Capítulo 7

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— ¿Estás bien? — preguntó al omega que llevaba acomodando las mangas largas de su cardigan de lana de forma ansiosa, hace algunos segundos. Los nervios le hacían ver adorable ante los ojos del más alto, quien terminaba de acomodar el cartel en el pequeño puesto bajo su nombre.

— ¿Sí?, ¿No? — Se revolvió los cabellos intentando descifrar el golpeteo en su corazón. Las emociones lo tenían con un nudo en la garganta, como si una mano apretase su tráquea.

Le había mentido a Paxton, dijo que solo ayudaría a Mikael, quien se había interesado por el festival, luego que él le hablará de la celebración. Aún seguían enojados entre ambos, Paxton siguió sin aceptar su actuación en la venta de los pastelillos y él se plantó de frente, quizá porque tenía la seguridad de que su amigo le daría la mano, no se sentía solo. Era la emoción, esa descarga de adrenalina con la que sentías que podías vencer al mundo entero.

Se pasaron la semana coordinando las ideas, aportarían la mitad de la inversión y ganarían la mitad de las ganancias, simple y sencillo trabajo en equipo.

— Me estoy muriendo de los nervios — aceptó el más pequeño al apretar los labios intentando borrar la sensación de terror. No era extraño que los pensamientos que solo fuese un día de pérdidas, le asolara. Era su primera vez, y tenía miedo de fallar.

— Estoy contigo —

Dos palabras. Dos simples palabras alteraron el corazón del más bajo, que se mantenía sentado tranquilamente en una pequeña silla, rodeada de un cuadrado de madera un tanto estrecho, lo suficiente para ellos dos. Mikael cuidadosamente quitó la pequeña hojita de entre los mechones negros del contrario, arrancó sin prisas a la intrusa y esbozó una sonrisa cuando la tuvo entre sus dedos. El alfa fue como una brisa fresca que le hizo entrar en un sueño, uno donde no sentía más miedo de caer, porque él estaba volando. El pequeño contacto le hizo anhelar más de aquel cálido que solo existía en la piel de Mikael.

— Con ustedes — se disculpó el alfa al dejar ir la hojita, logró acomodar los mechones que desarregló y se mantuvo satisfecho de sí mismo, en especial por notar el leve tono rojizo en los mofletes de su pequeño omega.

— Lo sé. Estás aquí, conmigo, con mi bebé... Ayudándome — fue fugaz la melancolía en su tono que tensó sus cuerdas vocales. Su plena felicidad yacía opacada por el desinterés de apoyo de su marido.

— En especial con tu bebé — habló en alto el alfa que se sentaba en la silla al lado de la de Olive, quien se rió por lo divertido que era ver, apenas alcanzaba en el pequeño asiento de metal, el que de por sí, era ridículamente incómodo.

— ¿Mi bebé? — preguntó con curiosidad al estirarse para acomodarle la negra gorra sobre sus cabellos.

— Sí, sí hay algo que se le antoje, me lo dice y le cumplo el capricho, no puedo dejar que su madre no lo malcríe un poco — se mantuvo quieto añorando más del toque de la yema de aquellos dedos con cada pequeño movimiento, con el que Olive acomodaba sus cabellos dentro de su gorra.

No podía negarlo, el alfa había enternecido su corazón, lo agitó con su presencia, cada latido sonaba en sus tímpanos. Se sintió un adolescente viendo a su crush, quizá Mikael si lo era. Un amor platónico.

— No creo que... —

— No, no puedes oponerte... Ese pequeñito necesita ser consentido — arrugó la nariz, los ojos esmeraldas estaban puestos sobre el vientre del omega en cinta, sus ojos se achinaron y las arruguitas en su rostro solo le hacían verse mucho más adorable, al menos a los ojos de Olive.

Uno de los encargados del festival se acercó a ellos para recordarles que la actividad se abriría en diez minutos, por temas de no llegar a tener problemas, por mucho que la idea fuese de Olive, decidieron que era mejor que estuviese el nombre de Mikael en la lista como el dueño del pequeño lugar donde venderían postres. Aunque lo vieran injusto, Oli no tenía ganas de llevarse alguna decepción.

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