Elenna Erevarld es hija de Hera, Diosa del Matrimonio, la Familia y las Mujeres casadas.
¿Cómo es eso?¿Cuándo fue que Hera engañó al mismísimo Zeus?
El Dios del Cielo no titubea en atacarla, pero no todos los Dioses están del lado del rey.
Ella es...
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Pov Percy
Me sentí timado.
En la época Victoriana había grandes castillos, ropa elegante, pueblos hermosos, bosques enormes y gente rica.
¿¡Por qué diablos no había tortitas azules!?
Me tuve que conformar con pastelitos de chocolate y zumo recién exprimido para desayunar tras llenar de baba aquella cómoda almohada. Esas camas eran enormes. Eran como mi cabaña de grandes.
Aquel día, la princesa Eleannor Erevarld nos haría un reconocimiento a todos para conocernos mejor. Estábamos en una sala común en la primera planta. Estaba sentado con mis amigos, que sacaban teorías sobre Luke.
—Jackson —me llamó Bryson Lyndet—. La princesa solicita tu compañía.
Miré dónde estaba Elenna. Me miraba sonriente y esperándome con paciencia absoluta. Me levanté y Jason me dio una palmada en la espalda. Llegué junto a ella, en el sillón de enfrente.
—Buenos días, señor Jackson —dijo en un tono refinado. Me acordé que ahora ya no era mi hermanita adoptada Elenna. Ahora era princesa Eleannor o señorita Erevarld.
—Buenos días, princesa Eleannor, espero que hayáis descansado.
Ella sonrió.
—Sois el primero que lo dice y el cuarto al que interrogo. La verdad es que estoy algo nerviosa. Todo el pueblo espera una boda y yo no me acuerdo del nombre de nadie.
Reí un poco.
—Bueno. Señor Jackson no me gusta, prefiero Percy.
—¿Percy?¿No es Perseus?
—Mis amigos me llaman así. Creo que antes de tener una relación de amor hay que tener una relación de amistad.
—Después de todo dicen que las parejas son «algo más que amigos».
—Sí. Y me honraría que me llamarais Percy.
—Genial pues, Percy. Creo que entonces me puede llamar Elenna, pero solo a solas. Si mi padre os oye ese apodo, os echará del castillo y os cortará la lengua.
—Y no queremos eso —bromeé con una sonrisa.
—Me ha caído bien, Percy. Espero que podamos hablar muy pronto. Me temo que nuestra emocionante charla sobre apodos se ha alargado y me toca otro muchacho. ¿Puedes llamar a... Leonidas Valdez? —leyó.
—Por su puesto, Elenna —susurré divertido y le guiñé un ojo. Ella rio y se tapó la boca.
Llegué con mis amigos y le dije a Leo que era su turno. Él se levantó de un salto y se dirigió a la rubia.
—¿Cómo te fue? —preguntó Nico, preocupado.
—No nos recuerda, pero le caí bien.
—Algo es algo —miró sus manos y empezó a juguetear con su anillo.
