Capítulo 18 (Final)

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Kate POV

Si alguien alguna vez me hubiese dicho que estaría celebrando el octavo mes de salir con mi amor de la adolescencia, quizá me hubiera reído y después hubiera llorado por mi mala suerte. Enamorarme de Natasha fue lo más difícil de mi vida, porque querer algo con tanto ahínco sabiendo que nunca lo tendrás es algo que lacera el corazón de una forma permanente.

No podría decir exactamente cuándo sucedió, pero sí puedo decir que desde el primer momento en que la vi, me asombró su belleza. Todo en ella se veía tan natural, sin esfuerzo se veía siempre radiante, tan segura de sí misma, tan fuera de este mundo. Cuando al fin entendí la naturaleza de mis sentimientos, no me detuve; al contrario, una parte de mí se sentía orgullosa de haberse fijado en una chica tan hermosa e inteligente. Trataba de verme normal cuando hablamos, pero siempre verla de cerca me dejaba sin aliento. Entonces supe que no había una cura para ella en mi mente y en mi corazón.

La primera mujer con la que estuve se parecía mucho a ella, menuda con sus clavículas levemente marcadas que le dan un toque tan jodidamente sexy. Nunca engañé a mi mente, sabía que estaba buscando a alguien parecida a ella, quizá así todo se calmaría. Nunca lo hizo. Nadie tenía el sonido de su risa, sus preciosos ojos levemente rasgados que desaparecían cuando sonreía mostrando sus níveos dientes. Sus curvas que quizá para muchos no eran suficientes, pero para mí, lo eran todo.

Comprendí que tenía que cambiar cuando dije su nombre estando con alguien más. Ella, para ese entonces, ya se había comprometido con Wanda y un poco de mi corazón se terminó de quebrar. La amé aun sabiendo que nunca me vería de la misma forma en la que yo la veía. Mamá lo notó en algún momento, cualquiera pudo darse cuenta, no era muy discreta. Como en estos trágicos casos, todos lo sabían menos ella. Incluso su mamá lo sabía, creó que hasta su hermana también y nunca dijeron nada, nunca me hicieron sentir mal, al contrario, poco después de su boda me tope a su madre en el centro comercial y simplemente me dio un abrazo. "Algo maravilloso espera por ti", fue lo único que dijo y diablos que debí creerle.

Cuando me enteré de lo que había pasado con su esposa, viajé a New Heaven, me atreví a pedir su dirección y me quedé afuera de su casa por varias horas, decidiendo si hablarle o no. ¿Con qué excusa lo haría? Nunca fuimos amigas cercanas, apenas intercambiamos algunas palabras antes de que se mudara. Y definitivamente no quería sentir que me estaba aprovechando de la situación, así que simplemente dejé un enorme arreglo de flores fuera de su casa y regresé a la mía. No podía hacer más y, en definitiva, tenía que olvidarme de ella.

Shelby llegó para mostrarme el lado más alocado del sexo y el más doloroso del amor. En esta desesperante necesidad de dejar a Natasha de lado bajé mi guardia y la rubia entró a hacer un caos todo desde el inicio. ¿La amé? Sí, me hizo feliz hasta que su versión falta de empatía y superficial llegó a nuestras vidas. La desconocía por completo y como cereza en el pastel, el aplastante diagnóstico de mi padre llegó. El alcohol se volvió parte fundamental de mi vida. No sé cómo terminé la universidad con todo lo que pasaba en mi día a día y en mi mente. Shelby se quedó a su modo. Las veces en que más disfrutábamos del sexo eran cuando ambas estábamos alcoholizadas, de otra manera era simplemente intolerable.

Hubo tantas señas de que lo nuestro iba mal, sin embargo, nuestra terrible rutina nos hizo quedarnos cuando debió haber hecho lo contrario. Soporté sus palabras y los sutiles insultos que soltaba; los dejé pasar creyendo que quizá el no pelear era la mejor forma de componerlo. Hasta que la vi la primera vez con alguien más y no dije nada. Una parte de mí se sentía culpable por eso, la había descuidado y yo estaba sumida en un problema que ya, sin lugar a dudas, podía catalogar como alcoholismo.

Luego fue otra persona, otra más, otra y tantas más que era difícil seguir el ritmo y recordar las caras. Y yo, tontamente, seguía ahí por la culpa que ya había en mi propia cabeza y la que ella ponía en mí. Era una espiral de tanto daño que ya no sabía cómo salir de ahí. El primer paso lo di cuando hablé con la psicóloga de la universidad. Ya me había graduado, pero seguíamos en contacto. Ni siquiera pude hablar, lloré y lloré hasta que sentí que las fuerzas me faltaron. Fue el primer grito de ayuda.

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