Capítulo 8

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Él no estaba siendo infiel, entonces ¿por qué estaba peleando con Paxton de nuevo?, ¿desde cuándo lo hacían tan seguido?

Recordaba el día como una montaña rusa, pasó de los nervios a la alegría, se reconfortó con la dicha y fue de la mano con la calma, para finalmente llegar a la euforia cuando el alfa le llevó hasta su hogar y le dejó junto a la puerta, luego de hacer números, repartiéndose su paga.

¿Y ahora? Ahora solo estaba asustado. Entró a la cocina buscando calmar su sed, solo para encontrarse a su esposo sentado en uno de los taburetes de la silla, jugando con el movimiento del alcohol al menearlo de lado a lado, perdido en el silencio, metido en un mundo donde no se permitía a sus pensamientos salir de su cabeza.

— ¿Cariño? — Le llamó el omega en un susurro, estaba cansado y con toda la intención de tomar una ducha con agua caliente, añorando meterse en la comodidad de sus sábanas — ¿Paxton? — insistió hasta que éste le regresó la mirada.

Silencio. No era cómodo, era devastador sentirse tan solitario bajo la sensación de desilusión hacia él. Los propios pensamientos del omega le hicieron encogerse, se sintió expuesto, si su marido pudiese leer su mente, se daría cuenta de sus insanos deseos por haber mordido el fruto prohibido, enterrar sus dientes en la tierna y pálida piel de esos labios que en suspiros escondidos atesoraba.

Su lazo con Paxton había sido cortado levemente por el alfa desde que pelearon, por ello era imposible para él conocer sus emociones y viceversa, sin embargo, no tenía que sentirlos, porque los miraba en la ausencia de palabras. Paxton no estaba feliz por su terquedad, su orgullo había sido herido.

— ¿No dirás nada? — Pidió en un murmullo que quedó atrapado en la tensión, enmarañado en las redes de la desesperación, preso entre las tinieblas de los pensamientos propios y contrario.

— ¿Para qué? — El alfa regresó la contestación en forma de pregunta para lanzarse un caliente trago a la garganta — ¿Te importa lo que opine? — Fue condescendiente, tan antipático que Olive no dudó de su estado de embriaguez.

— Paxton, lo haces más melodramático de lo que en verdad es... — estampado cual estatua al suelo, se quedó evitando levantar miradas, sus orbes seguían abajo, presionándose contra el piso, escapando — Solo fui a tener un poquito de experiencia, lo haces sonar como que hubiese cometido un gran crimen — ¿Por qué debía sentirse un delincuente en su propio hogar?

— Yo solo quería pasar un bonito domingo junto a mi esposo, pero parece que él no me extraña lo suficiente como para quedarse conmigo — Sus hombros cayeron junto a la dolencia de su voz, sus labios brillaban por el bailoteo del licor balanceándose en la carne de su boca.

— Yo nunca me he quejado cuando tú debes salir a trabajar los domingos, jamás — la sangre le hirvió a Olive; había estado bajo el fuego de la cocina y finalmente llegó al punto de ebullición — ¡Siempre te he apoyado, siempre! No he sido egoísta, he sido bueno, he guardado mis decepciones porque adoro verte triunfar — y las gotas emergieron cual triste recordatorio de la penumbra en medio de su purgatorio, las lágrimas no querían detenerse.

— Oli — el alfa intentó alzarse frente al pequeño omega — eres mi omega, pero últimamente te desconozco. Tú no harías nada para lastimarme — el vaso de vidrio se deslizó de sus dedos, cayó estruendosamente, partiéndose y manchando el pulcro suelo que Olive limpiaba con tanto afán todos los días.

— Paxton eres un... — se acalló las palabras en la garganta, las lágrimas en sus mejillas fueron acompañadas por el rubor nacido de la ira de verse incomprendido por su marido, aquel que juró amarlo hasta el final de los tiempos — Lo haces ver como el fin del mundo, ¿no puedes estar feliz por mí?, ¿por qué todos los alfas son tan malditamente orgullosos? — renegó entre dientes apretando sus manos hasta blanquear sus nudillos — ¿por qué no todos son como Mi-? — se mordió los labios saboreando la sensación de temor.

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