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Kurt

En ningún momento del día, dejaba de pensar en Betania. Esa linda mujer que había sufrido la desdicha de enviudar, porque su marido decidió salvarme la vida.

Desde esa fatídica tarde en que vi a la mujer de Cody llorando sobre ataud, me prometí que iba a hacerme cargo de cada una de sus necesidades.

Y no lo estaba cumpliendo.

Podrían decir que me obsesioné con ella, pero en realidad, quería saber lo que pasaba a su alrededor por la simple razón en que la mujer era terca como una mula. Ella no pedía ayuda, sabía que yo tenía dinero y que podría darle un excelente seguro médico para su embarazo. Pero no, esa pequeña mujer se empecinaba en no darme espacio para encargarme.

Y otros estarían cómodos, sin tener que meterse en líos innecesarios, pero a mí me comía la conciencia.

Siempre había sido un cuidador. Desde niño, en la infancia más turbia que podía ofrecer Las Cruces, Bogotá. Había cuidado de mi madre adoptiva cuando enfermo, había cuidado de mi hermano cuando cayó en picada.

Y ahora tenía nuevamente las alertas encendidas para cuidar de Betania.

Pero ella no me dejaba y no había nadie que me hiciera de intermediario. Así que opté por la vía del clásico acosador, llamándola constantemente para ofrecerle lo mismo de hace dos meses o más, y aunque se me malinterpretará, sabía que ella necesitaba ayuda y por alguna extraña razón no la pedía.

No iba a mentir diciendo que solo vivía para encargarme de cumplir mi palabra y lavar la culpa. Esta estadía en Masium me reconecto con la bestia que era, y me gustaba.

Miembro vitalicio del club "La Reina", ese increíble lugar en donde podías follar con quien quieras y estuviera dispuesto, sin problemas a futuro.

Todos venían a lo mismo, divertirse. No tenías que fingir, no tenía que hacer regalos ridiculamente caros ni sacar a cenar a nadie. Cada persona aqui entendia que esto era sexo, un despliegue de fantasías sin tabú.

Y después, cada uno a su casa.

La que a veces no lo entendía era Leticia. Una chica con demasiado maquillaje y buenas curvas, que saltaba sobre mi regazo como una acróbata y después quería que la sacaran a pasear.

- ¡Sí, papi! - Chilló la rubia demasiado ruidosa

¿Papi? Ay, por favor...

Rodeé los ojos y seguí concentrado en alzarla por las caderas, subirla lo suficiente como para colisionar mi pelvis en el punto dulce de unión. Apreté la mandíbula porque sabía que mi final llegaría en breve, y no podía permitirme dejar a la bella (pero chillona) dama sin llegar a su clímax.

Las sábanas de seda debajo de mí estaban húmedas por el sudor, el color rojizo de las luces de neón creaban un ambiente sexual que era coronado por el sonido de los cuerpos que chocaban entre sí.

La tomé con fuerza para dar la vuelta y girarnos, dejándome sobre ella y poder dar las embestidas con la rapidez que deseaba. A ella le encantaba así, ese era uno de los motivos por el cual repetía, aunque después recordaba el dolor de cabeza que me dejaban los gritos insalubres que emitía.

La rubia se retorcía de placer, exhalando grandes bocanadas de aire, haciendo muecas de puro éxtasis. Tenía que admitir que era una de mis favoritas, Leticia siempre estaba dispuesta a un encuentro que rozaba la violencia, teniendo en cuenta cuales eran los límites saludables.

Pero no dejaba de decirme "Papito" y esa clase de mierdas aprendidas en la pornografía barata, que realmente no calentaban.

- ¡Dame tu verga dura, papito!

La Guerrera de los SalvatoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora