia. Por unos segundos, la mujer griega logró sentir la presión de la mirada de alguien sobre ella, pero no era una presión mala, era más bien como un llamado para voltear. Movió su mirada entre la multitud, hasta encontrarse con los encantadores ojos azules de Georgina, y fue en ese momento en el cual la psiquiatra se percató de que tenían los mismos ojos.

Con maravilla, la pensadora tomó del brazo a su acompañante, haciéndolo girar en la misma dirección a la cual ella veía, para ver también unos ojos idénticos a los de aquel hombre, pues él y Otto compartían el mismo color de ojos, era la misma mirada hipnotizante. La viajera en el tiempo, se percató de aquello, volteó un par de veces a ver a su acompañante, para enfocarse también en el hombre y la mujer frente a ellos y a la distancia.

—¿Somos...?

—Somos nosotros —afirmó Otto.

—¿Cómo es que esto es posible? —susurró la menor —¿No se supone que no se podían ver sin causar algún estrago en el tiempo? —O al menos eso había aprendido de las películas de fantasía y viajes en el tiempo como en 'Alicia a través del espejo'.

—Aquellos estragos no se causan por ver encontró a entre almas pasadas, presentes o futuras; es diferente verlas a verte a ti cuando eras una niña o el que yo me vea a mi siendo aún más grande, por ejemplo... —respondió el mayor.

Algo logró hacer click en la cabeza de la fémina, pues si lo decía de esa manera, ahora las cosas tornaban aún más sentido.

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