1. Comienza el acto.

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Su cabellera oscura mecía por el pequeño viento traspasando la cortina de la ventana entreabierta, escribía en notas usando un bolígrafo de azules tonos -Um...

Se sentía algo confundido, perdido entre los múltiples números que mostraba la hoja, suspiró lanzando la pluma contra uno de los muebles cafés de la habitación soleada -Wow, wow, ¿qué traes ahora?

Un Rubio aparecía por el marco de la puerta volteando a ver de reojo al menor acostado sujetando su libreta que finalmente cerró -¡Es que no me salen las pinches matemáticas! Ni que fuera puto Einstein.

-Sí, es complicado- murmuró rubius sonriendo inclinando su boca a un lado, el mayor siguió su trabajo de lavar los platos desde la cocina ignorando el hecho de quackity frustrado por el trabajo de la uni.

-Hey, Quacks, ¿Cuando fue la última vez que fuiste al supermercado?- exclamó poniendo sus dedos sujetos a la puerta del refrigerador, estaba casi vacío de un lado a otro, tan solo salía un olor inmenso a atún desde dentro -Ups, creo que hace como unas 3 semanas...?

-¿Por qué no me sorprende?- susurró entre risitas viendo como el menor alistaba sus zapatillas converse entre pasos muy perpendiculares -Podemos ir juntos.

Rubius cerró el refrigerador con suavidad peinando más o menos el fleco de su rostro siquiera para parecer menos mendigo, quackity salió en pasos torpes hasta llegar a la altura de su amigo a un lado -Perdón, las clases me torturan.

-Está bien, no te preocupes- respondió agarrando su teléfono entre sus bolsillos y además las llaves de la salida, dejó que su acompañante saliera emocionado fuera los pasillos soltando la manilla de la madera al cerrar.

Las paredes podían ser casi de cristal o de papel, las voces de las señoras regañando a sus hijos, tal vez los problemas familiares, las embestidas contra la cama o la madera siendo incrustada para ser tratada, prácticamente todo un "desmadre" en palabras del protagonista.

El ascensor indicaba el último piso a la recepción, al llegar y salir quackity pareció detenerse hasta el punto de la mesa de la encargada quien llevaba una cadena con una tarjeta en el, su nombre en aquel expresaba "Cristina".

-Hola, Cristina- sonrió con amabilidad, la señora de mediana edad respondió la expresión dulce sujetando los dedos suaves del pequeño a su frente -Buen día, señor Wembley.

-¿Crees que hoy pueda ir a tu oficina?- susurró quackity desconcertando a su amigo detrás de su espalda sujetando su teléfono -¿A qué se debe eso?

-No se preocupe, señor Brown, el señor Wembley siempre viene a tomar café a nuestra Oficina, y claro jóven, puede venir cuando pueda- quackity asintió sonriendo dejando las manos tensas de la señora dejandolas en la tabla, se despidieron usando sus dedos.

-...¿siempre? ¿Y no me avisaste?- rubius soltó un bufido alejado, su cuerpo se acercó poniendo su brazo sobre el hombro apartado de quackity, había penetrado el cuadrado personal del jóven quien se sentía extrañamente intimidado, simplemente sonrió -¿Por qué debería? No eres mi novio.

Su tono, era broma, normalmente se notaba en su sonrisa y rubius no se había percatado, ese comentario erizó su piel, sus ojos oscurecieron casi arruinando contrastando el ambiente soleado -Es broma, rubius, pensé que eras más humorístico.

-Silencio- quackity arqueó sus cejas confundidas, se acercó tratando de poner sus dedos sobre los hombros gruesos de su amigo pero fue dado en un empujón mediano, haciendo que soltara un pequeño gemido que rubius analizó -Ya vámonos.

(...)

Las cajas marcaban cada producto hasta contar billetes, a veces tarjetas que resonaban en los aparatos, las cajeras firmaban, embolsaban o se hablaban, todo estaba tan lleno como tranquilo, pero el sentimiento de culpa que absorbía el alma de quackity no se sentía igual.

-Listo- afirmó el rubio terminando de colocar botellas de licor por encima de la mercadería cara, quackity ni siquiera pudo haber elegido lo que llevarían, el menor rozó la espalda de rubius terminando por recibir una mirada incrustada -¿Quieres llevar cualquier cosa que quieras después de haberme molestado? ¿Es que eres un niñito mimado?

-Perdón, no quería ser irritante- con sus manos temblorosas inclinó las puntas de sus pies acercando su cuerpo, lo abrazó sintiendo una mala espina que lo hacía sentir aún peor en la culpa de su corazón, rubius después de unos segundos sonrió orgulloso correspondiendo al abrazo pesimista -Está bien, ¿que quieres llevar?

-Uhm...¿cereales?- rubius soltó una risa burlesca como a la vez tierna, tener en su pecho a su nuevo compañero quackity sujetando su espalda era adorable, casi perfecto, de esa clase que podía provocarte ira si la admirabas mucho -Bien, bien.

El carrito siguió su camino medio lleno, lo guió hasta las encargadas entre rueditas, quackity trotaba a su lado acompañando la escena, tuvieron que hacer una fila larga, demasiado tentadora para seguir pensando en los detalles de su amigo, rubius seguía analizando su apariencia.

La estructura de su cuerpo casi como la idealización del reloj de arena, sus muslos sobresalían dándole una buena retaguardia, su pecho pomposo que ni siquiera podía ser visto por el suéter, era tan solo la cabeza de rubius a su par.

Los ojos oscuros tan perfectos como perlas, el cabello casi largo con esa textura suave, las piernas delicadas con esas manos delgadas y crudas como huesos magníficos, era demasiado tierno, demasiado perfecto, tenía ganas de morder su cuello, de talar su cuerpo.

-¿Tengo algo en la cara?- bromeó el menor al captar la atención repentina, su respuesta fue un tono de piel rosa en el rostro del rubio quien escondió su expresión avergonzada -No.

Pero sí pasaba algo en ese momento, la calentura subía hasta su cabeza, de tan solo imaginar su cuerpo desnudo, de su tela rasgada, de sus súplicas, y no eran súplicas comunes, eran súplicas de que detuviera el juego, de que el daño parara, quería verlo arrodillado.

La cajera prosiguió el turno cargando la meta de 60 dólares en efectivo, sí, rubius manejaba buen descuento, una buena bolsa, quackity sonrió guardando las múltiples cajas, tuvo que ver como rubius identificaba su identidad como edad ante las grandes botellas de licor, le sorprendía la cantidad de alcohol en ellas, suspiró sin más saliendo del supermercado con una expresión satisfecha.

ᵍʰᵒˢᵗ ᵇᵒʸ. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora