Capítulo 4

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Una semana les llevó acomodar la casa para hacerla factible a la capacidad de vivir en ella.

Dos semanas en las que se distanciaron porque ya no había excusa por la cual verse.

Mikael no estaba orgulloso de conocer la rutina del omega, era testigo lejano desde que sus ojos se abrían, hasta que ellos volvían a mandarlo al mundo de la inconsciencia, mientras se enredaba entre las sábanas con su marido, el único merecedor de su odio. Paxton vivía una vida a la que él jamás pudo, ni podría aspirar... La normalidad.

Estudiar, trabajar, tener pareja, casarse y formar una familia. Días llenos de rutina añorada que jamás supo saborear porque es ignorante a esos pequeños placeres. La mafia a la que ahora encabeza, es una herencia de su padre, quien le crió cruelmente desde su concepción. Un tipo frío que jamás brindó palabras de reconocimiento a su único hijo.

Mika desconoce el calor de una familia, y las experiencias que supone debió compartir con sus amorosos padres, quienes debieron brindarle la seguridad de un techo, comida, educación y recreación.

No tuvo peluches de felpa de regalos de cumpleaños, a él le daban armas. Jamás pisó una escuela, su padre se encargaba de darle los mejores tutores para entrenarlo en diferentes áreas, ello incluido el campo de la tortura y el asesinado. Mató al primero de cientos de nombres a la tierna edad de los doce años, su progenitor le veía como un hombre y no un niño. La única normalidad que el diablo conoce, es la existencia rodeado de cadáveres, dinero y plomo.

Por eso el ángel es especial para él, porque representa aquello a lo que no puede aspirar, eso que nunca podrá tocar, el omega le invita bocado a bocado a degustar del placer de lo común. Saborear en la lengua la fantasía: Él también es un chico cualquiera, rodeado de vivencias ordinarias, le da el permiso de sentirse más... Humano.

Por muy difícil que fuese su infancia en absoluta soledad y carencias de amor, consciente del odio su padre hacia él, con el peso de ser el culpable de la muerte de su madre durante el parto y la desdicha de heredad un imperio forjado bajo el yugo de cadáveres. Mikael no era un buen hombre. Aquel alfa de atractiva apariencia, es el diablo, tienta a las almas inocentes a pecar para ir al infierno, trafica estupefacientes, provoca el nacimiento de asesinos con la venta de armas, juega con la vida de las personas al ponerles precio y asesina sin remordimientos.

Las manos empujando el carrito de compras, emitiendo un sonido chirriante y molesto que hace doler las encías, están tan manchadas de sangre... podría llenar él solo, todo el mar atlántico. Pasillo a pasillo busca a alguien con desinterés, en parte porque quiere hablar con él, y por otro lado, se ha perdido, no encuentra el área de chucherías. Resopla desmotivado cuando termina de cargar sus compras, jamás había ido a un supermercado y tiene poca confianza de no parecer un idiota.

Aunque la mayoría de alfas son unos engreídos que no suelen pisar las zonas de los "omegas", él nunca ha ido, no porque se sienta superior o que sea un trabajo de los débiles, simplemente jamás ha tenido la necesidad de ir, tiene cientos de personas trabajando de servidumbre para encargarse de las necesidades en su cocina. Mikael sabe que no se verá como un extraterrestre por no saber cómo funciona un supermercado, solo se verá como otro de los miles de machitos que delegan las tareas de "omegas" a su pareja.

En medio de su aburrimiento, escuchó un par de resoplidos y quejas murmuradas con suma vergüenza, sus ojos rápidamente siguieron aquella balada tímida, pues reconoció al dueño de la música que llegaba a sus oídos, mucho mejor que las letras en los parlantes dispuestos en el techo del establecimiento.

Sin pensarlo, se acercó hacia él, y llevó su mano para alcanzarle al omega, la cajita de cereal de hojuelas de chocolate por la que tanto batallaba por obtener. Olive posó la planta de sus pies en el suelo y miró al hombre a su lado, lo supo por el aroma, por ello sonrió antes de poder encararlo.

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