Capítulo XI

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Una hora después, sigo tumbada en mi nueva cama. Siento que las paredes son de papel, pues puedo escuchar toda la conversación de mi familia. Hablan sobre la nueva vida que vamos a construir aquí. Intento no escucharles, no quiero pensar en lo que viene, no quiero olvidar lo que se va. Sigo mirando al techo y empiezo a recordar. Hay muchos momentos que se quieren reproducir en mi cabeza,  sin embargo, no dejo que ninguno de ellos lo haga. No quiero recordar nada por el momento. No ahora. Doy vueltas en el colchón sin saber muy bien que hacer. Finalmente decido levantarme a comer algo.
 Voy a la cocina ignorando a mi familia y, al abrir la nevera, veo que no hay nada de comida. Doy un largo suspiro y vuelvo a encerrarme en mi habitación. Sin embargo, poco después escucho que llaman a la puerta.
  - ¿Que? - respondo sin ánimo -
  - Soy Miguel, ¿puedo pasar?
Me levanto de mala gana y le abro la puerta. Le miro sin ninguna expresión mientras se queda observándome con lástima. Se que se siente culpable de que estemos aquí. Sabe que todo esto es por su culpa. 
  -¿Puedo pasar? - me pregunta con tan solo un hilo de voz - Si no quieres puedo irme.
Me aparto de la puerta y vuelvo a sentarme en la cama. Él hace lo mismo y, de repente, se hace un silencio íncomodo entre nosotros.  Le veo jugar con sus dedos mientras mantiene la mirada fija en el suelo.
  - ¿Vas a decir algo? - le pregunto impaciente - No tengo todo el día. 
El chico levanta la cabeza del suelo. Me mira unos instantes y abre la boca como para decir algo, sin embargo, se queda callado. Su mirada vuelve al suelo pero ya no juega con los dedos. Ahora tiene las manos algo apretadas en sus rodillas. Es como si quisiera sentir algo más. Como si quisiera que el dolor le despistara. 
  - Lo siento mucho... - dice por fin - 
Veo la verguenza en su cara, pero no me inmuto. 
  - Eso ya me lo has dicho. - replico - ¿Solo era eso?
Me mira con ojos tristes pero me sigo resistiendo. Estoy debil y debo recuperar mi frialdad. Ahora más que nunca, no puedo encariñarme con nadie, y aunque duele tener que hacerlo también con mi hermano en un momento como este, es la única opción que tengo. 
  - No tienes por que hacer esto, Mia. - eso me pilla desprevenida - No tienes por que volver a tu cueva. Podemos tomarnos esto como un nuevo comienzo, una nueva  oportunidad. Da miedo volver a empezar y eso ya lo sabíamos, pero no hay por que esconderse de todo. Podemos hacer esto juntos. 
Escucho cada una de sus palabras cuidadosamente. Suenan como si se estuvieran ahogando, como si fueran pequeños trozos de hielo que se derriten lentamente. Hago mi mayor esfuerzo. No puedo ceder.
  - Estoy bien, gracias. Estoy mejor en la cueva que perdida allí fuera. 
Miguel suspira en forma de derrota y se levanta.
  - No tienes remedio hermanita. - dice esto y desaparece por la puerta -
Me quedo sentada mirando al suelo. Quiero pensar que estoy haciendo lo que debo, pero no puedo evitar sentirme mal. Me paso las manos por el pelo y recuerdo que aún no he desecho las maletas. Decido guardar mi ropa en el viejo armario que hay en mi habitación. Al acercarme a este, un olor a madera húmeda entra por mis fosas nasales y, inevitablemente, un recuerdo me pasa  por la cabeza. 

Dos años atrás

  - Victor para - le advierto - Ni se te ocurra abrirlo.
El chico ignora mis palabras y abre el armario viejo de su sótano. Automaticamente, la habitación se llena de un olor muy desagradable a madera mojada. Me tapo la nariz con los dedos índice y pulgar pero a Victor no parece molestarle en absoluto el olor.
  - Eres una exagerada. - me dice entre risas - Ni que fuera para tanto. Además, mira lo que hay dentro.
Ruedo los ojos pero hago caso a lo que me dice. Al ver lo  que hay, me olvido por completo del olor.
  - Esto es... ¿¡Como ha llegado esto aquí!?
Realmente estoy asombrada. No puedo creer lo que ven mis ojos. 
  - No lo teniais muy bien protegido que digamos. - me explica con un tono de superioridad - Fue bastante facil conseguirlo.
Yo aún no podía creer que eso estuviera en el armario viejo del sótano de Victor. Alargué la mano para cogerlo pero, sin previo aviso, entró su madre. 
  - ¿Que haceis, chicos? 
  - Nada mamá - responde él - Solo le enseñaba mi pequeño tesoro a Mia.
Al escuchar eso último le miro con el ceño fruncido. ¿SU pequeño tesoro? Ese collar era de mi madre. Le encantaba ponérselo en su cumpleaños, pero el resto del año lo dejaba en una cajita en el jardín. Ahí tirado, a la vista de todos. Estaba claro que Victor no sabía lo importante que era para nosotros esa pequeña esmeralda. La había conseguido Marcos en los juegos y se la había regalado a mamá. Otra cosa que también estaba clara, era que Victor no tenía ni idea del peligro que le suponía tener esa joya en su poder. Si mamá se daba cuenta de que no estaba, iba a mandar a papá a buscarla, sin importarle las consecuencias que pudiera tener el portador de esta. 
  -No deberias guardarlo ahí - le advierte su madre - No es nada seguro.
Pronuncia esas palabras y coge el collar para, seguidamente, salir de la habitación con su hijo detrás. En este preciso instante, una desagradable sensación me recorre el cuerpo. Siento el escalofrío de un hielo resbalando por mi columna. El miedo de sentir el peligro y no poder hacer nada por evitarlo. Corro detrás de la mujer pero, cuando consigo alcanzarla, ya ha salido al jardín. Para mi horror, veo a papá al otro lado de la valla. Él la mira y baja lentamente la mirada hasta su mano. Ve el collar.

Cicatrices de mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora