🥀 𝕻𝖊𝖙𝖆𝖑𝖔𝖘 𝖈𝖆𝖎́𝖉𝖔𝖘.
[♥︎]
𓂺Mi-suk se encuentra
perdida entre la lluvia,
busca un camino, un
lugar al que pertenecer.
Wangguk ha sido abandonado,
pero por primera vez
siente que puede tomar
bue...
No lo aceptarían nunca en voz alta frente a nadie, pero aquella noche lloraron a mares, mordiendo sus labios para ahogar los sollozos luego de contarse sus historias. Fue algo más que compasión por el otro, fue apoyo.
Dos almas completamente destruidas y agotadas de fingir que todo está bien, que todo irá bien.
Con los ojos rojos e hinchados Mi-suk cosió las heridas del rostro y la cabeza de Wanguk, se miraban bajo la luz artificial con un brillo de complot, sorprendidos de lo que la lluvia les había traído a la vida.
El sol se asomó por el ventanal de la casa y posó en sus rostros demacrados con gracia; ellos seguían sentados uno frente al otro mirándose con melancolía, había sido la noche más íntima y única de sus vidas.
Los autos y motos comenzaron a escucharse en la distancia, la llovizna fue exorcizada por el cantar de las aves y Wangguk decidió hacer el desayuno antes de que por fin fueran a dormir. Él terminó dándole un espacio en su propia habitación a Mi-suk, pues Gyeoul había cerrado con seguro el suyo.
El cansancio no les permitió sentir nervios de compartir cuarto. Wangguk como un caballero le cedió la cama a la pelinegra, pero esta caracterizada por su falta de pudor, jaló con los ojos cerrados del sueño al más alto a la cama.
—Solo durmamos aquí los dos —fue lo único que dijo antes de quedarse dormida.
Wangguk la miró por un instante, admiró su belleza y suspiró, aquella mujer de 1,75 le había dado consuelo y paz. Había escuchado su historia con atención y no juzgó ni le acusó hasta con lo más vil de sus actos, solo tenían horas de conocerse pero él estaba apreciando su estancia.
Y aún escuchando su leve llanto como una epifanía por lo que le había pasado, cerró los ojos pensando en si la idea que tenía en mente sería aceptada por Gyeoul.
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Se levantó despacio recordando cada palabra proferida por Wangguk, estaba sola en la cama con un dolor de cabeza por haber estado llorando como niñata, había llegado a la conclusión de que esos dos hermanos solo necesitaban a alguien que los apoyara.
Mi-suk esa mañana deseó ser esa persona.
Abrió la puerta con cuidado, al no ver a nadie fue al baño y se aseó un poco, colocándose su ropa y lavando las prestadas. A pesar de toda la compasión mostrada por los hermanos Han, ella sabía que debía irse.
Había una cosa que el progenitor de Mi-suk le había enseñado muy bien: es fácil estorbar en un lugar al que no perteneces.
Mientras se miraba al espejo se preguntaba si por lo menos Moonsung se extrañaría de no ver a su madrugadora contrincante limpiando el piso en el que entrenaría. Mi-suk tenía una rutina tan arraigada al cuerpo que se sentía rara con ella misma, la rutina lo es todo, otro de los proverbios de su progenitor.
La casa estaba vacía y en silencio, limpió algunas cosas de la cocina pero tuvo miedo de desechar algo que para Gyeoul fuera importante. Así que se acercó a su caja que aún continuaba cerca de la puerta y la tomó. El sol la recibió en su máximo esplendor, asumió que serían las 11:00 a. m y cuando bajó la vista del cielo, el saco de boxeo la atrajo como abeja a la miel.