Capítulo 4

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Las cartas escritas para ser vistas siempre han sido redactadas con una pizca de ingenio, imposible de imitar por el alma, a la hora de sentir como se estruja el corazón. Al menos, así pensaba Sally cuando imaginaba el día en que terminaría su primer amor. Pero ella no sabía nada de amores que se esfuman en la miseria; ni de cartas. Por eso, cuando llegó esa, en particular, entendió que hay muchas maneras de que te rompan el corazón.

Con deudas, por ejemplo.

Millonarias deudas.

Lo bueno es que llevaba tal vez semanas, sino meses, siendo aleccionada para ese momento tan devastador. Así que sorbiendo una lagrimilla que se le escapaba por la mejilla, tomó su celular y llamó a sus dos mejores amigas: Leo y Rita.

El edificio donde vivía Sally tenía reputación de peligroso y aunque era parte de la zona céntrica de la ciudad, y estaba muy cerca de compartir aires con gente de elegante y prominente vida; este no era el caso de Concepción 77, cuyas ruinosas pu...

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El edificio donde vivía Sally tenía reputación de peligroso y aunque era parte de la zona céntrica de la ciudad, y estaba muy cerca de compartir aires con gente de elegante y prominente vida; este no era el caso de Concepción 77, cuyas ruinosas puertas y descascarada pintura prometían todo tipo de aventuras, nada por supuesto digno de "gente bien".

La habitación que arrendaba Sally era angosta, pequeña, y asfixiante. Sus paredes se filtraban de agua que caía por lugares desconocidos; tenía fisuras que anunciaban su pronta clausura y la electricidad a veces dejaba de funcionar sin motivo. Pero nada de eso, —ni siquiera la sospechosa presencia de una turba de posibles ladronzuelos de soeces piropos—, fue impedimento para que cuarenta minutos después de la llamada, la dupla de preocupadas amigas, tuviera entre sus manos un té en los únicos vasos plásticos de la casa y miraran su rostro compungido con la dulzura de dos hadas madrinas.

—¿Es mucho? —preguntó Leo tratando de hacerse con la carta.

Leonora Ibarra era una muchacha de constitución fuerte, cuyo rostro siempre emanaba un aura de piedad y simpatía, que se equilibraba a la perfección con su robustas mejillas y su eterno perfil severo de hermana mayor de tres hermanos a los que no podía encarrilar. Tal vez su gusto por ayudar casos perdidos era lo que la invocaba ahí. Cualquiera que la conociera bien, sabía que había asistido, atraída por la idea de ser de ayuda y porque tenía un corazón tan enorme como los bolsos que solía cargar. Sólo por eso Sally no se atrevía a admitirse un desastre tan gravoso o decir la elevada cifra que la aquejaba. Sólo le entregó el papel que la contenía y respondió:

—Bastante.

Al contrario de la anterior, Rita Santos era delgada y pequeña, "casi diminuta" habría dicho su larga lista de ex novios que solía asediarla con mensajes de texto y que ella solía tomar más como largas reseñas positivas y negativas, que como algo serio en verdad. La frugalidad era su modus operandi para todo en la vida, por eso junto a su innata ternura eran las mejores aliadas de Leo para hacer lo que debían hacer ese día; hablar en términos duros con Sally, tal vez no tan duros, quizás muy poco duros, pero hacia eso apuntaba el espíritu de la reunión en cuestión.

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