Capítulo 5

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¿Cómo podría definir a Mathew o Matt?Era sencillo con tan sólo una palabra de seis letras

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¿Cómo podría definir a Mathew o Matt?
Era sencillo con tan sólo una palabra de seis letras.

I-D-I-O-T-A

¿Reconocen al típico chico atlético, el que suele ser el popular en la mayoría de películas para adolescentes?
Pues eso era Mathew Barkanov: un canadiense, un año mayor que yo, Aries de nacimiento y estrella profesional del hockey. Una pieza clave para los New York Islanders. Todo eso... y también, lamentablemente, mi primer amor.

Nos enamoramos en mi primer año de facultad. Difícil era caminar por los pasillos de aquella prestigiosa universidad sin escuchar su nombre, sin ver su rostro en algún cartel o escuchar sus hazañas en el hielo.
Después de todo, era la estrella. Y como en toda novela juvenil, yo fui la típica chica buena que se enamora del chico imposible. Lo imposible se volvió real... por un rato.
Unos meses después éramos oficialmente pareja, la envidia de todos. Pero lo que parecía un cuento de hadas terminó siendo una lección dolorosa. Lo idealizado se convirtió en tóxico. Y cuando mezclé lo personal con lo profesional… todo se desmoronó.

— Mucha confianza con Lando, ¿no crees? —cuestionaba mi tío Carlo, con esa mirada que usaba más como advertencia que como curiosidad.

— Para nada, tío Carlo. Es más, no nos soportamos —mentí con naturalidad.

— Casi me lo creo —respondió sarcástico.— Solo no mezcles lo profesional con lo personal. Eso siempre te trae problemas.

— No tienes de qué preocuparte —suspiré, recordando sus palabras mientras mis ojos buscaban entre la prensa a los pilotos de McLaren, bombardeados por preguntas.— Además, no es mi tipo.

— Claro, a ti te gustan los arrogantes que terminan por romperte el corazón —respondió a tono de broma. Vaya broma.

— Me conoces tan bien —dije, forzando una sonrisa mientras me escabullía tras bambalinas.

[…]

— La siguiente pregunta es para Daniel. ¿Qué hay de tu posible salida de McLaren? —preguntó una periodista. Vi la incomodidad en el rostro del australiano y no lo pensé dos veces. Me adelanté, asumiendo mi rol de “manager” suplente.

— Lo siento, han sido muchas preguntas por hoy. Los chicos deben descansar para la siguiente carrera —dije con voz firme, haciendo una señal para que abandonaran discretamente el escenario. Daniel y Lando obedecieron sin chistar.

— Una última pregunta —insistió la misma reportera rubia—. ¿Es cierto que formarás parte del equipo estratégico de la escudería?

— Nada me haría más feliz —respondí, manteniendo la compostura—. Pero mi rol se limita a lo que indica mi contrato: representación legal y apoyo logístico.

— ¿Por qué no aspirar a más? Después de todo, intervenías en las estrategias del equipo de Barkanov —añadió, con ese tono incisivo que tanto disfrutan los periodistas cuando creen haber tocado un punto débil.

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