20. Capítulo

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Capítulo 20

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A la mañana siguiente de haberse disculpado con su hermano y haberle nombrado honoríficamente su Louise, Sam se sintió cansado de llorar, de revolcarse en su miseria, de estar encerrado en esa habitación, quizás era que estaba mejorando o que los antidepresivos estaban cumpliendo su función y parchaban todo lo feo con una postal de una sonrisa.

Después de haber estado casi una semana en la cama, exceptuando para ir al cuarto de baño, sentía que sus músculos ardían con cada paso.

Esa mañana Sam se dispuso a volver un poco a su normal rutina, ducharse, tomarse los antidepresivos con unos cuantos bocados de comida y leer un libro, sólo que esta vez no fue encerrado en la habitación sino sentado en el porche con el cálido sol mañanero.

Tanto había sido su estadía en la sombra de un techo que a los pocos minutos de estar recibiendo un baño de sol, sintió que su cara se calentaba. Por lo menos sus brazos estaban protegidos con sus camisas de manga larga.

Quizás una media hora de estar en su lectura, Dean apareció y se sento a su lado en la banca. Se le notaba un poco nervioso, como si tuviese que decir algo pero no sabía cómo iniciarlo.

Los minutos pasaron y Sam pudo sentir como la mirada de Dean le quemaba más que los rayos del sol.

—Escúpelo ya, Dean —dijo sin levantar la vista del libro.

Dean se aclaró la garganta, luciendo un poco avergonzado. No quería empezar el día con una pelea, esos últimos días habían sido relativamente calmados. Dean esperaba con temor a que cayese el otro zapato.

—Nos estamos quedando sin leña y necesito ir por más —anunció, deseando por un momento que Sam se hiciese el desentendido y poder seguirle el juego.

—Si me estás invitando a ir no tengo ánimos para ir de excursión hoy —Sam comentó de forma despreocupada, pasando la página de su libro.

—Sam, no puedo dejarte solo —comentó, viendo que realmente no estaba leyendo, su ojos permanecían en un costado del libro.

Dean aún se encontraba un poco conmocionado de los sucesos recientes, tanto de la huida de su hermano como de la muerte de Stephen, y aún más sorprendido de ver a Sam sentado fuera de la habitación. La falta de reclusión le daba a su hermano una mejor imagen.

—No me pienso ir, Dean. Seguiré aquí cuando vuelvas, lo prometo —cerró su libro y centró su mirada en Dean—. Puedes llevarte las llaves del auto si quieres, pero en serio que no quiero salir a dar un paseo.

—¿Quién dijo algo de dar un paseo? Vamos a recolectar leña y tu me vas a ayudar a cargar.

—¿Con mi brazo roto? —Sam bufó con diversión, sabiendo que si realmente fuese con Dean este le envolvería en algodón para cuidarle hasta de las hormigas.

—Cierto —murmuró, pensando en el cambio de táctica—. Bueno, puedes…

—Puedo quedarme aquí —le interrumpió Sam.

—Sam, quiero confiar en ti, te juro que quiero hacerlo, pero todo ha sucedido tan pronto. No puedo dejarte solo, lo siento.

Sintiendo como su buen humor se le escapaba, Sam se levantó y se fue a la habitación. Su intención era dejar las cuatro paredes que eran su falsa seguridad, pero nuevamente se encontraba siendo llamado a su viejo hábito.

Acostado boca arriba, viendo el cielorraso, se centra en la oscuridad, el silencio y la soledad que le rodea en esa habitación. Una opresión en su pecho se expande de forma alarmante, oprimiendo sus pulmones y acelerando su ritmo cardíaco. La comezón en sus brazos vuelve con más fuerza, dejándole ansioso de una aguja profanando sus venas.

Dear AgonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora