Capítulo 19

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Noveno consejo: Incluso la mejor espada si se deja sumergida en agua salada finalmente se oxidará

Una vez que el fuego marchitó Maitane Mendoza, Sally supo que su vida cambiaría de forma irremediable, aunque hubiera preferido que fuese sin la compañía tan cercana de los medios y en una forma más amistosa. Cuando la desgracia inundó su día, todos los secretos de Sally se confesaron de una vez y para siempre. Por eso, ella supo en ese momento, que lo que estaba por hacer, era lo más correcto.

Aunque su interlocutor no parecía estar menos que ofendido.

—Bueno —soltó Carlos Carranza, con la elegancia de un caballero con el ego herido, pero incapaz de vivir con la intensidad que una Sally requería.

El espectáculo parecía tan sobrio y desapasionado que salvo por los involucrados, nadie hubiese podido pensar que estaban charlando sobre una ruptura.

Sally se removió en su asiento y batió su té con una cucharita.

—Supongo que tendrás preguntas...

—No, la verdad.

Carlos Carranza la miró con el enojo de quien se había visto lucir ridículo en los medios, durante días. Sentía que para ese momento ambos tenían muy claro los motivos de ese encuentro, y no creía que extender la charla aligeraría la molestia, así que sólo se remitió a doblar su servilleta, pedir la cuenta con amabilidad al mesero y despedirse, con la frialdad de quien se enfrenta a un criminal. Sin embargo, por alguna razón, cuando la muchacha le vio salir por la puerta, sintió una inmensa tranquilidad y un gran júbilo.

Sólo allí, con su té en mano, en completa soledad, Sally supo, por primera vez, que odiaba imaginarse como la esposa de un político. Que la idea de ser una mujer comedida y siempre elegante, le sabía terrible.

¡Era un infierno! —pensó más aliviada. Rita tomaba su mano a modo de consolación, mientras yacían en el sofá del hospital. La televisión para ambas muchachas había sido la manera en que mataban las horas, en el recibidor, esos días en que Borja permaneció inaccesible a todo aquel que no fuera familiar directo.

—¿Es que acaso no pueden parar de mentir? —gruñó Teo, incapaz de controlar su ofuscación en la otra punta del sofá de tres cuerpos.

Sally sonrió para sus adentros. Estaba segura de que él, sin sus amados cigarrillos, odiaba mucho más que cualquiera de los presentes, la estancia en el hospital.

—Es farándula, para eso les pagan —aclaró Natalia, con un tono tan adolescente como ácido, mientras trataba, en forma infructuosa, de actualizar sus redes.

Sally, quien todavía estaba en malos términos con ella, sólo le miraba tímida desde su segura posición, sin dar crédito a lo que veía. A todas luces, estaba frente a una adolescente. Y no con cualquiera, sino de aquellas que usan poleras de bandas de música a la moda y pantalones rotos, pero sólo se permitió expresarlo, una vez la muchacha bufó molesta por la pésima conexión con el wifi y se fue rumbo a la entrada.

—¡Te juro que, cuando la vi la primera vez, no lucía así! —le dijo a Rita.

Teo liberó una risita. Era lo más alegre que había escuchado en horas. Los matinales no paraban de hablar del desastre que era Borja de la Torre, y aunque las investigaciones apuntaban a otras aristas, la idea de reafirmar que era un bohemio descontrolado se escuchaba mucho más polémica y atractiva para todo el mundo, salvo para Borja y sus cercanos.

—Pero Sally; luce como una niña... y creo que hasta publica, en YouGram, tutoriales de maquillaje —le reclamaba Rita, confundida.

En la mente de su amiga, la cuñada de Borja era una Femme Fatale perversa, no aquella muchachita que recorría los pasillos nerviosa como una hermana menor.

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