Capítulo III

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EL HECHIZO

Nuestros labios se rozaron de manera suave, notaba deseo en sus movimientos al igual que en los míos, colocó sus manos en mis hombros dándome la vuelta para seguir besándonos y cada vez con más intensidad, como fue en el pasado.

Se tiró para atrás para luego cogerme del cuello atrayéndome junto a él, mientras nuestros labios volvían a unirse. Acabé sobre Bruce para continuar lo que hacíamos, pero me paré a pensar por un segundo, mirándole a la cara para intentar entender lo que pensaba en ese instante. 

Momentáneamente me vino a la mente Van Der Blint, pero tras recordar que no le iba a ver de nuevo, me centré en mi resucitado Bruce, que me estaba quitando la chaqueta para luego lanzarla al suelo, donde acabaría el resto de nuestras prendas de ropa.
Me sentía como si me hubieran inyectado una droga porque no me sentía yo misma, era como si mis emociones solo fueran de un extremo a otro sin parar, eran demasiado fuertes y aumentaban, empezaba a dejar de controlarlas.

Le quité su camiseta y él a mí la mía, volviendo a los intensos besos y caricias por el cuello y pecho. Giramos quedando yo abajo y aproveché para abrir mis piernas y rodear su cintura acercando sus caderas. Bruce apartó un mechón de pelo de mi rostro, volviendo a mirar nuestros ojos. Paramos un segundo para ver si teníamos alguna duda de lo que pasaría a continuación. Estaba nerviosa pero igualmente, le cogí del borde de sus pantalones con dos dedos para acercarlo por completo a mí y sentir su miembro con la ropa de por medio.

Las chispas saltaban entre nosotros, de una manera tan potente que no podíamos negarnos al momento, como si recién encendiéramos la chimenea y decidiéramos quemarnos.

Domingo:

Tras más de una hora de sudor, de movimientos de pelvis y ejercicio cardíaco, acabamos durmiéndonos, aunque llegando el amanecer, me desperté desnuda al lado de Bruce. Miré a mi alrededor sorprendida y confusa por lo que habíamos hecho y que sabía que estaba mal, no entendía como era posible que llegáramos a hacerlo sabiendo que ya no nos queríamos de la misma manera que antes, ya ni me gustaba o eso quería creer. Obvio que le quería porque una relación tan grande como fue la nuestra, era difícil de olvidarla y más si nunca rompimos oficialmente ya que estaba muerto.

Empecé a pensar en Herickson y en cuánto le echaba de menos, sentía que le había puesto los cuernos aunque nuestra historia no durara ni dos días, un sentimiento que no había experimentado cuando era al revés.

Me puse el pantalón y la camiseta lo más rápido posible, llevando el resto de ropa en mis manos. Abrí lentamente la puerta y corrí hacia mi habitación. Entré a cambiarme de ropa y dejar la otra en el cesto de la ropa sucia, pero antes de ponérmela, me duché en mi baño en menos de cinco minutos. No quería pruebas de lo ocurrido, porque quería olvidarlo por completo, eso empezaba a torturarme mentalmente porque no tenía claro que hacer a continuación. Me miré en el espejo y sin pensarlo, coloqué mi mano en el cuello, sintiendo que me faltaba algo. Después de varios meses con el anillo colgando de mi cuello, empezaba a echarlo en falta, necesitaba volver a acostumbrarme a no llevar nada.

Al salir ya vestida, cogí el collar y la correa para ponérsela al perro y sacarle a pasear aunque fuera muy pronto. Metí el rollo de bolsas en el bolsillo delantero de mis vaqueros y el teléfono me lo colgué del cuello con una cuerda que me compré hace poco junto una funda nueva. Lista para pasear al perro le cogí en brazos para que sus uñas no sonaran en el suelo e intenté sacarlo por la puerta trasera hacia el jardín.

-¿Dónde vas señorita?- La voz de mi madre a mis espaldas, me paró en seco, recién acababa de bajar el último escalón.

-Voy a dar una vuelta-. Contesté sin girarme para que no viera al perro, seguía dándole la espalda pero ella me obligó a mirarle la cara cuando me habla. Miró al animal asustándose, despotricando sobre que lo quería fuera de casa inmediatamente.

EDAS Dame una razón para decir adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora