Capítulo 7

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Tercer consejo: Hay que reflexionar y deliberar antes de tomar cualquier decisión

Era una mañana soleada de fresco otoñal. El silencio del lugar, sólo era interrumpido por las ondas tranquilas y surcadas del río, que a su derecha se cubría, de trecho en trecho, por pasarelas y puentes. Una templada brisa acariciaba los rostros.

Carlos Carranza divisó, sobre una delicada manta, a la delgada joven de mirada chispeante, que llevaba días ocupando su mente. Por eso, sin dar mayores explicaciones, se alejó del grupo con el que compartía y caminó a su encuentro.

—Buenos días —la saludó—. ¡Qué coincidencia!

Contra toda su rutina y por motivos de celebración, Leo, Rita y ella, habían decidido pasar sus primeras horas del día sábado, compartiendo ruidosas conversaciones, en un improvisado picnic. Pero Sally había dedicado la mayor parte de ese tiempo a soñar despierta. A veces, la realidad se tomaba un descanso y sentía que podía ignorar las llamadas de su padre, las cartas con onerosas deudas y la incertidumbre que le causaba su futuro. Tan ensimismada estaba, en la tarea de ignorar la realidad, que la aparición inesperada del joven, la sorprendió bastante.

—Buenos días —atinó a responder mientras, con la mano, se daba un poco de sombra sobre la mirada.

—Cuando salí esta mañana —continuó él—, sabía que sería un hermoso día, pero no pensé que tanto.

El mundo para la dulce muchacha, de pronto, se tiñó de un irreal color de ensueño. Un sentimiento nuevo en su alma reñía por salir con encanto y timidez.

Cuando te mudas lejos de casa siempre anhelas nuevos inicios. En el caso de Sally sus inicios tuvieron más sabor a final y su intermedio se asemejaba a un inicio. Cuando vio a Carlos Carranza sonreírle con esa devoción, no supo determinar qué le esperaba en el lejano final, pero de todas maneras le entusiasmaba.

—Hola —le saludó Leo con una increible cordialidad—. Soy Leonora y ella es Rita.

—Un gusto conocerlas —les estrechó la mano—, soy Carlos.

—Lo sabemos —confesó Rita, dando luces al fanatismo que sentía.

El joven le devolvió una sonrisa, con la gloria de saberse conocido.

—Se me olvidaba... ¡Felicidades! —fue el elegante comentario que, sin descanso de su cortejo, se permitió decirle a Sally.

Ella había pensado que, su vista totalmente empañada la noche anterior —cuando se enteró de que había ganado el primer puesto en la segunda ronda del estelar del concurso— había sido suficiente; pero el momento lo disfrutó muchísimo más, una vez saboreó ese elogio.

—¡Gracias!

—Bueno, supongo que ahora que eres tan famosa, no tendrás muchas tardes libres.

—¡Oh no, n-no lo son! —se descubrió tartamudeando—. Por supuesto, tengo días muy ocupados, pero a veces... A veces tengo tiempo.

La nariz de Leonora se frunció, ante semejante esfuerzo.

—¡Qué bien! No me gustaría.... —El joven dudó—. Entonces, tendrás tiempo para hacer algo hoy en la tarde ¿cierto? Mas bien, digo, casi hasta la noche.

Sally negó con la ligereza de una mariposa y luego asintió atolondrada.

—Entonces... ¿te llamo?

—Sí, responderé.

La silueta siempre ocupada de Carlos Carranza, huyó nerviosa sobre sus pies, como si se tratara de un novato y se escabulló en una multitud de personas, que parecían ser parte de algún grupo de empresarios jóvenes.

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