Prólogo

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Felizmente casado, así se describiría Olive frente a las personas que admiraban su marca y se acercaban a preguntar si la curvatura de su vientre era por la bendición del primogénito de su matrimonio, elogiando su buen gusto al elegir al alfa; el eterno acompañante de su vida... El omega se hacía el tonto cuando escuchaba los susurros de envidia de las personas a su alrededor, quienes le saludaban con una sonrisa adornando sus labios.

Vivía la vida a la que se supone debía aspirar por ser un omega: Tener un esposo, cuidar su casa y darle hijos, porque para eso lo criaron sus padres. Cualquiera que se saliera del molde, era una paria.

Su mundo era pequeño, tan reducido... gozando de los placeres de una vida rodeada de paz, como si fuese un paraíso, se convirtió en ángel.

Un ángel que terminó siendo anhelado por el diablo.

Olive vivía en el cielo. Mikael se encargaba de reinar el infierno, ese donde las almas pagaban las penas de sus malas elecciones, seducía a los humanos para arrastrarlos al averno con él, contemplando en silencio la montaña en la que se amontonaban los fajos de billetes.

Regía sobre otros criminales, proclamándose el rey del bajo mundo, accediendo a las delicias del pecado. Se sabía los mandamientos al pie de la letra, para mancillarlos, mofarse de ellos y trazar nuevas órdenes con sus manos manchadas de sangre.

Fueron dos mundos que colisionaron por culpa del lazo del destino. ¿Una historia de amor o unas simples cadenas? 

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