𝟐𝟕: 𝑰𝒎𝒑𝒖𝒍𝒔𝒐 (𝒔𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆)

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Mucho ruido.

Muchas voces.

Shinjuro miraba a todas partes y en todos esos sitios rebosaba la vida social nocturna; panorama que le provocaba una -recién nacida e irracional- ansiedad. No comprendía, ¿qué circunstancias lo hicieron merecedor de aquello, si horas atrás había reído, cantado y conversado amenamente?

Sus ojos dorados se pasearon por las calles, iluminadas bajo la tenue luz de los coches, intentaba tranquilizarse. Realmente lo intentaba.

El señor Keizo lo había dejado afuera de una cafetería, su descuidado comportamiento ocasionó que el hombre olvidase su celular en el restaurante que horas atrás habían visitado, de manera que, casi corriendo y bajo la promesa de que regresaría "en un santiamén", Shinjuro aceptó quedarse a esperarlo.

«Mala idea».

Una ligera sensación de mareo lo amenazó silenciosamente. «Por todos los cielos, quiero irme a casa», pensó, con los orbes fijos en el cúmulo de sombras amorfas que se dibujaban en el pavimento. Allí afuera circulaba un gentío considerable por la acera, que ni siquiera le prestaba atención pero él curiosamente sentía que sí. De vez en cuando atrapaba a un observador entrometido que lo fisgoneaba de pies a cabeza, ¿o es que en realidad no lo hacía y las telarañas en su perturbada cabeza lo hacían imaginar cosas que no eran?

Frotó sus nudillos, que de pronto había notado un temblor inconsistente en sus manos.

«Regresará pronto, dijo que lo haría rápido».

La espera se le antojó interminable; deseó regresar el tiempo y decirle a ese tonto hombre que iría con él, que lo acompañaría así fuera caminar durante veinte minutos o más, no importaba, pero que prefería eso antes que quedarse aquí. Solo. En el frío. Y con toda esa gente mirándolo.

-¡Hey!... -gritó alguien.

El señor Rengoku volteó de inmediato, un suspiro de alivio salió de su boca. Keizo alzaba su celular por encima de su cabeza y lo agitaba cual bandera de triunfo.

-... ¡perdón por la tardanza! -continuó, acomodándose el cabello con cierto recato, pues era un desastre indiscutible-. Según yo, vine corriendo lo más rápido que pude, pero ¡diablos, el frío está terrible!, casi me trago un mosco cuando iba por la esqui...

Shinjuro se apoyó sobre sus rodillas, ese incómodo estremecimiento lo seguía agobiando, como si de repente quisiera salir corriendo y alejarse de todo el mundo.

-¿Te sientes mal? -Keizo se inclinó levemente, preocupado.

-No lo sé, yo... -Shinjuro comenzó a darse unas bocanadas de aire, que por lo helado le hirieron la garganta-. Me siento raro, es... no me... uh...

Keizo entornó la mirada. Se acercó hasta el rubio, lo ayudó a enderezarse suavemente y luego se lo llevó con cuidado; el señor Rengoku solo escuchaba su voz susurrando «inhala... exhala, inhala... exhala... anda, otro más...». Estuvieron poco más de media hora parados frente a un árbol, Shinjuro no supo muy bien en qué momento regresó a la normalidad, solo percibía una insidiosa debilidad en el cuerpo y la boca terriblemente seca. Algo de llovizna ligera los acompañó el resto de la noche, dejando pequeños rocíos en las hebras rubias del hombre.

-¿Qué sucedió? -preguntó Keizo, aún consternado.

-Perdón -musitó Shinjuro al instante-. Lo arruiné.

-No, no, los bolos pueden esperar -Keizo se recargó a su lado, el tronco del árbol era lo suficientemente grueso como para compartirlo-. ¿Qué pasó? ¿Te cayó mal la comida?

-No.

-¿Te dio alergia algo?

-No, estoy bien, es solo que... -Rengoku se abrazó así mismo, haciendo fricción en sus brazos para conservar el calor-. Estar aquí, con todo esto, es... no lo sé, me hizo sentir inseguro. Te lo dije antes, ¿no? Desde que murió mi esposa ni siquiera salía a distraerme, siempre del trabajo a la casa y luego bebía en mi estudio... estar aquí me resulta nuevo y también... abrumador. En el restaurante estaba bien, éramos nosotros dos, pero... Allí afuera, con todo el mundo... no me acostumbro.

Keizo se rascó el cuello.

-Vaya... -dijo con cierto tono de vergüenza-. Lo siento.

-¿Pero por qué te disculpas tú?

-No pensé que te sintieras incómodo. Como siempre salgo a estos sitios, se me hizo fácil traerte, ¡lo lamento mucho! -Keizo sobaba su sien, tal vez recapacitando de su error.

-No, yo debería disculparme, arruiné la noche.

-Pero yo pude evitarlo.

Keizo se alejó del árbol y dio algunas vueltecitas a su alrededor, estirándose el pelo por lo inconciente que había sido. Shinjuro quiso calmarlo, pero era difícil, ese hombre era más terco que nada.

Solo los truenos pudieron acabar con el monólogo de culpa que recién empezaba el tutor de Hakuji y ambos no tuvieron más opción que correr el tramo que les hacía falta para llegar al estacionamiento y ponerse a salvo de la tormenta.

«¿Qué estarán haciendo los muchachos?», pensaron los dos cuando llegaron a la camioneta.

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Nota de autor: no me maten, tuve una crisis de universitario y un bloqueo de escritor severo, pero prometo continuar con esto;;


─── 𝐄𝐍 𝐌𝐈𝐒 𝐒𝐔𝐄𝐍̃𝐎𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora