Bea— Llegamos…— Dijo Kurt mientras me abría la puerta de la casa de dos pisos
— Dame alguna de las bolsas.
Quise quitarle una que cargaba sobre el hombro, pero me hizo un gesto para que lo dejara. Bueno, solamente quería ayudar a traer mi propia basura a su hogar. El moreno encendió las luces de lo que parecía la sala, dejando ver una postal que no era del todo agradable.
Si, el lugar era grande y tenía bastantes comodidades y algunas cosas que se podrían considerar un lujos, pero en esencia, todo estaba sucio.
— Lamento el desorden…— Dejó algunas de mis pertenencias en el suelo y se rascó la nuca apenadamente — Estuvimos un poco ocupados, no hemos tenido tiempo para hacer el aseo.
Claro, aunque lo que veía no era suciedad o desorden de un día. Dios, ni siquiera era de una semana.
— No hay problema, Kurt.
Volvió a enganchar su brazo con el mío. Me recordaba a las épocas de la universidad, cuando hacíamos exactamente eso con mis amigas y caminábamos juntas al son de nuestras risas.
Dicen que el tiempo pasado siempre fue mejor.
Me mostró la planta baja, una sala que si le quitaban todo el polvo y cajas de pizzas, podría ser confortable. Las paredes eran de un insípido gris, tenía un sillón de cuerpo entero (donde había acumulación de ropa y envoltorios de comida) y frente a ella, una enorme pantalla de TV plana. Fuimos a la cocina, que no estaba en mejores condiciones pero tenía lo necesario. Una mesada grande, la nevera y la estufa de estilo industrial.
Quedamos en los pies de la escalera y Kurt se detuvo. Estaba nervioso, lo que me ponía en el mismo estado. Tenían que darme una medalla por dejar que me ayudará, puede que fuera una decisión estupida el venir a la casa de un hombre sin refutar nada, pero sabía que no había una sola célula malvada en el moreno que repiqueteaba la pierna sin saber bien qué hacer.
Me estaba tirando en picada sin saber si el paracaídas funcionaba, pero no tenía más remedio. Era esto, o dormir en la calle.
— ¿Pasa algo?
Acaricie mi vientre al notar como la bebé pateaba y se movía. Sí, le estaba transmitiendo mi ansiedad a mi hija, pero no había nada más que pudiera hacer. Estaba caminando a ciegas, esperando tener una solución mañana, pero esta noche, solo podía agradecer que me dejaran quedarme en esta casa.
— Vivo con alguien más…
Estabamos a solo unos centímetros de distancia. Al parecer, Kurt era una persona que estaba muy cómoda con el contacto físico y visual. Tomó mi mano en la suya y no aparto sus ojos negros de los míos, en donde se podía ver reflejado algo parecido al miedo.
— ¿Tienes esposa? — Lo solté como si su mano quemará — Lo lamento, no quiero traerte problemas en tu pareja, no lo sabía. Quizás tendría que…
— ¿Quién es ella, Kurt?
Ambos giramos el rostro en dirección a donde se escuchó la rasposa y áspera voz masculina. Un hombre rubio, descalzo y solo vestido por un pantalón deportivo, bajaba los escalones despacio y con cara de pocos amigos.
Tenía un magnetismo, algo así como el que cargaban los animales. Se lo veía peligroso, pero casi perfecto. El gran conjunto de tatuajes que cubrían la parte superior de su pecho y brazos, le daban ese toque oscuro de chico malo que en el fondo, a todas nos gustaba.
Sus ojos eran dispares, creo que eso se llamaba heterocromía. Uno de ellos era celeste como el cielo y el otro casi dorado con ligeras manchas del mismo que el anterior. Y si en algún momento de mi soltería juvenil me podría parecer interesante, su rostro molesto como si quisiera golpearme, lo evitaron.
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La Guerrera de los Salvatore
RomanceTercera entrega de la serie "Los Placeres de Masium" Cuando el marido de Betania muere en un acto heroico, ella queda embarazada y sola. Ella realmente no llora la pérdida del amor, y aunque le afecta, lo que realmente la trae devastada era saber qu...