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KARA

—La última toma, chica. —Un flash me cegó momentáneamente, pero no parpadeé ni perdí la sonrisa en ningún instante.

Dina y Davis, los hermanos organizadores de la campaña cosmética, habían estado muy al pendiente de mi desempeño en las sesiones fotográficas y de mi desenvolvimiento frente a las cámaras. Siempre tenía que estar haciendo poses, sonriendo o haciendo gestos extraños y ellos evaluaban todas y cada una de mis reacciones. Ya habían pasado dos semanas desde los castings y las únicas finalistas, por así decirlo, éramos Lena y yo. Sí, me encontraba compitiendo contra mi cuñada, la hermana de mi novio, pero ¿qué tan malo era eso?

Parecía que Lena me odiaba sin razón, sin embargo, quise suponer que era porque de verdad quería ganar y quedarse con el jugoso contrato que le ofrecían a la ganadora.

«Lo siento, querida».

Reil, por desgracia, había tenido que irse de nuevo y se vio obligado a contratar a un nuevo fotógrafo suplente durante el poco tiempo que iba a estar fuera. A pesar de que le rogué que no me abandonara, no pudo quedarse porque era otro de sus tantos eventos apartados. Dijo que había sido programado hacía bastante tiempo y no podía solo cancelar así a última hora sin más. Su reputación como fotógrafo se vería manchada y no sé qué más. Entonces, el único apoyo que tenía en ese momento era el mío propio. Me daba ánimos y palmaditas mentales diciéndome que lo estaba haciendo bien, que yo podía, que era la mejor.

—¡Listo! Lena, tu turno, preciosa.

El fotógrafo no escondía que bateaba para el otro equipo, por eso era que me sentía cómoda frente a él, algo que no podía decir de Marc Stone, el dueño de la academia a la cual yo pertenecía, al igual que Lena.

Marc era un señor en sus cuarenta y tantos, casi cincuenta años, muy bien conservado y, me atrevo a decir, apuesto. Lo malo era que siempre quería estar presente cuando las sesiones iniciaban y me hacía sentir... observada. Incómoda es un mejor término. Podía percibir su escrutinio sobre mí y me daba escalofríos, no de los buenos. Tenía esa mirada que te hacía sentir intimidada, como si te estuviera desnudando y tú no pudieras hacer nada por cubrirte. Por eso buscaba cualquier pretexto para escapar de su atento análisis visual en cuanto tenía la oportunidad.

En cuanto Max, el fotógrafo, me dijo que ya había terminado conmigo, me escabullí del estudio y me encaminé a los vestidores casi vacíos. Solo quería cambiarme con rapidez y luego ir al encuentro de Owen. No lo había visto mucho durante los quince días pasados y necesitaba poder sentirlo cerca de mí. A veces llegaba a mi departamento y me encontraba tan cansada que solo dormía hasta entrada la mañana, lo que significaba que no lo veía a pesar de vivir prácticamente juntos.

Lo bueno era que las vacaciones habían llegado, aunque mis calificaciones no hubieran sido tan buenas. Claro que pasé, sin embargo, no como me hubiera gustado. Pero es que Owen tenía la culpa. Justo cuando había estado en su departamento tratando de estudiar, salía él de la ducha sin camiseta y con gotas resbalándole por el torso. ¿Qué mujer iba a poder concentrarse en el estudio con semejante visión paseándose por delante de sus narices? Bueno, en definitiva, yo no podía. Mi carne era débil ante él y Owen era consciente de aquello. Cualquier dato que hubiera logrado retener, se borraba en cuanto lo veía semidesnudo.

¿Quién dijo que la vida es justa?

Era verlo, dejar de estudiar y llevarlo de la mano hasta la habitación mientras él reía por mi reacción.

Pero no era solo su cuerpo, sino todo él. La manera tan cariñosa en que me trataba, las miradas llenas de amor y ternura que me lanzaba, sus palabras de consuelo cuando mis ánimos estaban por los suelos... La manera en la que me cuidaba y me trataba. Todo en él me tenía totalmente enamorada. Todo había estado perfecto entre nosotros, o eso había pensado, sin embargo, todos tenemos secretos alguna vez y nosotros no fuimos una excepción por más que me hubiera gustado lo contrario.

Sin ver atrás ✔ (EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora