EXTRA

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KARA

Toqué la puerta con fuerza y esperé a que alguien me atendiera. Estaba nerviosa. Tenía unos cuantos años sin verla ya y no sabía qué pasaría. Puede que durante este tiempo ella no hubiera cambiado, pero yo sí, y aquello era lo que quería que viera. Quería demostrarle que a pesar de todo era feliz, que ella no había tenido razón nunca al decir que no lograría nada. Acababa de recibirme de la universidad. Tenía una licenciatura en Contabilidad —y planeaba estudiar una maestría en Finanzas—, un hijo hermoso y un esposo maravilloso.

Estaba orgullosa de mí misma. Estaba orgullosa de haber logrado tanto por mí misma, sin usar contactos ni dinero de mis padres. Estaba orgullosa de no haber hecho caso a lo que me «aconsejaban». Estaba orgullosa, feliz, satisfecha con mi vida.

Sonreí al escuchar pasos acercarse a la puerta y acomodé a Ander sobre mi cadera.

—Tengo hambre —dijo con su vocecilla aniñada.

Acomodé mis gafas de sol por encima de mi cabeza y clavé mis ojos oscuros en los suyos más claros.

Owen y yo habíamos pensado que sería parecido a nosotros, con cabello oscuro y ojos azules. Pero no. Salió idéntico a su abuela materna. Ander era rubio y tenía los ojos tan verdes como mi madre.

Me había llegado a preguntar más de una vez por qué su cabello era amarillo y el mío negro, como el de su papi. Y por qué nuestros ojos no eran del mismo color tampoco. Yo le decía que era porque se parecía a su abuela.

«¿Quién es mi abuela?», preguntaba confundido.

Se me partía el corazón al verlo tan decepcionado. Porque según él no nos parecíamos, aunque tenía mis cejas y nariz, y los labios y barbilla de Owen; porque no conocía a sus abuelos a causa de que no nos llevábamos muy bien.

Pero hoy iba a conocerla.

—Yo sé, mi amor. Ahorita que entremos te doy tus galletas, ¿sí?

Él movió aquella cabecita llena de rizos rubios, haciendo un puchero, y besé su nariz. Sus brazos rodearon mi cuello en el mismo momento en que mi madre abrió la puerta.

Se quedó de pie mirándome con sorpresa y luego al niño que cargaba en mis brazos. Volvió a darme un repaso de arriba abajo, seguramente reparando en mi falta de maquillaje o mis ojeras marcadas.

Ander había estado algo enfermito los pasados días, así que me había quedado a su lado por las noches, asegurándome de que sus vías estuvieran despejadas mientras dormía, hasta que mejoró. Mi aspecto no era el mejor por aquello, pero hacía ya un tiempo que mi aspecto había quedado relegado. Había cosas más importantes para mí.

—¿Kara?

—Hola, mamá —volví a acomodar a Ander sobre mi cadera y su carita giró para encontrarse con los ojos de su abuela—. ¿Podemos pasar? —inquirí.

Ella balbuceó, claramente sorprendida.

—Eh, sí. Claro.

Abrió la puerta y Ander y yo pasamos al fresco interior.

—¿Ella es mi abuela? —preguntó mi hijo bajito en mi oído. Yo reí.

—Sí, peque. Es tu abuela.

—¿Cómo se llama? —quiso saber.

—Clarissa —la voz de mi madre se hizo oír—. ¿Cómo te llamas tú?

—Ander.

Bajé a mi hijo al piso, pero no solté su mano. Él se pegó más a mi pierna sin despegar la vista de la mujer rubia frente a él. Estaba asustado... y lo comprendía. Aquella mujer me había aterrorizado durante años.

Sin ver atrás ✔ (EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora