20. Mi mente necesita un descanso y no he hecho nada

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Regla n°16 Los seres mágicos de ValleyMoore no tendrán ningún objeto humano, son engañosos.

Emberlyn Walsh

Ezekiel no dice nada cuando corro dentro del palacio, es más ni me persigue y se lo agradezco. Podría buscar a Kamila o a Sopheyla, pero prefiero irme a la habitación de Ezekiel, no quiero entrar nunca más a la que me dio en un principio.

Me acuesto y me cubro todo hasta mis ojos donde intento no llorar más, pero las lágrimas continúan saliendo, si mis papás supieran que estoy embarazada todo esto sería peor; creo que la culpa que esté llorando tanto es del bebé.

La puerta de la habitación se abre y no me esfuerzo en ver quien ha entrado.

—Ember, Kamila te está buscando—anuncia Ezekiel.

Lo ignoro. Ya no estoy llorando, pero igual me siento horrible, frustrada y sé que si me habla, voy a gritarle y no quiero eso, no lo merece cuando se ha portado tan bien conmigo.

—¿Me estás escuchando?—asiento aunque sé que no me ve—No me puedes ignorar toda la vida, amorfa. Es imposible y como tu futuro rey te lo prohíbo.

Sonrío un poco. Mis ojos solo ven la oscuridad que ocasionan las mantas encima de mi cara, hasta que Ezekiel se tira encima mío, quita las mantas y comienza a hacerme cosquillas.

—Ellos no son todo, Ember. Sé que es difícil pero no imposible.

Mientras él habla, yo sigo riendo. Me besa la frente y se levanta. Atraigo las mantas de nuevo para mí y me tapo hasta el cuello, está haciendo frío o soy solo yo quien está con frío. Ezekiel abre su ropero lleno de gabardinas con bordes dorados y diferentes en cada uno, camisas blancas y pantalones a juego.

Y otra vez, lo veo cambiándose por una ropa más cómoda, que significa un pantalón suelto y un polo camisero.

—Me gusta que me veas cambiar.

—Mañoso—replico a lo que él ríe.

—Me verás haciéndolo, todos los días y espero que me veas con esos ojos risueños todas las veces.—enarca una ceja, mirándome por el espejo.

—Tenlo por seguro. —admito. Sí, es algo a lo que pienso acostumbrarme.

Se saca sus anillos, al parecer se los pone cuando sale a pasear y no en el palacio. 

Hace algo que me toma por sorpresa, se acuesta al lado mío y acomoda mi brazo para que rodee su cuello. Él mismo se ríe ante su postura conmigo. Recuesta su cabeza en mi hombro y me entran ganas de acariciar su cabello revoltoso, sus rulitos se dispersan por todos los lados. Pongo mi mano sobre su cabello, y comienzo a peinarlo. Agarro un mini mechón y juego a enredarlo en mi dedo.

—No pares.—ordena.

—No pensaba hacerlo. Voy a enredar tu cabello—río.

—No importa porque después tu lo peinas.

Juego con su cabello en un momento de silencio. Delante nuestro se extiende el mar, con un montón de sirenas yendo de aquí para allá, juntas y algunas agarradas de la mano, se les puede ver sin ningún problema, pero ellas ni nos topan, no nos ven.

—¿Cómo crees que sea?—inquiere Ezekiel de la nada. Frunzo el ceño.—Ya sabes, el bebé.

Eleva un poco su cabeza para mirarme y luego la vuelve a acomodar.

—No lo sé. Será cuestión de esperar.

—Pero yo no quiero esperar—se queja.

Sorbo mi nariz y río un poco.

La Corona MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora