Lágrimas camufladas ♡

274 49 5
                                    

Porsche

Me encuentro apoyado en la pared con los brazos cruzados y una pierna por encima de la otra. Según el reloj, faltan unos cinco minutos para que el chico precioso salga de su clase. Desde luego que estoy esperándolo para que no trate de escapar. 

Comienzo a mover una pierna un poco nervioso. No es habitual en mí sentirme de este modo, pero es la primera vez que voy a compartir con el castaño en un lugar que no sea el campus. 

Me enderezo cuando la puerta es abierta y por ella empiezan a salir varios estudiantes, algunos me saludan al reconocerme, ya que no es la primera vez que espero al chico en alguna de sus clases. El castaño sale al último, encarando en dirección contraria de donde me encuentro, soy más rápido y me planto frente a él provocando que frene de golpe. 

—¿Dónde ibas, guapo? —pregunto con coquetería. 

—Lejos de ti —contraataca frunciendo el ceño. 

—Oh, hieres mis sentimientos, precioso —dramatizo llevándome una mano al pecho. 

—Lo que sea —da un paso al costado y empieza a caminar. 

No dudo en seguirlo hasta posicionarme a su lado. 

 —Por cierto, te ves sumamente guapo hoy, bueno... eso no quiere decir que las veces anteriores no lo estabas, porque también lo estabas, de hecho, siempre lo estás. Pero hoy luces extremadamente apuesto. Aunque si me pongo a pensar, ayer te veías el triple de guapo cuando me defendiste. A lo que voy es que... 

—Cállate, mi cabeza va a explotar —brama con voz baja antes de detenerse y encararme. 

 Solo entonces lo miro detenidamente y me doy cuenta de que el chico se ve más pálido de lo normal. Maldición. La culpa crece en mi pecho por estar hostigando siempre. 

—Yo... lo siento —susurro arrepentido. 

El castaño me escrutinia unos segundos y luego me mira con lo que parece ser... ¿Arrepentimiento? Pues no sé decirlo con seguridad. Retomamos el camino en silencio 

—Vete a casa, precioso. Voy a dejarte tranquilo, sé que no quieres ir y estoy seguro de que los chicos lo entenderán —propongo cuando llegamos a la entrada de la universidad. 

Me hace mucha ilusión pasar la tarde con él, pero también lo noto cansado y por supuesto que jamás lo voy a forzar a nada. 

—Quiero ir —bueno, eso si me sorprende—. Solo me duele la cabeza porque no he almorzado.

—Dios, ¿qué voy a hacer contigo? —cuestiono dulcemente, siendo imposible enojarme cuando me mira de esta manera tan extraña, pero reconfortante—. Espérame en el estacionamiento, los chicos están allí. Voy a buscarte algo de comer. 

—No hace falta —dice de manera apresurada. 

—¿Tengo pinta de que voy a hacerte caso? —pregunto divertido

—No —niega haciendo una mueca. 

—Exacto. Te veo en unos minutos. 

No espero respuesta, simplemente me giro y comienzo a correr por los pasillos en busca de una máquina expendedora, cuando consigo una, saco dos barritas de cereal, unas galletas sabor a queso y un jugo de durazno. Luego vuelvo corriendo al estacionamiento. 

Santo cielo. ¡Por la Virgen de los abdominales! El chico precioso realmente luce guapo con esos jeans negros, camiseta negra, chaqueta negra y un gorro de lana también negro, pero lo que le da el toque perfecto es un arete que cuelga de su oreja izquierda. 

Sonríeme a mí - SONRIE 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora