Capítulo 7

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Tenía la vida que muchos desearían, pero me la había ganado a pulso

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Tenía la vida que muchos desearían, pero me la había ganado a pulso.

Aunque la mayoría insistía en llamarme “Nepo Baby”, por el legado de papá en el mundo de los circuitos y la brillante carrera de mamá como modelo internacional, la verdad era más compleja. Sí, había puertas que se abrieron gracias a ellos, no voy a negarlo. Pero nadie se fija en las veces que tuve que demostrar que no estaba ahí solo por el apellido.

Mi lugar favorito podría haber sido Francia o Nueva York—sería lo lógico, ¿no? Pero no. Mi refugio era una vieja cafetería de barrio. Ese lugar olía a café tostado, madera vieja y recuerdos. El deterioro era evidente desde la entrada: muebles gastados, decoración pasada de moda, un ambiente que parecía suspendido en el tiempo. Tal vez lo único que mantenía abierto aquel rincón era el apoyo económico que papá solía dar. Desde su partida, lo único que me lo recordaba eran los cafés gratis y las conversaciones interrumpidas con Luke, el dueño del local.

El sonido peculiar de la campanilla en la puerta, cada vez que alguien entraba, mezclado con una melodía suave de fondo, era todo lo que necesitaba para encontrar paz. Ahí celebrábamos cumpleaños, triunfos, incluso simples tardes de familia. Podía cerrar los ojos y escuchar sus risas haciendo eco entre las paredes, como si el tiempo no hubiera pasado… aunque el lugar ya no era el mismo.

Me gustaba más cuando caía la tarde y el cielo comenzaba a teñirse de naranja. Era mi momento favorito, aunque también el más solitario. Papá solía decirme: “Cosecha relaciones como cosechas frutos, porque son ellas las que te ayudan a madurar.” Quizá debí escucharlo más.

—No puedo aceptar tu renuncia —dijo una voz firme que detonaba autoridad—. Recuerda que firmaste un contrato de cinco meses. Carmen, no te daré privilegios a menos que te los ganes.

Tío Carlo, siempre dispuesto a recordarme lo cruda que era la vida adulta. No me sorprendía. Su forma de criarme había sido directa, sin rodeos, sin adornos. Siempre buscaba que viera la vida como realmente es: sin filtros, sin finales de cuento.

Pero, ¿quién era yo para cuestionarlo? No era su responsabilidad. Aun así, hizo todo lo que pudo por mí.

—De acuerdo —fue todo lo que logré decir.

—Cam, no quiero ser el típico villano en tu historia. Pero sabes que allá afuera, aunque lo tengas todo, la vida no se hace más fácil.

Sonreí al escuchar “Cam”, el apodo que usaba cada vez que me metía en problemas. A los catorce, eso era sinónimo de: “estás en aprietos, niña.”

—Lo entiendo. Y gracias por no endulzarme la vida —dije con más sinceridad que antes—. Tal vez así, si algo sale mal, no me decepcione tanto.

—Eso espero. Créeme, me encantaría evitarte todo esto. Pero si no enfrentas tus propios problemas, tampoco sabrás disfrutar tus propios logros.

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